La loca del desván es una figura recurrente en la literatura decimonónica. Hay libros que hablan efectivamente de una mujer encerrada en un desván, como es el caso de Jane Eyre, donde Bertha Mason, con la razón perdida, es encerrada en el desván de la mansión.
También es el caso de Charlotte Perkins Gilman y su libro El papel amarillo (reseña aquí) donde no analiza la locura sin más, sino algo más concreto: la depresión postparto, algo que se negaba sistemáticamente y se hacía descansar a la madre sin nada que hacer para no excitar sus nervios (y que producía el efecto contrario, claro).En La loca del desván: la escritora y la imaginación literaria del siglo XIX (Editorial Cátedra), las autoras Sandra Gilbert y Susan Gubar nos muestran este y otros muchos ejemplos. Porque la soledad de la mujer y creadora victoriana no sólo era de índole física, sino también mental.
Para ello ponen como ejemplo novelas de las Hermanas Brontë, poemas de Emily Dickinson, relatos de Virginia Woolf, y en resumen, de todas aquellas escritoras que se vieron encerradas en una vida convencional donde realizaban lo que se esperaba de ellas.
En los siglos pasados la mujer era considerada "el ángel del hogar". Debía tener la casa impecable, atender a los niños, entreternerse con sus labores de costura y como mucho su vida social se reducía a las reuniones de la parroquia, a la asistencia a misa y a las obras de caridad. Cualquier trabajo "imaginativo" era contemplado con condescendencia por parte del mundo masculino.
Hace bastantes años, ser escritora no era una forma digna de ganarse la vida para una mujer. Era un entretenimiento, una forma de solazarse una vez terminadas las labores del hogar, pero no se consideraba más seria que otras aficiones como el bordado o la jardinería. Por eso muchas escritoras tuvieron que recurrir al uso de pseudónimos masculinos para lograr ser publicadas y tenidas en cuenta.
Las dos autoras analizan y diseccionan con gran rigor académico las obras de muchas de las creadoras de la época. También de sus opuestos, como Milton, que era profundamente cerrado de mente y que tal vez sin querer, insufló en las autoras posteriores un deseo de rebelarse contra sus sermones bíblicos (como es el caso de Mary Shelley y su Frankenstein).
Es una gran lectura para todos aquellos que quieran conocer más a fondo el panorama literario de la época y las dificultades a las que se enfrentaron las escritoras. Pero también una oportunidad de conocer la forma de crear que tuvieron estas mujeres valientes que nos abrieron camino a las demás.
Es posible que esté ya descatalogado, pero seguro que podéis encontrarlo en alguna biblioteca o en tiendas de segunda mano. Y desde aquí pedimos otra reedición de este libro que se ha convertido en un imprescindible de la literatura.