En demasiadas ocasiones nuestra época cae en una constante cháchara de la nada absoluta. Este fenómeno ha ganado enteros en los últimos años gracias en parte a las redes sociales, donde los usuarios interactúan en soliloquios que simulan una conversación con varios grados de dificultad donde el debate quedar relegado entre el campo de egolatrías diseminadas por los teclados.
En cambio el diálogo, y puedo asegurarles que el tema me interesa por muchos motivos, debería consistir en la fusión entre dos o más personas que a partir de las palabras consiguen crear un solo cuerpo. Durante sus intercambios en el Instituto italiano de Lima Claudio Magris y Mario Vargas Llosa se acercaron a este noble objetivo. El resultado se ve reflejado en La literatura es mi venganza, breve librito donde esas reflexiones se dividen en cuatro facetas que facilitan la comprensión de las mismas.Huelga presentar a los tertulianos, y no uso este vocablo en su acepción actual que suena a desprecio. La empleo desde su uso positivo. Dos seres humanos se citan e intentan conversar con argumentos de una serie de temáticas. La primera de ellas versa sobre una más que comprensible admiración por las letras que deriva hacia determinadas consideraciones para con la novela, y es ahí donde ambos coinciden en que la actualidad ha dado al género otra velocidad que afecta tanto a su lenguaje como a su estructura. El léxico decimonónico de la calle y la narración encajaban con un mundo que aceptaba ese orden para comprenderse mejor en conjunto, pero el Novecientos alteró las coordenadas y en nuestra centuria urge aceptar que no es posible continuar con prácticas que por fuerza deberán caer en desuso. La linealidad ha perdido vigencia y el vocabulario debe adaptarse a un período histórico donde infinitas mutaciones exigen un rigor al escritor que quizá sea el compromiso de hoy en día. Esto es de mi propia cosecha, aunque no deja de ser una pequeña interpretación de lo dicho por el transalpino y el italiano, quienes insisten en la inevitable necesidad de crear con la sociedad en el punto de mira, pues otro tipo de artefacto será mera floritura sin cosecha que ofrecer.Un diálogo de este tipo siempre es limitado porque se suscitan determinadas conjeturas que descartan otras. Al querer sentar cátedra creo que falta una noción más clara de lo que podríamos denominar literatura pura y su destino en el siglo XXI. No la menciono por capricho, pero durante la crisis los modelos novelísticos mantienen una esencia que desde mi punto de vista no es muy renovadora. Si se echa la vista atrás y miramos a 1918 comprobaremos que sí existió por aquel entonces una revolución narrativa de proporciones épicas que quizá por su radicalidad ya dictó sentencia. El Ulises, mencionado a lo largo del diálogo de Lima, es la novela de novelas de la modernidad, pero las décadas siguientes sí ofrecieron estímulos que permitieron avances en el género. ¿Los conseguiremos hoy en día? Apuesto a que sí, aunque eché en falta esta pregunta en una charla notoria, siempre interesante donde también pudo comentarse más el papel de la sempiterna banalidad de nuestros días en la cultura, su influencia y cómo puede ser un virus letal para ciertos paradigmas. Esperemos que la charla, como si se tratara de Literatura en mayúsculas, prosiga con otros nombres que reafirmarán más mi concepción del diálogo como un bloque que enfoca sus tiros a la totalidad desde lo variopinto de sus voces.