La luz que se fue

Por Belen
Creo que no me alcanzan las letras para expresar lo que siento. Leía no hace mucho que el tiempo nos hace comprender mejor los sucesos pasados, no puedo estar más de acuerdo. El tiempo es el compañero perfecto en este viaje de la vida, es tu bálsamo, tu consuelo, y quien te da la felicidad ... o te la quita. El cúmulo de experiencias da perspectiva a los hechos, por mucho que duelan. Así ha sido, y así seguirá siendo. 
Hoy hace siete años que me convertí en madre por vez primera, de madrugada, en silencio, en la oscuridad de la noche, alumbrada por un frío foco, parí a un hijo que se llevaron y no vi, parí un hijo que una hora después murió. Y aunque negué aquella maternidad en un inicio, no pude menos que rendirme a la vida y a su significado. Ya no había marcha atrás, por mucho que doliera, por muy desgarrada que se me quedara el alma, el milagro de la vida había llamado a mi puerta y se convirtió en mi obsesión. 
Le pérdida de un hijo nunca se supera, te acostumbras a vivir con ello y aprendes a mirar la vida con otros ojos. Pierdes la inocencia y desde ese momento conoces la doble cara de la maternidad. Es lo más hermoso que te puede suceder y al tiempo lo más desgarrador. Pero a pesar del riesgo, del miedo, del dolor, quieres repetir porque sabes que merecerá la pena. Y porque lo llevamos tatuado en nuestros genes, no podemos ni debemos evitarlo.
Cometí muchos errores durante y después de aquella pérdida. Yo me movía en una nebulosa de confusión. Era como si aquello no me estuviera sucediendo a mi, como si todo fuera un mal sueño, algo irreal. Pero por más que me pellizcaba allí estábamos, afrontando la situación más dura que nos había tocado vivir. Recuerdo el momento en que papá sin complejos y yo decidíamos dejarle ir, porque por más que nos empeñáramos en retenerle, no era su momento. Suspendieron la medicación, las contracciones volvieron y el trabajo de parto comenzaba. Un parto para el que no estaba preparada, un dolor que me partía en dos, un dolor que no quería ni sabía controlar.
No vi a mi bebé, no le acompañé, ni tuve valor de hacerlo ni nadie supo guiarme, guiarnos en aquel trance. Nadie nos cogió la mano para enseñarnos y comenzar nuestro duelo. Fuimos a tientas, a oscuras, aprendiendo solos y sujetándonos el uno al otro. 
Hoy soplo una vela por aquel bebé que se fue. Él nos enseñó la grandeza de la ma/paternidad, la necesidad de dar vida que todos tenemos. Y nos dio fuerzas para levantarnos y continuar, a pesar del golpe. Mi vientre vacío me hizo comprender que mi vida debía ser diferente. Y hoy mirando atrás veo que gracias a él he conseguido lo que quería: un proyecto de vida distinto. Y el gran beneficiado de todo ello es mi segundo hijo, mi Rayo, el sol que ilumina mis días
Soplo esta vela mientras te doy las gracias, hijo mío, por llegar a nuestras vidas y enseñarnos el camino.