Los recursos de los que disponen los animales para sobrevivir son limitados. El alimento, el refugio o una pareja con la que aparearse, son bienes muy preciados por los que en muchas ocasiones no queda más remedio que luchar para poder conseguirlos. La disponibilidad de recursos es la que condiciona el crecimiento de las poblaciones, que se regulan naturalmente según la abundancia o escasez de los mismos. Por otra parte, estos recursos no suelen distribuirse homogéneamente sino que se localizan en ciertas zonas discretas dentro del hábitat. Puede tratarse de frutos en un árbol, de peces en una charca o de hembras de urogallo en un cantadero.
En las rías y estuarios, la marea baja es el momento elegido por muchas aves para alimentarse. A las garcetas comunes (Egretta garzetta) les gusta pescar en las pequeñas charcas que aparecen entre el limo, donde los peces quedan atrapados al bajar el nivel del agua. No hay tiempo que perder, en unas pocas horas, la marea subirá, los peces se dispersaran y ya no será tan sencillo capturarlos. Esta concentración de alimento en lugares concretos suele dar lugar a agrupaciones de estas aves y no es raro que surjan disputas entre ellos para elegir los mejores sitios. Normalmente suele ser suficiente con intimidaciones o amenazas para que los individuos dominantes desplacen a los subordinados sin necesidad de luchar, pero si las fuerzas están igualadas y el alimento es escaso, el enfrentamiento está asegurado.
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