Los regímenes autoritarios pueden ser bastante complejos e incluso contar con un espectro de mecanismos de participación democrática, como puede verse en Uganda o Azerbaiyán. La República Islámica de Irán, establecida tras una revolución popular que derrocó al régimen del sha, es una buena muestra de cómo en Estados que podrían calificarse como “dictaduras” el poder no está necesariamente concentrado en unas pocas manos, sino repartido entre toda una gama de actores que compiten o cooperan según sus intereses. Este artículo indagará en la estructura gubernamental y las divisiones ideológicas en el seno del régimen con la intención de entender las complejidades y contradicciones de la política iraní, que en ocasiones se proyectan en las relaciones internacionales —por ejemplo, con el líder de la Guardia Revolucionaria amenazando a EE. UU. mientras el presidente Rohaní trata de salvar el acuerdo nuclear a toda costa—.
La afirmación de que Irán es un régimen autocrático dominado por los ayatolás es una verdad a medias. Es cierto que el líder supremo debe pertenecer al clero chií. Del mismo modo, la mayoría de los líderes políticos y de los presidentes elegidos en las urnas ―con excepciones notables, como Mahmud Ahmadineyad― han sido ulemas ―juristas islámicos— de mayor o menor rango. Sin embargo, la Revolución islámica no la realizó solamente el clero ―ni todo el clero apoyó el movimiento―, y esto se refleja en la estructura del régimen iraní y en el reparto del poder tras la muerte de Jomeini.
Para ampliar: “El nacimiento de una república islámica”, Alejandro Salamanca en El Orden Mundial, 2018
Tras derrocar al sha, Jomeini y sus seguidores trataron de aplicar su programa político ―el “gobierno del alfaquí” o del jurista islámico― y durante la elaboración de la Constitución se aseguraron de que las principales posiciones de poder legislativo y judicial estuvieran en manos de ulemas afines, a la vez que se organizaban para concurrir a las elecciones constituyentes. No obstante, tras la muerte de Jomeini, a pesar de que todas las posibles amenazas a la continuidad del jomeinismo habían quedado neutralizadas, quedó claro que los ulemas no eran los únicos actores en la lucha por el poder. Las milicias que se encargaban de aplicar la justicia revolucionaria y velar por el cumplimiento de las restricciones de vestimenta, no integradas por clérigos, sino por seglares, acabaron institucionalizándose y acaparando un poder cada vez mayor, especialmente tras la guerra con Irak.
Al mismo tiempo, la parte de la población que había apoyado la revolución y no había salido perjudicada ―es decir, los que no se habían exiliado ni habían sido purgados y conservaban su empleo o habían mejorado sus condiciones gracias a los nuevos servicios sociales― esperaba poder articular sus demandas mediante las elecciones, especialmente cuando Jomeini fue sustituido por Jamenei, un ayatolá adepto a los principios de la revolución islámica, pero con poca categoría religiosa. A pesar de que el estamento religioso jomeinista se reserva el derecho de vetar candidatos electorales, la participación democrática en procesos más o menos limpios es una importante válvula de escape para mitigar movimientos de protesta como los de 2009 o 2018. No obstante, el poder del electorado está bastante limitado, como se verá.
Para ampliar: “Irán después de Jomeini”, Alejandro Salamanca en Desvelando Oriente, 2016
La estructura del régimen iraní
Irán combina instituciones marcadamente autoritarias con algunos órganos elegidos mediante elecciones democráticas. En la cúspide del organigrama iraní se sitúa el líder supremo, jefe de Estado religioso con amplios poderes. Aunque según la Constitución de 1979 el líder supremo debe ser el gran ayatolá ―o marya― con mayores credenciales religiosas, este requisito se modificó en 1989 para permitir la elección de Jamenei para el puesto; Jamenei, por tanto, no llegó al poder por su trayectoria religiosa, sino por su lealtad al jomeinismo. El líder supremo es elegido por la Asamblea de Expertos, una cámara compuesta por unos 80 ulemas elegidos en elecciones cada ocho años —la última vez, en 2016—. Jamenei mantiene un elevado grado de control sobre la política iraní y sobre cómo se elegirá su sucesor, ya que el líder supremo designa personalmente al jefe del poder judicial y a la mitad del Consejo de los Guardianes. Este consejo, entre otras labores, aprueba o rechaza las candidaturas para los distintos procesos electorales, por lo que actúa como un filtro que selecciona únicamente a aquellos candidatos que no amenazan los principios de la revolución.
Las instituciones elegidas mediante elecciones democráticas son los órganos de gobierno local ―Ayuntamientos y alcaldías―, la cámara legislativa, la Asamblea de Expertos y, finalmente y de forma más significativa, el presidente del Gobierno, que no es elegido de forma indirecta por el Parlamento, como en otros países, sino que sale directamente de las urnas. Las elecciones presidenciales y parlamentarias suelen contar con una participación superior al 70%, lo que demuestra que los líderes electos suelen contar con un fuerte apoyo popular. En ese sentido, el presidente de Irán ejerce como contrapeso de las instituciones no elegidas, aunque su poder de maniobra está muy limitado por la composición parlamentaria, el poder judicial y el propio líder supremo. Aunque el Consejo de los Guardianes y el líder supremo siguen teniendo poder de veto, las elecciones suelen ser limpias, con una excepción significativa: en las presidenciales de 2009 ―en las que Ahmadineyad fue reelegido― hubo acusaciones de fraude electoral y millares de iraníes salieron a las calles durante semanas para exigir la repetición de los comicios.
Este esquema se complica si añadimos instituciones como la Guardia Revolucionaria, un cuerpo militar independiente ―es decir, no supeditado al resto del Ejército iraní y bajo las órdenes directas del líder supremo― con su propia marina y armada, así como agencias de información, fundaciones y empresas propias. El resultado es un Estado complejo en el que varias facciones rivalizan por controlar las distintas instituciones, tanto en los procesos electorales como mediante intrigas internas. Las alianzas políticas cambian con cierta frecuencia y, a pesar de que existen partidos formales, en muchas ocasiones suelen presentarse como coaliciones, lo que dificulta resumir la política interna iraní.
Para ampliar: “La Guardia Revolucionaria de Irán, defensora de la república islámica”, David Hernández en El Orden Mundial, 2018
La división ideológica en el seno del régimen
La prensa en español suele distinguir entre dos grandes tendencias políticas en Irán: los “reformistas moderados”, partidarios de la apertura y el diálogo con Occidente, y los “ultraconservadores”, decididamente chovinistas y opuestos a los acuerdos con Europa y EE. UU. Esta clasificación es problemática, no solo por la ambigüedad de los términos y el juicio de valor que esconden, sino también porque simplifica en extremo las posiciones de los actores iraníes, cuya complejidad ideológica queda reducida al mínimo.
Es cierto que la política exterior juega un papel fundamental en los encajes entre facciones, pero no es el único elemento que considerar. La distinción entre moderados y ultras responde realmente a las posiciones en cuanto a la diplomacia, pero no recoge las divisiones en cuanto a gestión económica o aperturismo en materia de derechos y libertades. Ahmadineyad, presidente entre 2005 y 2013, era habitualmente caracterizado como un ultraconservador por su agresiva retórica antioccidental. Sin embargo, fue el primer presidente no perteneciente al clero y defendía una mayor intervención del Estado en la economía, en línea con sus orígenes humildes y sus simpatías por la Guardia Revolucionaria y los huérfanos de la guerra con Irak. Por otra parte, Rafsanyaní ―presidente entre 1989 y 1997― y Jatamí ―1997-2005― favorecían el entendimiento con Occidente y se incluían en el campo de los “moderados pragmáticos” a pesar de encontrarse en extremos ideológicos opuestos.
Una caracterización más precisa y neutra que permite comprender mejor la política iraní diferencia dos ejes. El primero, específicamente iraní, centrado en la legitimidad del poder, va desde la teocracia al republicanismo: los teócratas defienden que la soberanía recae en Dios y que el gobierno del alfaquí es un precepto divino que debe ser defendido a toda costa, mientras que los republicanos sostienen que la legitimidad del régimen se debe al apoyo popular, por lo que tratan de reformar las instituciones para canalizar el descontento y dar mayor participación a la ciudadanía.
El segundo eje es la tradicional división entre izquierda y derecha: los primeros apoyan la intervención estatal en la economía y la redistribución de la riqueza y los segundos defienden el libre mercado, la economía capitalista y un Estado no intervencionista. El resultado son cuatro espacios políticos: teócratas de derechas e izquierdas y republicanos de derechas e izquierdas. Si bien esta división es más teórica que práctica —a lo largo de su carrera los políticos iraníes cambian a menudo de posición y las distintas facciones se alían o enfrentan en función de los resultados electorales o la situación internacional—, se trata de una clasificación útil para caracterizar los apoyos de cada posición y ubicar algunas figuras importantes.
La derecha teocrática es popular entre los mercaderes del bazar y el clero tradicional que apoyó la revolución y la creación de la república islámica. Los representantes más famosos de esta tendencia son el actual presidente del Parlamento iraní —desde 2008— y la Asociación de Clérigos Combatientes, organización que en la actualidad domina la Asamblea de Expertos. La izquierda teocrática, fiel a los principios de la revolución, pero con planteamientos anticapitalistas, tiene el apoyo de muchos miembros de la Guardia Revolucionaria, así como de las clases menos favorecidas en las ciudades y las provincias. El miembro más prominente de esta facción es el expresidente Ahmadineyad y uno de los muchos grupos que la forman son los Ayudantes de Hezbolá, una milicia paramilitar famosa por reprimir manifestaciones contra el régimen. En la actualidad, la creciente influencia de los autoproclamados “innovadores revolucionarios” augura un futuro relevante para esta tendencia.
La derecha republicana, centrada en el desarrollo económico del régimen y su apertura al comercio exterior, está liderada actualmente por el presidente, Hasán Rohaní; otro representante célebre de esta línea política fue el expresidente posrevolucionario Akbar Rafsanyaní. Esta tendencia tiene apoyo entre muchos empresarios y funcionarios de clase media, además de tecnócratas y otros ciudadanos que han recibido educación en Occidente. Finalmente, la izquierda republicana, de tendencias socialdemócratas, está sustentada por parte de las clases medias urbanas, estudiantes y grupos a favor de los derechos de las mujeres. El expresidente Mohamed Jatamí y el excandidato presidencial Mir Hosein Musaví —hoy bajo arresto domiciliario por su labor al frente del Movimiento Verde, una oleada de protestas contra el supuesto fraude electoral de 2009― son las dos figuras principales de esta tendencia. Si bien muchos republicanos de izquierdas son parte de la oposición al régimen y no pueden participar en las elecciones, otros son tolerados por el Consejo de los Guardianes y, de algún modo, cooptados e incorporados a las instituciones del régimen.
Para ampliar: Power and Change in Iran: Politics of Contention and Conciliation, Daniel Brumberg y Farideh Farhi, 2016
Competencia y cooperación
En ocasiones, instituciones y actores políticos con ideologías no del todo compatibles cooperan para defender sus intereses comunes. Por ejemplo, la apuesta del régimen iraní por alcanzar un acuerdo con las potencias occidentales no fue una decisión unilateral del presidente Rohaní, sino que se trató de un pacto entre los republicanos de derechas y teócratas conservadores próximos a Jamenei, que esperaban que la situación económica nacional mejorase con el levantamiento de las sanciones y así minimizar el riesgo de protestas. Los principales opositores del acuerdo nuclear, aparte de algunos elementos intransigentes de la derecha clerical, son los miembros de la izquierda teocrática, especialmente los altos cargos de la Guardia Revolucionaria, que ven cómo sus intereses económicos se ven amenazados por la inversión extranjera, ya que las fundaciones que controlan —bonyades— se benefician de un mercado cautivo y no resistirían la competencia exterior.
Rohaní, en ese sentido, ha intentado maniobrar y congraciarse con la derecha teocrática en un momento en el que la situación económica y social de Irán es bastante delicada. A principios de 2018 alcanzó un acuerdo con el presidente del Parlamento para dotar de estabilidad a su nuevo Gobierno. No obstante, está perdiendo el apoyo de la izquierda republicana que lo ha acompañado desde 2013. Los políticos y partidos de esta tendencia están intentando organizarse de forma independiente, aunque sus posibilidades son limitadas dado el poder de veto del Consejo de los Guardianes sobre las candidaturas. Mientras tanto, se suceden las dimisiones en el gabinete de Rohaní, quien trata de designar como nuevos ministros a tecnócratas cercanos a la Guardia Revolucionaria. En un momento en el que las sanciones estadounidenses amenazan algunas de las fundaciones dominadas por la Guardia Revolucionaria y en que la popularidad de Rohaní está bajo mínimos, quizá presenciemos nuevos reajustes y alianzas en el panorama político iraní, lo que a su vez puede llevar a un cambio en la diplomacia de la república islámica.
Para ampliar: “La crisis política y económica de Rohaní”, Alejandro Salamanca en El Orden Mundial, 2018
La lucha por el poder en Irán fue publicado en El Orden Mundial - EOM.