"Es indudable que la lectura —esa lectura lenta que reclamaba Nietzsche para los grandes textos, pero también la lectura sin más excusa que el placer de conversar con los grandes escritores, y abrir nuestro horizonte emotivo y mental— está en claro declive en la sociedad de nuestros días, esa sociedad tan «líquida», tan «unidimensional», tan desdeñosa del pasado y orientada hacia otros medios técnicos y masivos de comunicación e información, y dominada por el consumo desenfrenado y continuo de imágenes y noticias audiovisuales."
La Universidad también se ha apuntado a este carro utilitarista. En una situación económica en la que cada vez resulta más complicado encontrar un empleo estable, tiene cierta lógica que la formación se vaya orientando cada vez más a las demandas de las empresas y se vayan dejando de lado los estudios humanísticos, considerados frecuentemente poco rentables y fuente de frustraciones para sus alumnos, porque con ellos difícilmente se van a ganar la vida en el futuro. Todo esto nos empobrece como sociedad. Dar de lado a las enseñanzas de los que nos precedieron afecta gravemente a nuestra comprensión crítica del mundo. Se está criando a una generación de especialistas en un solo campo, que apenas tienen interés en ver más allá de su propia especialización.
Pero la mejor invitación a leer los clásicos no se basa en la erudición que pueden proporcionar, sino en el mero placer que provoca acercarse a ellos, en descubrir cómo el conocimiento y los mitos que nos rodean tienen sus orígenes muchos siglos atrás. Ya lo dijo Borges:
"Clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones, o el largo tiempo, han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos, y capaz de interpretaciones sin término."