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La Lucha por Sudáfrica: Británicos y Zulúes

Por Ciencia
La Lucha por Sudáfrica: Británicos y Zulúes Por qué los hombres blancos quieren comenzar por nada? ¿Por qué el gobernador de Natal me habla sobre mis leyes? ¿Acaso voy yo a Natal y le dicto a él las suyas?». Así respondió el rey zulú Cetshwayo a las exigencias de las autoridades británicas en África del Sur para que disolviera su temible ejército. Los británicos pretextaban que Cetshwayo había cometido actos de crueldad contra su propio pueblo y contra los europeos, pero la verdadera razón de su hostilidad era otra: en su progresiva ocupación de todo el sur de África, no podían tolerar la amenaza que representaba un pueblo guerrero como el zulú, que desde hacía sesenta años había constituido un verdadero imperio. Las presiones continuaron, y a finales de 1878 el Alto Comisionado británico en la zona, sir Henry B. Frere presentó a los zulúes un ultimátum. El 6 de enero de 1879, sin esperar a que éste expirase, el general Chelmsford invadió Zululandia al frente de 17.000 hombres, la mayoría de ellos veteranos de la metrópoli, además de un importante contingente de tropas auxiliares de Natal, africanas y europeas. Divididos en cuatro columnas, comandadas respectivamente por los coroneles Wood, Pearson, Glyn y Durnford, debían converger sobre la capital zulú, Ulundi, en lo que todos pensaban que sería un paseo militar; el primer choque con los zulúes, en Nyezane, así parecía anunciarlo. Con sus cañones de 7 y 9 libras, cohetes, ametralladoras Gatling y el eficaz fusil Martini-Henry, provisto de una temible bayoneta, además de la caballería y los habituales sables, espadas y lanzas, la superioridad armamentística de los británicos era aplastante. Los zulúes oponían sus armas tradicionales: el iklwa, una «lanza» de asta corta y hoja larga, prácticamente una espada, así como grandes escudos, mazas, hachas y jabalinas. También poseían bastantes fusiles, aunque de modelos antiguos, con llave de chispa o de pistón. La fuerza de los zulúes radicaba en su capacidad de movilizar a una gran masa de guerreros, hasta 50.000, y en la táctica ofensiva ideada por el rey Chaka, fundador del imperio zulú a principios del siglo XIX, llamada «cuernos de res»: mientras el centro, el «pecho», atacaba, los «cuernos» rodeaban al enemigo por los flancos hasta vencerlo en una cerrada lucha cuerpo a cuerpo.
El 20 de enero, la columna comandada por Glyn, en la que iba Chelmsford, llegó a un punto de Zululandia llamado Isandlwana. No era una posición difícil de defender, pero Chelmsford, tras un reconocimiento somero del terreno, decidió no fortificarla con zanjas o parapetos, en contra de las normas del ejército colonial. Fue el primero de los errores que cometió el comandante en jefe, confiado en que sólo pasarían allí un día y en los informes que le aseguraban que en la zona sólo había pequeños grupos de zulúes. Poco después, Chelmsford cometió su segundo error: al enterarse de que un grupo explorador se había topado con «el enemigo» creyó, equivocadamente, que lo atacaba el grueso del ejército zulú y salió del campamento con unos 2.500 hombres para llevarle refuerzos.

La gran derrota británica

Entretanto, sin que los británicos lo supieran, el ejército zulú, al mando del muy capaz Ntshingwayo y de su segundo, Mavumengwana, se estaba aproximando a Isandlwana. Allí habían quedado 1.170 efectivos, incluidos 421 africanos, cifra que aumentó hasta los 1.700 tras la llegada de la reserva africana de Durnford; todos estaban al mando del teniente coronel Henry Pulleine. Poco después de la partida de Chelmsford, los británicos escucharon un fragor «como el de un tren» y de inmediato contemplaron horrorizados la llanura frente a ellos ocupada por los regimientos zulúes, en total unos 20.000 hombres. El asalto no se hizo esperar. Al grito de «¡Matad a los hombres blancos!», los guerreros zulúes se abalanzaron en oleadas sucesivas contra el campamento enemigo. Los comandantes británicos estaban convencidos de que con las nutridas y precisas descargas de fusilería, la artillería y los cohetes, la guarnición podría repeler cualquier asalto de los africanos. Pero los británicos habían organizado una línea defensiva demasiado delgada y, además, enseguida tuvieron problemas con el defectuoso aprovisionamiento de municiones. Los británicos tan sólo pudieron resistir unas horas. Al atardecer no quedaba un solo defensor en Isandlwana: quien no había podido huir había muerto. Al volver al lugar, al finalizar el día, las tropas de Chelmsoford se encontraron con un espectáculo desolador: «Había muertos por todas partes. Todos estaban mutilados [...] Un niño tambor colgaba de un carromato por los pies: le habían cortado el cuello. Había dos combatientes muy juntos: el zulú tenía una bayoneta atravesada en el cráneo; el hombre blanco, una lanza clavada en el pecho. Vimos imágenes semejantes en todo el campo». En total, las pérdidas británicas ascendieron a 1.329 soldados: 858 europeos y 471 auxiliares nativos. Sólo 60 europeos escaparon con vida. Los británicos perdieron 52 oficiales, cuatro más que en la batalla de Waterloo. Pero los zulúes, pese a su victoria, no salieron mejor parados: murieron unos 2.000, víctimas de las bayonetas y el fuego británicos, aunque algunos autores elevan la cifra a 3.000, incluyendo a los heridos, muchos de ellos rematados por los soldados ingleses. El mismo día 22, por la tarde, se produjo otro choque, apenas diez kilómetros al oeste de Isandlwana, en Rorke’s Drift, un puesto defensivo británico en territorio de Natal, en la frontera con Zululandia. Deseoso de repetir la hazaña de Isandlwana, un lugarteniente de Cetshwayo, Dabulamanzi, cruzó con sus hombres la frontera y rodeó la guarnición. La desproporción de efectivos era incluso mayor que en la batalla anterior: 4.000 zulúes frente a un contingente británico de 140 europeos, ya que un destacamento de soldados nativos había desertado. Los zulúes, además, pudieron utilizar 100 o 200 fusiles Martini-Henry del millar que capturaron a los británicos en Isandlwana, y que dispararon desde una colina cercana. Pero en esta ocasión los mandos británicos, en especial el teniente Chard, fortificaron adecuadamente la posición, que en teoría era más difícil de defender que la de Isandlwana, y repelieron durante doce horas los sucesivos ataques africanos. Finalmente, tras sufrir un elevado número de bajas, unas quinientas, y exhaustos por haber comido precariamente en las últimas 72 horas, los zulúes se retiraron a las cuatro de la mañana del día 23. Por parte británica hubo tan sólo quince muertos, muchos por disparos de bala. Once de los supervivientes recibieron las más altas condecoraciones por parte del gobierno británico, también para «exorcizar» el fracaso de Isandlwana.

El fin del imperio zulú

Cuando Cetshwayo conoció las bajas de ambas batallas se lamentó: «Han clavado una lanza en el vientre de la nación zulú». El rey había comprendido bien que el golpe más duro lo habían recibido los suyos. Pese a ello, la conquista no fue tarea fácil para los británicos. En Ntombi perdieron 79 hombres al ser derrotados por los swazi de Mbilini, aliados de los zulúes. Días después morían otros doscientos británicos en un choque en Hlobane. Y unos meses después caía en una escaramuza Napoleón Luis Eugenio, hijo del antiguo emperador francés, que se había alistado como voluntario en el ejército británico. Pero para entonces la máquina militar británica ya había impuesto su ley. En la batalla de Khambula, el 29 de marzo, los zulúes perdieron dos mil hombres, y unos días después cayeron otros mil en Gingindlovu ante los fusiles y ametralladoras de Chelmsford. En la última batalla de la guerra, en Ulundi, el 4 de julio de 1879, los zulúes apenas pudieron resistir media hora; sufrieron mil bajas, por apenas diez muertos y 69 heridos europeos. Al mes siguiente, Cetshwayo era capturado por los británicos. Con él, el mítico reino zulú llegaba a su fin.
Fuente: nationalgeographic ZONA-CIENCIA

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