Todas las jornadas de huelga general tienen como colofón una guerra de cifras, protagonizada, por un lado, por las centrales sindicales convocantes y, por otro, por la Administración Pública y la Patronal. El día de ayer no constituye una excepción. La huelga general llevada a cabo en Euskadi fue un éxito o un fracaso, según escuchemos a sus promotores o a sus detractores, que son muchos y tiene más altavoces y más potentes. No sé cuántas personas salimos ayer a las calles de nuestros pueblos y ciudades, pero me consta que fuimos las suficientes para que se nos escuche y se nos tome en consideración.
El Gobierno Zapatero tiene la obligación de abrir un paréntesis en la aplicación de la reforma laboral y el recorte de prestaciones sociales para habilitar un auténtico proceso de negociación con las centrales sindicales. El PSOE no debe actuar desde la imposición unilateral de los dictados del Fondo Monetario Internacional, ni el resto de fuerzas políticas deben secundarle en este camino ni con el voto a favor, ni con la abstención, que en este caso concreto tiene el mismo valor que un sí rotundo. Las consecuencias de la crisis económica no pueden recaer sobre los colectivos más vulnerables, ni atentar contra derechos sociales y laborales reconocidos e irrenunciables.
Zapatero está condenando a toda una generación a la precariedad y a los bajos salarios, cuando no a la pobreza, cada vez más extendida en nuestro entorno más cercano. Así no se crea empleo, ni se mejora el que aún existe. La reforma laboral y el recorte de prestaciones sociales son el precio que el PSOE ha pagado hasta la fecha para salvar el capitalismo. Y aún así no es suficiente. La voracidad del mercado neoliberal no conoce límites y ahora reclama retrasar la edad de jubilación y aumentar el periodo de cotización para poder acceder a una pensión. Zapatero, como alumno aplicado, obedece a su amo.
Por ello, es necesario redoblar la lucha y apostar por la movilización y la presión permanentes. La huelga general de ayer no debe ser un punto de llegada, sino un punto de partida. Está en juego nuestro futuro y hay que ganar esta batalla. Zapatero y el PSOE no pueden decidir sobre nuestras vidas; tenemos voz y tenemos voto. Hablemos alto y claro, y denunciemos a quienes nos mienten, nos engañan y nos quieren hacer pagar una crisis que ellos han creado por su prepotencia y soberbia. Después, cuando llegue el día, votemos en coherencia y no demos nuestra confianza a quienes sabemos, por experiencia, que siempre terminan abusando de ella.