La literatura, la edición, el comercio

Publicado el 09 febrero 2015 por Elena Rius @riusele

Se quejan algunos conocidos míos que escriben -algunos incluso publican, aunque con escasa fortuna- de que ciertas obras que a su juicio son de ínfima calidad figuren en lo alto de las listas de bestsellers. Todo es relativo. Escritores que hace veinte o treinta años vendían (literalmente) millones de ejemplares han desaparecido hoy por completo de la memoria colectiva. ¿Alguien recuerda a Harold Robbins? Entre 1948 y 1997, llegó a vender 750 millones de libros en 32 lenguas (sí, a mí también me parece que a esta cifra le sobra al menos un cero, pero eso dice Wikipedia). Hoy, dudo mucho que puedan encontrar alguna de sus obras, a no ser en alguna polvorienta librería de lance. ¿Qué joven de hoy ha leído Juan Salvador Gaviota? Esta fabulilla simplona sobre una gaviota con cualidades humanas se convirtió en el libro de cabecera de los adolescentes de principios de los setenta, con las consiguientes ventas estratosféricas. Supongo que su lugar lo ocupan hoy, más o menos, las repetitivas obras de Paulo Coelho, e imagino que ellas también caerán en el olvido así que pasen un par de decenios. Precisamente el ejemplo de Richard Bach es el que emplea Rafael Chirbes en un artículo -incluido en el volumen titulado Por cuenta propia- en el que habla de sus relaciones con la literatura, con su editor y con el montaje comercial de la edición. Y lo resume con una frase que habría que poner en letras bien grandes ante todos los que se lamentan del escaso criterio del mercado:

"Ninguna editorial, por poderosa que sea, puede sostener indefinidamente un mal libro."

Publicarlo sí, por supuesto -hay ejemplos a porrillo- y también lanzar las inanidades más absolutas al estrellato de las grandes ventas (una combinación de oportunidad, técnicas de marketing y potencia comercial pueden hacer milagros). Pero el tiempo todo lo nivela. En este terreno, me gusta recordar que, hasta finales del XIX, Stendhal era un "escritor de escritores", poco apreciado por el público y que Henry James -hoy en el olimpo de los grandes- se lamentaba en sus cartas a sus editores de lo magro de las liquidaciones, que arrojaban ventas de mil o dos mil ejemplares a lo sumo.

Como dice Chirbes, lo más llamativo de la literatura, ese arte que puede practicarse sin más instrumentos que un lápiz y un papel, es su durabilidad. Un arte que exhibe "junto a su fragilidad, una correoso dureza [...] capaz de permanecer cataléptica durante decenios y de resucitar repentinamente con un vigor juvenil". Las ciudades, las obras arquitectónicas, hechas de piedra y cemento, se derrumban y desaparecen. Pero hoy seguimos viendo las murallas de Troya ante las cuales Aquiles exhibe el cadáver de Héctor, y que hace siglos quedaron reducidas a escombros, en las palabras de Homero o, retomando el ejemplo que cita Chirbes

"sabemos del viejo Moscú, o de la Alexanderplatz berlinesa de antes de la Segunda Guerra Mundial, por las novelas de Tolstói o de Döblin, y no por lo que ha quedado de las obras que hicieron príncipes, arquitectos y albañiles."

Así que yo les digo a mis conocidos aspirantes a escritores que no se obsesionen con las ventas, ni por supuesto con la fama. En el campo de la literatura -estamos hablando de literatura, no de entretenimento, que juega en otra liga- las consideraciones puramente comerciales son malas consejeras. Como dice Chirbes, "el único escalafón de un escritor es la calidad, algo que poco o nada tiene que ver con las ventas".