Está siendo un verano atípico en Fuenlabrada. Los que antes eran unos meses sin mucho revuelo político, y sin apenas movilizaciones sociales, se han convertido este año en meses claves para medir la capacidad de movilización y unidad que tiene el pueblo fuenlabreño.
Dos meses llevan encerrados en el Colegio Público Arcipreste de Hita padres y madres de 19 niños y niñas que se han quedado sin su aula y que la Comunidad de Madrid intenta “colocar” (ese es el término que utilizan) en otros colegios escudándose en la falta de recursos o en el comodín de la estabilidad presupuestaria. Lo curioso del caso es que este colegio está rodeado de concertados (privados que pagamos todos) a los que año tras año se les asigna más presupuesto público. Cabe subrayar que el aula costaría prácticamente 0 euros, ya que existe el material, existe el aula y existe el profesor que se encargaría de dicho aula.
Contra todo su pronóstico (a lo mejor es que no son tan hábiles políticamente) este encierro se ha convertido en un terremoto que está enturbiando las vacaciones de sus excelentísimos. El pueblo de Fuenlabrada en general, con la honrosa excepción del Partido Popular, se ha volcado con el encierro hasta el punto de que el colegio es ya todo un símbolo de resistencia frente a los indignos. El encierro desde sus primeros días está teniendo un apoyo vecinal indiscutible; se organizan los turnos para dormir (ya no sólo hacen noche padres y madres) en el colegio; está sirviendo de punto de encuentro entre multitud de luchas y colectivos; se organizan charlas, asambleas, conciertos, torneos deportivos…
Digamos que el Arcipreste de Hita está sirviendo para afianzar una unidad popular de la que hay que sentirse orgullosos tras las movilizaciones del 22 de marzo. Está sirviendo también para conectar luchas no sólo locales o estatales, si no para organizar la solidaridad con otros pueblos: así, en ese aspecto, el colegio se ha convertido en un punto central para organizar las recogidas de medicamentos que se están enviando a Palestina en medio del genocidio que está cometiendo allí el gobierno israelí.
Clave parece ser el comienzo de septiembre, con la vuelta de vacaciones y los tiempos que aprietan, pero si algo se está demostrando a lo largo del verano es que hay fuerzas, y el encierro no concluirá hasta que ese aula para niños y niñas de 3 años se abra con todas las garantías.
La lucha por el aula ya no sólo es una lucha parcial, simboliza toda una lucha por la transformación social, fortalece la unidad de la gente, crea en nuestro imaginario la posibilidad de ganar (¿ganar la ciudad también?) y alimenta esa ilusión. Se lo apunte Figar. Se lo apunten todos.