La lluvia

Por Calvodemora
Llueve con avaricia, llueve como si no hubiese otra cosa que lluvia, llueve a conciencia, llueve hacia dentro, llueve con vocación avara. El cielo cae sobre nuestras cabezas. Cae a plomo. Sin otro alarde que el peso antiguo de su extensión infinita. La tierra está cumplida de agua. Se multiplica el agua en el agua y el barro invade el himno primordial del aire. Asciende como un pájaro al que hemos permitido el vuelo y desafina en un cascabel lujurioso de brincos hacia las nubes perfectas. Gris en la bóveda del universo. Sin lustre. Sin alegría. Asombra esta tozuda verdad líquida. Cansa y aturda. Persevera el cansancio y se hace rutina. Llueve como una advertencia. Ya se sabe que el apocalipsis es una metáfora del miedo a que exista Dios. Porque la lluvia la escribe un dios caprichoso y rudimentario. Un dios como una incertidumbre metafísica. Un dios invertebrado, un dios loco, un dios soberbio. Tiene la lluvia un misterio de dios invertebrado, loco, soberbio. Llover es un poema de uno de esos dioses a los que nunca miramos a la cara, pero a los que ofrecemos plegarias y levantamos, en la oscuridad de los templos, altares imposibles. Llueve con avaricia, como si hubiese otra cosa que lluvia. A conciencia. Hacia adentro. Con vocación avara. Uno busca palabras grandes que expliquen esta lluvia febril que nos niega la luz. Uno urde alquimias, se abastece de pudor y mira al cielo sin afecto. El demonio del agua funda catedrales en el pensamiento. Vastas catedrales de agua hecha orgasmo. Ebrio de asombro, pequeño y extraño, miro el milagro de la lluvia desde la ventana. El cielo se desploma. Lleva un mes el agua cayendo sin misericordia  sobre el mundo. El suelo es un espejo del cielo. Las palabras están mojadas. Los gestos, mojados.  Los ojos, de tanto mirar agua, parecen nubes. El corazón también sufre el severo aviso del cielo. Duele el corazón y se pone triste al advertir que no lo atraviesa la alegría ni el gozo de la carne ni de los afectos. Llueve como si no hubiese pasado otra cosa desde que el mundo es mundo, y solo hubiésemos tenido lluvia. Los campos están angustiados. Se les ve la angustia desde lejos.