Revista Religión

La luz de la fe en la historia. la encíclica colegiada de dos papas

Por Joseantoniobenito

LA LUZ DE LA FE EN LA HISTORIA. LA ENCÍCLICA COLEGIADA DE DOS PAPAS

LA LUZ DE LA FE EN LA HISTORIA. LA ENCÍCLICA COLEGIADA DE DOS PAPAS

Me impresiona el uso frecuente de la palabra "historia" (39 menciones) o memoria (25), recuerdo, olvido, temporal, día a día…, llegando a decir que "La fe nos abre el camino y acompaña nuestros pasos a lo largo de la historia (n.8). Romano Guardini escribe que «la Iglesia es la portadora histórica de la visión integral de Cristo sobre el mundo" (n.22). De la primera ojeada a la encíclica subrayo algunos textos, especialmente aquellos que tienen que ver con la memoria, con la historia…para que no se nos olvide.

Al estar en fiestas patrias, me viene al recuerdo el salvador encuentro entre el historiador peruano José de la Riva Agüero (1885-1944) -quien profesaba ideas teístas racionalistas- y el filósofo vasco afincado en Salamanca Don Miguel de Unamuno (1864-1936), "hereje de todas las herejías". Como acudiese el primero en busca de consejo, el Maestro salmantino llega a aconsejarle en carta personal (10-I-1910):

"Lo que me dice de sus preocupaciones religiosas me recuerda mis 25 años. También yo pasé por un período de positivismo, mejor aún de fenomenismo. Salí de ello por impulsos de sentimiento...Los estudios históricos le darán a usted una fe, confío en ello. La fe que se pierde estudiando filosofía abstracta se recobra estudiando historia. Dios se revela en la historia, no en la naturalez"a.

Leamos con paz y sosiego esta encíclica de nuestros dos papas, Benedicto XVI –el pontífice de la fe-, Francisco- el papa de la esperanza, y llenémonos de luz y de certeza para amar de verdad, haciendo de nuestras vidas un magníficat. Si la primera parte nos recuerda que "hemos creído en el amor", la segunda la necesidad de la verdad para comprender,  la tercera transmitir fielmente lo que hemos recibido por la Tradición viva de la Iglesia, y cuarta, "Dios prepara una ciudad para ellos", una ciudad en la que impere el bien común, en familia, dando fuerza y confortando en el sufrimiento, confiados mirando a María, bienaventurada, madre de la iglesia, madre de los creyentes.

Nos propone figuras históricas, protagónicas, testigos de fe: Abrahán, Moisés... "como  esta memoria no se queda en el pasado, sino que, siendo memoria de una promesa, es capaz de abrir al futuro" (n.9). Tales personajes no son personas aisladas sino representantes de un pueblo, el de Israel: "la luz de la fe está vinculada al relato concreto de la vida, al recuerdo agradecido de los beneficios de Dios y al cumplimiento progresivo de sus promesas" (n.12).

La fe no es algo subjetivo y mental, sino completamente objetivo y real. Requiere de una conversión y pasa por el encuentro personal con Dios: "Creer significa confiarse a un amor misericordioso, que siempre acoge y perdona, que sostiene y orienta la existencia, que se manifiesta poderoso en su capacidad de enderezar lo torcido de nuestra historia. La fe consiste en la disponibilidad para dejarse transformar una y otra vez por la llamada de Dios. He aquí la paradoja: en el continuo volverse al Señor, el hombre encuentra un camino seguro, que lo libera de la dispersión a que le someten los ídolos" (n.13).

La fe cristiana está centrada en Cristo y en confesar que es el Dios humanado, resucitado. "La historia de Jesús es la manifestación plena de la fiabilidad de Dios. Si Israel recordaba las grandes muestras de amor de Dios, que constituían el centro de su confesión y abrían la mirada de su fe, ahora la vida de Jesús se presenta como la intervención definitiva de Dios, la manifestación suprema de su amor por nosotros. La Palabra que Dios nos dirige en Jesús no es una más entre otras, sino su Palabra eterna" n.15)

La mayor prueba para fiarse de Cristo es su pasión, su vida ofrecida: "Juan introduce aquí su solemne testimonio cuando, junto a la Madre de Jesús, contempla al que habían atravesado (cf. Jn 19,37): « El que lo vio da testimonio, su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis » (Jn 19,35).

Nada hay tan contundente para la fe cristiana que el dar testimonio del Resucitado: "En cuanto resucitado, Cristo es testigo fiable, digno de fe (cf. Ap 1,5; Hb 2,17), apoyo sólido para nuestra fe. « Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido" (n.17)

Crecen cada vez más los relativistas, los indiferentes. "Los cristianos, en cambio, confiesan el amor concreto y eficaz de Dios, que obra verdaderamente en la historia y determina su destino final, amor que se deja encontrar, que se ha revelado en plenitud en la pasión, muerte y resurrección de Cristo" (n.17)

Pero la fe no es algo meramente intelectual, sino vivencial: «Creemos en » Jesús cuando lo acogemos personalmente en nuestra vida y nos confiamos a él, uniéndonos" (n.18)

Tampoco es algo individual sino corporativo. "El creyente aprende a verse a sí mismo a partir de la fe que profesa: la figura de Cristo es el espejo en el que descubre su propia imagen realizada. Y como Cristo abraza en sí a todos los creyentes, que forman su cuerpo, el cristiano se comprende a sí mismo dentro de este cuerpo, en relación originaria con Cristo y con los hermanos en la fe" (n.22).

La fe se hace entonces operante en el cristiano a partir del don recibido, del Amor que atrae hacia Cristo (cf. Ga 5,6), y le hace partícipe del camino de la Iglesia, peregrina en la historia hasta su cumplimiento. (n.22)

Reviste gran interés la relación establecida con términos decisivos: Verdad-libertad, justicia-paz… "Sólo en cuanto está fundado en la verdad, el amor puede perdurar en el tiempo, superar la fugacidad del instante y permanecer firme para dar consistencia a un camino en común. Si el amor no tiene que ver con la verdad, está sujeto al vaivén de los sentimientos y no supera la prueba del tiempo. (n.27) Otra experiencia es el campo del dolor. "Mediante la experiencia de los profetas, en el sufrimiento del exilio y en la esperanza de un regreso definitivo a la ciudad santa, Israel ha intuido que esta verdad de Dios se extendía más allá de la propia historia, para abarcar toda la historia del mundo" (n.28). Pero lo importante es el aquí y ahora. "Con su encarnación, con su venida entre nosotros, Jesús nos ha tocado y, a través de los sacramentos, también hoy nos toca; de este modo, transformando nuestro corazón, nos ha permitido y nos sigue permitiendo reconocerlo y confesarlo como Hijo de Dios (n.28)

Hay una estrecha relación también entre el ver y el escuchar que se encuentran en la persona de Cristo: "La luz de la fe es la de un Rostro en el que se ve al Padre" (n.30)

Necesidad de retomar la relación correcta entre el fe y la razón, como ya hiciera San Agustín. El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos (n.34).

El mundo contemporáneo silencia, evita las experiencias de Dios, sin embargo, como los Reyes magos "El hombre religioso intenta reconocer los signos de Dios en las experiencias cotidianas de su vida, en el ciclo de las estaciones, en la fecundidad de la tierra y en todo el movimiento del cosmos. Dios es luminoso, y se deja encontrar por aquellos que lo buscan con sincero corazón. (n.35)

El pasado de la fe, aquel acto de amor de Jesús, que ha hecho germinar en el mundo una vida nueva, nos llega en la memoria de otros, de testigos, conservado vivo en aquel sujeto único de memoria que es la Iglesia (n.38)

El despertar de la fe pasa por el despertar de un nuevo sentido sacramental de la vida del hombre y de la existencia cristiana, en el que lo visible y material está abierto al misterio de lo eterno (n. 40).

El papa señala varios peldaños o puentes para transmitir la fe: El Bautismo,
Eucaristía, en el día a día (la liturgia), la oración del Señor, el Padrenuestro, la conexión entre la fe y el decálogo..

45. En la celebración de los sacramentos, la Iglesia transmite su memoria, en particular mediante la profesión de fe Quien confiesa la fe, se ve implicado en la verdad que confiesa. No puede pronunciar con verdad las palabras del Credo sin ser transformado, sin inserirse en la historia de amor que lo abraza, que dilata su ser haciéndolo parte de una comunión grande, del sujeto último que pronuncia el Credo, que es la Iglesia. Todas las verdades que se creen proclaman el misterio de la vida nueva de la fe como camino de comunión con el Dios vivo

46. En la celebración de los sacramentos, la Iglesia transmite su memoria, en particular mediante la profesión de fe.

49. La continuidad de la memoria de la Iglesia está garantizada y es posible beber con seguridad en la fuente pura de la que mana la fe. (n.49)

51. Precisamente por su conexión con el amor (cf. Ga 5,6), la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz.

52. En el camino de Abrahán hacia la ciudad futura, la Carta a los Hebreos se refiere a una bendición que se transmite de padres a hijos (cf. Hb 11,20-21). El primer ámbito que la fe ilumina en la ciudad de los hombres es la familia.

53. En la familia, la fe está presente en todas las etapas de la vida, comenzando por la infancia: los niños aprenden a fiarse del amor de sus padres.

54. Desde su mismo origen, la historia de la fe es una historia de fraternidad, si bien no exenta de conflictos. Dios llama a Abrahán a salir de su tierra y le promete hacer de él una sola gran nación, un gran pueblo, sobre el que desciende la bendición de Dios (cf. Gn12,1-3). A lo largo de la historia de la salvación, el hombre descubre que Dios quiere hacer partícipes a todos, como hermanos, de la única bendición, que encuentra su plenitud en Jesús, para que todos sean uno

55 La fe ilumina la vida en sociedad; poniendo todos los acontecimientos en relación con el origen y el destino de todo en el Padre que nos ama, los ilumina con una luz creativa en cada nuevo momento de la historia.

57. La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres

58. El sufrimiento nos recuerda que el servicio de la fe al bien común es siempre un servicio de esperanza, que mira adelante, sabiendo que sólo en Dios, en el futuro que viene de Jesús resucitado, puede encontrar nuestra sociedad cimientos sólidos y duraderos

60. Nos dirigimos en oración a María, madre de la Iglesia y madre de nuestra fe.

¡Madre, ayuda nuestra fe!

Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.

Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.

Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.

Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.

Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.

Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.

Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.

Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.


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