La luz de luna entró por la ventana,
tocó apenas el libro
y levantó la tapa.
Un resplandor. Un brillo...
Un rayo de cristal movió las páginas
donde el señalador sobresalía
como una espada.
De pronto, entre las sábanas,
un caballo rosado, pequeñito,
que tenía
un cuerno caramelo
en medio de su frente,
cabalgó hasta la almohada.
- ¡Hace frío en mi cuento! -
me susurró al oído.
Le hice un sitio en la cama.
Duraznos en almíbar
parecían sus ojos
cada vez que la luna lo alumbraba.