Sí algo nunca ha de faltar a la luna son enamorados.
Cuando está llena, lobos y coyotes aullan su nombre al cielo. Mariposas nocturnas tratan de alcanzar su tenue luz, como sí la vida dependiera de ello. Incluso enamorados hombres cantan al astro celeste, mientras sueñan que la regalan a mujeres sin duda alguna terrestres.
Pero la luna, serena y dulce luna, a ninguno de aquellos ama. Sueña desde el cielo con aquel toro bravio que pasa días y noches en soledad.
Seguramente la luna a de ser mujer, pues no confiesa su amor al macho toro. Silenciosa, va dejando aquella redondez y poco a poco dibuja sobre ella un sutil llamado que tarda el toro en comprender. Aquella sonrisa de luna no es más que el dibujo que hace la luna con su llamado.
La ama el toro cuando está menguante, y la ama también cuando está creciente. Pero cuando es luna nueva y desaparecida está en el cielo, se enloquece el toro, y brama desesperado. Tanto la anhela, tanto la espera, que de su espalda salen alas y trepa al cielo en su búsqueda.
Y en aquella noche oscura luna y toro se aman en secreto. Nadie los ve, pues sin luz de luna no distinguen nada los ojos indiscretos.