Autor: Alejandro Morales Mariaca
Portada: Veprikov
Publicado en: Marzo 2017
Las historias eran ciertas ¿Cómo explicar que un ser que comía pensamientos, que se alimentaba de ideas? que se alimentaba de sueños, los devoraba con avidez. ¿No me cree? Yo tampoco lo hacía, no hasta que lo vi con mis propios ojos...
Sí, yo conocí a ese hombre. Sí, las historias sobre él son ciertas, y en honor a la verdad debo decir que ninguna de ellas se acerca a la realidad. ¿Qué si supe su nombre? Bien, él nunca lo dijo, ya sea porque nunca tuvo uno, o bien, porque lo había olvidado para cuando nos conocimos. Pensándolo bien, no sé si realmente llegue a conocerlo. ¿Qué tanto llegamos a conocer a los otros? De él sólo conocí su apetito. Desconozco la mayoría de los detalles, pero algo sé de cierto, ese apetito tan peculiar terminó por devorarlo a él.
¿Explicarlo? ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo explicar que comía pensamientos, que se alimentaba de ideas? Sí, lo hacía, se alimentaba de sueños, los devoraba con avidez. ¿No me cree? Yo tampoco lo hacía, no hasta que lo vi con mis propios ojos. Pero vayamos por partes.
Como dije antes, no conozco toda la historia de su pasado, sólo lo que dice el informe de la policía y los testimonios de quienes lo conocieron. Nadie sabe cuándo nació o quiénes fueron sus padres, era como si simplemente hubiese aparecido, súbitamente, como un sueño difuso.
Lo conocí hace dos inviernos. Recién había llegado a San Romero proveniente del sur. Buscando un lugar donde hospedarme di con un anuncio en el periódico, en él se ofrecía la renta compartida de un piso muy cercano al centro. Sin pensarlo dos veces me dirigí a la dirección que se encontraba anotada y me presente ante él. Debo admitir que desde un principio me sorprendió, era aun joven, pero de sus ojos manaba un fuego que no podía provenir sino de un espíritu ya muy viejo, su personalidad sobria y misteriosa se imponía a su aspecto físico más bien delgado y demacrado. Él no me preguntó mi nombre ni yo lo cuestione por el suyo, creo que no hacía falta que intimáramos tanto. Durante esa primera entrevista únicamente conversamos respecto a cuestiones técnicas sobre al uso del lugar, él en todo momento se mostro amable, aunque algo distante respecto a cualquier cosa que fuera de tipo personal. Básicamente sólo me dijo que debía respetar su espacio personal, haciéndome jurar que nunca, bajo ninguna circunstancia, entraría en su habitación. En aquel entonces la petición me resultó un tanto extravagante, pero la acepte dado el carácter reservado de mi nuevo compañero.
Las primeras semanas transcurrieron en completa normalidad. Yo había conseguido un trabajo como asistente de redacción en un periódico local y eso me mantenía todo el día fuera del departamento, las noches las dedicaba a leer y descansar de la jornada laboral. Poco contacto tuve con mi compañero durante esos primeros meses. Según sus propias palabras trabajaba un turno nocturno en alguna fábrica, en el corazón de la zona industrial de la ciudad, y no volvía a la casa hasta poco antes de que despuntara el sol.
Sé lo que están pensando. No, no era un vampiro, los vampiros no existen. La luz del sol no lo reducía a cenizas, su comportamiento noctambulo, tal como sabrán más adelante, se debía a otro tipo de razones. Como decía, fue poco lo que coincidimos durante esos días, y los hábitos nocturnos de él me tenían sin cuidado. Fue entonces que sucedieron los primeros casos.
Ustedes lo saben bien, leyeron sobre ello en los diarios. Algunas personas declaraban haber tenido experiencias desconcertantes y perturbadoras. Todo comenzaba del mismo modo, con extraños sueños que se repetían noche tras noche. En esos sueños todos los afectados reportaron ver una figura alta y delgada cubierta de tinieblas que se posaba sobre ellos y les robaba “algo”, nadie podía decir qué, pero todos compartían ese sentimiento de arrebato. Tras algunas noches de tener siempre el mismo sueño, las personas en cuestión no soñaban nunca más. Este suceso por sí solo no hubiera impresionado a nadie, pero el hecho de que los afectados fueran personas de diversas partes de la ciudad, de diferentes estratos sociales y sin relación alguna, lo volvió un hecho de creciente interés.
Los afectados no podían dar más detalles al respecto e incluso con el tiempo llegaban a olvidar los sueños con la extraña y obscura figura. Psicólogos y médicos especialistas en patologías del sueño se dieron a la tarea de estudiar a las personas afectadas por tan peculiar mal, pero sus indagaciones no lograron arrojar luz al asunto. Aquello dio pie a la especulación y los diarios de baja categoría hicieron eco de ella. Se hablo de íncubos y súcubos, de extraños procesos mentales que derivaban en una amnesia selectiva, de brujería e histeria masiva.
Los casos se recrudecieron a finales del inverno, casi al mismo tiempo comencé a notar cambios en mi compañero. Se le veía aún más demacrado que de costumbre, y su personalidad se volvió un tanto más sombría. En un principio no relacione los extraños casos con las extravagancias de él, al menos no hasta aquella noche de febrero. Después de varios días de frenética labor, el editor en jefe me concedió algunos días de merecido descanso. Así que aproveche ese tiempo para descansar y adelantar en mis lecturas. Mi compañero continuaba con su actividad nocturna y ocupaba las mañanas para dormir. Cerca de las siete de la tarde salía de su habitación, intercambiaba conmigo unas sencillas palabras de cortesía y salía de nuevo. Le vi repetir la misma actividad día tras día sin la menor variación. Guiado por la curiosidad me atreví a peguntarle en alguna ocasión respecto a su trabajo nocturno, pero él se negó a darme detalle alguno, tan sólo mencionó lo que ya me había dicho, que laboraba en una fabrica durante las noches.
Creo que no hay que decir que el peculiar comportamiento de mi compañero me tenía intrigado, y sus parcas respuestas no bastaban para aplacar mi curiosidad. Así que aprovechando una de sus ausencias me decidí a violar la privacidad de su habitación. No sé bien que esperaba encontrar, pero en definitiva no lo que vi. Su habitación no se diferenciaba de la mía en cuestión de tamaño o amplitud, el mismo desgastado piso de madera, las mismas molduras en las ventanas, el mismo color en los muros, aquel era una réplica exacta de mi propia habitación, con la salvedad de que esta se encontraba vacía. O casi vacía. No había ningún mueble, ni roperos ni libreros, tan sólo una roída colchoneta sobre la fría duela y una modesta mesa de madera en la que reposaba un grueso volumen encuadernado en lo que parecía ser cuero negro. Aquel libro debía de ser una verdadera antigüedad dado el deplorable estado de la cubierta y del estilo de encuadernación.
Sé que se preguntaran cómo es posible que no notara que mi compañero sólo tenía un único juego de ropa. Pues bien, recuerden ustedes que era invierno, y desde que lo conocí siempre usó un grueso abrigo que le cubría todo el cuerpo, bien podría haber vestido un tutu de ballet y jamás lo habría notado. Pero no me distraigan de mi narración. Les hablaba sobre el libro. Aquel ejemplar era por mucho el más antiguo texto que había visto nunca, así que me tome mi tiempo para examinarlo con calma. La encuadernación era fina y muy antigua, se notaba el paso de los años a través de su deslucida superficie. No soy ningún experto, pero podría asegurar que varios siglos habían transcurrido desde que ese texto fue escrito. Cuando lo abrí descubrí que había sido redactado en latín antiguo con una caligrafía muy fina y algo apretada, así mismo descubrí algunas anotaciones, en lo que supuse era griego, junto a unas ilustraciones demasiado extrañas como para poder describirlas con palabras. Algunas de estas eran un tipo de diagrama que ninguna geometría conocida podría recrear, el resto intentaba representar creaturas de pesadilla, seres ajenos a toda biología terrestre, tan inconcebibles como aterradores.
Supuse entonces que el libro debía de tratarse de un tipo de grimorio, un libro de hechizos y brujería, uno muy antiguo por cierto. Debo admitir que mis conocimientos de latín son muy escasos, así que tuve muchos problemas para entender esas líneas, y lo poco que entendía me parecía tan monstruoso e increíble que no tarde en dejar aquel libro en su lugar. Satisfecha mi curiosidad, abandone el cuarto y continúe con mis lecturas acostumbradas. Esa mañana mi compañero llegó en un estado parecido a la embriaguez, así que me ofrecí a llevarlo a su habitación, para mi sorpresa él no se negó, y en cuanto su cabeza se posó sobre el colchón cayó en un profundo sueño. Me disponía a dejarlo solo cuando en sueños comenzó a hablar. Sus palabras no tenían sentido, al menos no lo tenían entonces, hablaba sobre una ciudad perdida, sumergida hace eones bajo las aguas del océano, de una titánica torre construida allí, de un ser que no debe ser nombrado, de sueños y terrores nocturnos que ningún ser humano debería de conocer. Decía que los sueños son la entrada, el camino que los Primordiales deberían atravesar para hacerse de nuevo los dueños de la Tierra. Al terminar aquella perorata sus labios produjeron una serie de sonidos guturales, un retorcido intento de lenguaje que sonaba más o menos así: ¡Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn!
Después de aquel episodio comencé a dudar seriamente respecto a la salud mental de mi compañero, ya no sólo se trataba de un comportamiento extravagante, los delirios que había mostrado eran demasiado desquiciados como para ignorarlos. Pero, ¿qué podía hacer? Ignoraba si tenía algún amigo o familiar que se ocupara de él, y la idea de que yo tuviera que cargar con alguien en semejante estado me desagradaba bastante. Pero ya que él no parecía representar un riesgo para mí o para sí mismo, decidí dejarlo tranquilo con sus delirios y extravagancias. Ahora sé que no debí hacerlo.
El terrible desenlace ocurrió unos días después. El comportamiento de mi compañero no mostraba la más leve mejoría, lejos de eso, se volvía cada vez más frenético y desquiciado. Temiendo ya por mí propia seguridad entre de nuevo en su habitación para consultar ese extraño libro, al cual yo atribuía el estado mental de su propietario. El antiguo texto permanecía en el mismo lugar donde lo había visto la vez anterior. Lo tome y comencé a leerlo. Tal como sucedió antes la lectura no fue sencilla, el manuscrito hablaba sobre civilizaciones prehumanas y terribles dioses que trajeron la locura y la muerte desde las estrellas. Su imperio de maldad se extendió por eones hasta que otras fuerzas los desterraron de este mundo. Pero, siempre siguiendo lo que leí en esas páginas malditas, esos Dioses Primigenios pueden regresar, ya que no están lejos, ya que no están muertos. Viven y moran cerca de nosotros, a la espera de que alguien les muestre de nuevo el camino a nuestra realidad. Esas y más cosas terribles fueron lo que logre descifrar de ese manuscrito. No me sorprendí de que mi compañero hubiera perdido la razón al leer semejante obra producto de una mente enferma.
Continúe leyendo por algunas horas más sin encontrar algo útil. Cerca de la mitad del libro descubrí lo que sin lugar a dudas era lo que lo había trastornado. El escrito en sí explicaba un elaborado ritual, en el que una persona podía, gracias a métodos que no explicare, apoderarse de los sueños de los hombres, literalmente, devorándolos. Una vez que la víctima era elegida, el ritual debía de realizarse noche tras noche hasta que todos sus sueños fueran consumidos por el practicante. La víctima no sufría ningún daño físico durante el proceso, pero perdía para siempre la facultad de soñar. No puedo decirles el horror que me provocó leer esas líneas. Aquel extraño fenómeno que se había desatado sobre los habitantes de San Romero, ¡era provocado por mi compañero de departamento! Y aunque desconocía sus razones para hacerlo, suponía que estas no podían ser buenas.
No me tomó mucho tiempo entender el panorama completo, algunas páginas más adelante se describía con lujo de detalle la función del devorador de sueños. Una vez que éste hubiera absorbido suficiente fuerza onírica, podía llevar a cabo otro tipo de ritual, un ritual de liberación. El devorador de sueños era la clave para la liberación de una entidad terrible de nombre «Cthulhu». Una criatura multidimensional que traería al mundo toda la demencia y la muerta de los Primordiales. Este «Cthulhu» yace en las profundidades del océano, en su ciudad sumergida, allí yace sometido por el sello del sueño de la muerte, y únicamente los sueños lo pueden liberar, esa es la terrible función del devorador de sueños, despertar a la bestia que duerme en las profundidades.
Soy una persona racional, y por ello entenderán que a pesar de las evidencias me era sumamente difícil dar crédito a lo que acababa de leer. Mi compañero era extravagante, por supuesto, pero de ahí a creer que era en realidad la clave de un ritual demoniaco para liberar a un antiguo dios de pesadilla era simplemente demasiado, así que decidí que tenía que verlo con mis propios ojos. A la noche siguiente lo seguí en su recorrido nocturno, tal como suponía no abordó ningún medio de transporte, tan sólo se limitó a caminar siguiendo una ruta ya establecida previamente. No me sorprendió que sus pasos no nos llevaran hacia la zona industrial, él se dirigía hacia los suburbios, en donde seguramente había estado muy ocupado las noches anteriores. En ningún momento pareció percatarse de que lo seguía y no se detuvo hasta llegar a su destino, una casa sencilla en un barrio de clase media. Para entrar no utilizó la puerta principal, le bastó la ventana de uno de los dormitorios. Le seguí lo más silencioso que me fue posible, dejando siempre una distancia prudente entre ambos. Habían transcurrido pocos minutos desde que lo viera desaparecer a través de la ventana cuando escuche aquel ruido, era apenas un susurro, un tipo de oración en un lenguaje desconocido para mí. En ese momento la curiosidad pudo más que el miedo y me decidí a mirar por la ventana.
Se preguntaran qué fue lo que vi. Bueno, únicamente puedo decirles que lo que vi me llenó de terror.
Allí estaba él, reclinado sobre una pobre niña no mayor de diez años, la boca de ambos se encontraba abierta y entre ellas se vislumbraba un haz de luz de apariencia mortecina, eran los sueños de la niña siendo devorados por aquel monstruo. No pude mirar más, presa de un miedo indecible me dirigí a nuestro departamento dispuesto a darle fin a ese asunto. El devorador llegó temprano como siempre, y sin detenerse se dirigió a su habitación, tras abrir la puerta no pudo evitar sorprenderse de encontrarme allí, apuntándole con una pistola. Al instante su rostro se contrajo en un rictus de miedo y desesperación que no venían de mirar el arma, entonces accione el gatillo.
Creo que eso es todo caballeros, aquí termina mi historia. Del resto de los detalles temo que debo guardar silencio. Sobre el destino de aquel malvado libro sólo deben saber que no será capaz de volver a provocar daño a nadie. Y antes de que lo pregunten, no, no me arrepiento de lo que hice, no lo hago porque yo solía tener hermosos sueños.
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