Ultimamente, he sufrido ¿o recibido? porque no ha sido en modo alguno doloroso, 3 grandes deslumbramientos, no de Sartre, Foucault, Derrida, Negri, Jürgen Habermas, Umberto Eco, Gianni Vattimo y demás englobados dentro de la rúbrica del pensamiento débil, sino de gentes que salen todos los días a la calle, como yo, con el alma herida por todos estos ultrajes que los hombres y mujeres de mi país están recibiendo de una serie de criminales sinvergüenzas, me refiero a Xavier Traité, Alberto Garzón y Rafael Narbona, por orden cronológico de mi conocimiento.Son gente joven, muy joven, casi, si se comparan conmigo, adolescentes pero con una profunda experiencia vital que les ha llevado adonde ahora se encuentran.Los 3 han nacido para la expresión, quiero decir que dominan de una manera casi milagrosa el arte de expresarse, de comunicarse, de transmitir lo que sienten y piensan con una facilidad inaudita.Cuando leí por 1ª vez a Traité quedé asombrado, por su conocimiento vivo de la historia, por la profundidad de sus análisis y por la facilidad increíble con la que comunicaba lo que pensaba y sentía.También, claro está, porque lo que él piensa y siente es lo que pienso y siento yo. Su análisis de la historia, con mucho más conocimiento de causa, la historia es, si no su profesión, sí su vocación, es paralelo al que yo hago, excepto en el punto final de su razonamiento, de su discurso: él piensa que este caos vertiginoso de corrupción, criminalidad y canallería tendrá su propia solución interna, por el propio desgaste de las fuerzas canallescas que lo impulsan; opina, creo, que la Historia es una especie de “ritornello”, se desenvuelve en una serie de ciclos temporales que son, en sí mismos, efímeros, algo parecido a lo que explicó hace ya tantos años, el primero de mis maestros, Aristóteles, cuando nos relataba la forzosa evolución de las formas de gobierno, a través de la Historia: monarquía, tiranía, aristocracia, oligarquía, democracia, demagogia.Aunque no siempre, en la evolución de las formas de gobierno, se siguen inexorablemente todos los eslabones de la cadena, lo cierto es que, a grandes rasgos, las cosas históricamente parece que suceden más o menos así.Y esta idea, sigo creyendo yo, es la que motiva el optimismo histórico de Xavier Traité. En España las cosas se van a solucionar casi automáticamente porque no puede ser de otra manera, los canallas corruptos que nos desgobiernan, acabarán ellos solitos por irse a la mierda precisamente por eso porque, como no acabarán nunca de saciar su inextinguible avaricia, provocarán el hartazgo del pueblo que o votará en masa a otras fuerzas menos corruptas y canallescas o iniciará una revolución.Alberto Garzón, además de profesor universitario, es político profesional y está encuadrado en el partido del que yo formo, espiritualmente, parte desde hace muchos, muchísimos años. Es marxista comunista porque la gente buena e inteligente, si además es honesta, no puede ser otra cosa. El otro día, yo lo llamaba por aquí, sin ninguna originalidad, la gran esperanza no sólo roja sino general de esta hermosa gente española, que tanto está sufriendo con esta canalla que nos desgobierna.Alberto Garzón da un paso más no sólo en el pensamiento sino también en la estrategia; para él, la evolución de la forma de gobierno en este desdichado país no sólo va a tener transición política pacífica sino que es inevitable, por lo que él se ha posicionado ya de una manera clara a la expectativa de que se produzca este cambio.Y, por último, ha aparecido por aquí, por mi mundo, Rafael Narbona.Es, como Alberto, también profesor, en este caso de filosofía, aquél lo es de economía, tal vez la diferencia de las ciencias que profesan sea la que ha marcado inexorablemente su distinta posición ante las historia.Narbona piensa como yo, creo, que la evolución de las formas políticas nunca es en realidad pacífica, entre otras cosas, porque los que tienen el poder nunca lo ceden voluntariamente, y todo esto de las elecciones no es sino la forma que la ultraderecha ultrafascista y mafiosa que es dueña del mundo ha adoptado para cumplir el canallesco axioma de lampedusa: es preciso que todo cambie para que todo siga igual, porque de esta manera se despojará a la izquierda de la última bandera que le resta.Si hay que decir que somos demócratas, se dice; si hay que vender la moto de que creemos que todos los individuos somos iguales ante la Ley, se afirma y ya está (el engendro que ahora ocupa la jefatura del gobierno, sólo es eso, un engendro, una excrescencia maligna y monstruosa que incluso se permite el lujo de predicar y defender la desigualdad, tildando a la aspiración de todo ser humano a la igualdad de una pretensión envidiosa); se hace todo lo que sea preciso para conservar ese poder absolutamente perverso que está empujando al mundo hacia su propia destrucción puesto que llegará, indefectiblemente, el momento en que las masas irredentas tengan también acceso al armamento nuclear y se rebelarán necesariamente contra esta dominación tan injusta como intolerable.