El 20 de enero, la columna comandada por Glyn, en la que iba Chelmsford, llegó a un punto de Zululandia llamado Isandlwana. No era una posición difícil de defender, pero Chelmsford, tras un reconocimiento somero del terreno, decidió no fortificarla con zanjas o parapetos, en contra de las normas del ejército colonial. Fue el primero de los errores que cometió el comandante en jefe, confiado en que sólo pasarían allí un día y en los informes que le aseguraban que en la zona sólo había pequeños grupos de zulúes. Poco después, Chelmsford cometió su segundo error: al enterarse de que un grupo explorador se había topado con «el enemigo» creyó, equivocadamente, que lo atacaba el grueso del ejército zulú y salió del campamento con unos 2.500 hombres para llevarle refuerzos.
La gran derrota británica
Entretanto, sin que los británicos lo supieran, el ejército zulú, al mando del muy capaz Ntshingwayo y de su segundo, Mavumengwana, se estaba aproximando a Isandlwana. Allí habían quedado 1.170 efectivos, incluidos 421 africanos, cifra que aumentó hasta los 1.700 tras la llegada de la reserva africana de Durnford; todos estaban al mando del teniente coronel Henry Pulleine. Poco después de la partida de Chelmsford, los británicos escucharon un fragor «como el de un tren» y de inmediato contemplaron horrorizados la llanura frente a ellos ocupada por los regimientos zulúes, en total unos 20.000 hombres. El asalto no se hizo esperar. Al grito de «¡Matad a los hombres blancos!», los guerreros zulúes se abalanzaron en oleadas sucesivas contra el campamento enemigo. Los comandantes británicos estaban convencidos de que con las nutridas y precisas descargas de fusilería, la artillería y los cohetes, la guarnición podría repeler cualquier asalto de los africanos. Pero los británicos habían organizado una línea defensiva demasiado delgada y, además, enseguida tuvieron problemas con el defectuoso aprovisionamiento de municiones. Los británicos tan sólo pudieron resistir unas horas. Al atardecer no quedaba un solo defensor en Isandlwana: quien no había podido huir había muerto. Al volver al lugar, al finalizar el día, las tropas de Chelmsoford se encontraron con un espectáculo desolador: «Había muertos por todas partes. Todos estaban mutilados [...] Un niño tambor colgaba de un carromato por los pies: le habían cortado el cuello. Había dos combatientes muy juntos: el zulú tenía una bayoneta atravesada en el cráneo; el hombre blanco, una lanza clavada en el pecho. Vimos imágenes semejantes en todo el campo». En total, las pérdidas británicas ascendieron a 1.329 soldados: 858 europeos y 471 auxiliares nativos. Sólo 60 europeos escaparon con vida. Los británicos perdieron 52 oficiales, cuatro más que en la batalla de Waterloo. Pero los zulúes, pese a su victoria, no salieron mejor parados: murieron unos 2.000, víctimas de las bayonetas y el fuego británicos, aunque algunos autores elevan la cifra a 3.000, incluyendo a los heridos, muchos de ellos rematados por los soldados ingleses. El mismo día 22, por la tarde, se produjo otro choque, apenas diez kilómetros al oeste de Isandlwana, en Rorke’s Drift, un puesto defensivo británico en territorio de Natal, en la frontera con Zululandia. Deseoso de repetir la hazaña de Isandlwana, un lugarteniente de Cetshwayo, Dabulamanzi, cruzó con sus hombres la frontera y rodeó la guarnición. La desproporción de efectivos era incluso mayor que en la batalla anterior: 4.000 zulúes frente a un contingente británico de 140 europeos, ya que un destacamento de soldados nativos había desertado. Los zulúes, además, pudieron utilizar 100 o 200 fusiles Martini-Henry del millar que capturaron a los británicos en Isandlwana, y que dispararon desde una colina cercana. Pero en esta ocasión los mandos británicos, en especial el teniente Chard, fortificaron adecuadamente la posición, que en teoría era más difícil de defender que la de Isandlwana, y repelieron durante doce horas los sucesivos ataques africanos. Finalmente, tras sufrir un elevado número de bajas, unas quinientas, y exhaustos por haber comido precariamente en las últimas 72 horas, los zulúes se retiraron a las cuatro de la mañana del día 23. Por parte británica hubo tan sólo quince muertos, muchos por disparos de bala. Once de los supervivientes recibieron las más altas condecoraciones por parte del gobierno británico, también para «exorcizar» el fracaso de Isandlwana.El fin del imperio zulú
Cuando Cetshwayo conoció las bajas de ambas batallas se lamentó: «Han clavado una lanza en el vientre de la nación zulú». El rey había comprendido bien que el golpe más duro lo habían recibido los suyos. Pese a ello, la conquista no fue tarea fácil para los británicos. En Ntombi perdieron 79 hombres al ser derrotados por los swazi de Mbilini, aliados de los zulúes. Días después morían otros doscientos británicos en un choque en Hlobane. Y unos meses después caía en una escaramuza Napoleón Luis Eugenio, hijo del antiguo emperador francés, que se había alistado como voluntario en el ejército británico. Pero para entonces la máquina militar británica ya había impuesto su ley. En la batalla de Khambula, el 29 de marzo, los zulúes perdieron dos mil hombres, y unos días después cayeron otros mil en Gingindlovu ante los fusiles y ametralladoras de Chelmsford. En la última batalla de la guerra, en Ulundi, el 4 de julio de 1879, los zulúes apenas pudieron resistir media hora; sufrieron mil bajas, por apenas diez muertos y 69 heridos europeos. Al mes siguiente, Cetshwayo era capturado por los británicos. Con él, el mítico reino zulú llegaba a su fin.Fuente: nationalgeographic ZONA-CIENCIA