Yo lo tengo muy claro: si uno va al médico a hacerse un chequeo completo, algo seguro que le van a encontrar. Si es que somos seres imperfectos en un mundo más imperfecto aún, y sobrevivimos con contaminación, estrés, malos hábitos, falta de ejercicio, comida no siempre saludable… Pues claro, a todos seguro, pero segurito, nos pasa algo.
Pero cuando una está buscando un embarazo empieza la locura. Estás más pendiente de tu cuerpo, y eso ayuda muchísimo: aprendes a conocerte y te enteras bien por primera vez de cómo funciona tu ciclo (¿para cuándo una educación sexual en la que se enseñen los entresijos de la reproducción, para evitar la concepción y también para buscarla cuando llegue el momento?). Pero eso también tiene su lado malo: tienes síntomas.
Como decía al principio, yo creo firmemente que siempre tenemos algo, solo hay que tener ganas de buscar. Y cuando una mujer está intentando concebir tiene muchas ganas de encontrar síntomas. Dicho en román paladino: que ya la hemos liao.
Este es mi segundo ciclo de búsqueda, y en el primero fui todo un ejemplo de sensatez: una vez pasados mis días fértiles, no me dejé dominar por los nervios, y unos días antes de que me viniera el período yo ya estaba convencida de que no había habido suerte. Lo celebré con unas cervecitas (hubiera preferido un buen vinito en la bañera, pero fue lo que surgió) y vuelta a empezar.
Pero se ve que mi sensatez se agotó en el primer ciclo. Hoy es mi día 2 D.O. (eso, en la jerga de las frikis que intentamos concebir —es todo un mundo, lo prometo— significa «después de ovulación»). Pues yo ya empiezo a notar cosas raras que pasan en mi cuerpo. Y la loca de atar que hay en mí cree que son síntomas de fecundación.
Mi cerebro lo tiene claro: que lo que yo noto son las simples fluctuaciones que nos suceden a todas, que mis síntomas tienen mil posibles explicaciones aparte del embarazo, que la mayoría de las mujeres no notan ningún síntoma hasta unos días antes de la falta y muchas tienen embarazos asintomáticos hasta bastante después… Pero eso es lo que dice mi cerebro. Mi corazón no hace más que pensar en la cigüeña que ayer sobrevoló en el jardín, buscando una señal mística que me indique que es el famoso sexto sentido, que dentro de semana y media estaré haciendo pipí en un vasito. En resumen, una locura total.
Y yo, que debería aprovechar estos días estudiando mucho ahora que puedo, me paso el día embobada pensando en bebés. No tengo remedio.
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