La lluvia está diciendo para siempre

Publicado el 13 octubre 2016 por Santosdominguez @LecturaLectores

Jorge de Arco. La lluvia está diciendo para siempre. Colección Melibea. Talavera de la Reina, 2016.
La voz limpia del campo 
resuena en el umbral de la garganta. 
Es la hora del trigo y los arcángeles. 
Es la hora del alma y del relámpago. 
Resuena mi reloj 
y en el espejo súbito 
del alba 
comienzan a vibrar 
las siete campanadas del invierno. 

-Heredero del aire, 
del beso y del ahogo 
que dicta la soberbia del amor, 
hago inventario 
del frío y de los soles del ayer-. 

Detrás de los maizales, 
la lluvia está diciendo para siempre. 
Ahora, escucho de nuevo, 
la fe de su canción, 
los ecos que golpean 
al son de la memoria. 
Es el poema que abre la primera parte de La lluvia está diciendo para siempre, el libro con el que Jorge de Arco obtuvo el premio Rafael Morales en su edición de 2015.
Un libro en el que conviven la elegía y la oda, porque el pasado persiste en el presente de la memoria y la palabra se detiene en el tiempo: “Ayer estoy llegando al número de casa...” 
Escritos con la contención del metro corto que oculta un ritmo de largo aliento y de honda intensidad, los versos de La lluvia está diciendo para siempre abordan los negocios del corazón y el tiempo, de la noche y la memoria con el contrapunto de dos voces amantes que consumaron su luz bajo el cielo adolescente.
Con imágenes potentes y un sabio uso de los adjetivos, Jorge de Arco compone en estos poemas una indagación desde la sombra insomne de la memoria, una evocación en busca de la claridad y de la aurora, porque –como nos enseñó definitivamente Antonio Machado- se canta lo que se pierde.
Y por eso hay en estos textos, escritos con la fuerza de la poesía verdadera que nos explica y nos conmueve, una invocación a la memoria en demanda de respuestas y de esa serenidad con la que cierra el libro este poema:
Todo está en calma 
delante de mis ojos. 
La noria del silencio martillea 
sobre las largas lindes del recuerdo 
y la tormenta última 
dejó los campos 
empapados de sueños y nosotros. 

Voy descorriendo 
en esta noche, 
la niebla y los cabellos de lo amargo, 
la luna y su desvelo, 
mi lumbre y su verdad. 

Afuera, 
el brillo del estío 
es la ardida canción 
que sigue hablando de los dos.
Santos Domínguez