La luz testimonial de los finales de fiesta en la poética de Fernando Vanegas

Publicado el 05 junio 2013 por Javier Flores Letelier

Un hombre pasa mirando el suelo y se pregunta por la tristeza

Hay cosas hermosas por
ahí, entre las fiestas y
los libros, entre la arena y
el agua, cosas hermosas,
yo las he visto alguna vez.

***

Lo que tengo para contar no es lo que quiero contar.
Escribí de la lluvia sobre la cara
de las mujeres y de las noches más largas de este siglo.
Voy a hablar de cómo sale el sol a lo lejos en la playa,
del día en que desperté y lo primero frente a mí
fue un cuerpo desconocido.
 
Voy a hablar y a hablar
hasta que me haga viejo, más viejo, tan viejo
como las historias que iré soltando a la calle como si alguna
vez las palmas de mis manos hubieran tocado una arena
diferente a la que me traen las ventiscas. Ahora el tiempo será
otra cosa y lo medirán otros relojes. Mi sangre será otra sangre.
Mi país será el que me derrote
como antes, como ahora.
Ando, porque es eso lo que hace el que se va de casa, ando, ando lejos,
tan lejos que si volteo mi lengua será solo mía entre tantas otras
que no logro comprender. Busco dentro de mí el viaje
que juré hace años y vuelvo a jurarlo, confiando en mí,
a pesar de las huellas y la costumbre.
 
Voy a volverme la mentira que sueño desde niño,
lo prometo.

***

Hay una sola estrella en el cielo esta noche,
debe ser la única que está encendida.
 
Si cierro los ojos,
se apaga.
 
Si cierro los ojos,
me apago.

***

Decido escribir aunque mi imagen en el espejo no sea alentadora. Me siento sabiendo que de mí lo que queda es más bien poco. He brillado hasta caer dormido queriendo conocer lo claro de la luna. Dibujé un hogar entre las piedras para no tener que marcharme otra vez. He sido. Hoy no hay más que la verdad de mis huesos, la verdad de las palabras tan necesarias como el agua. He sido y mi historia la conté hace tiempo.

***

He visto entre los árboles tu pelo que ondeaba con el viento,
te he visto creyendo que la vida son apenas tres días,
lentos y soleados, en una ciudad distinta a la que siempre ves por la mañana,
dándolo todo con una valentía extranjera a las
reglas de un sobreviviente.
Te he visto ondear como ondea el viento,
te he visto viento, vida y mañana.
He visto entre los árboles tu pelo que ondeaba con el viento
mientras tus ojos se llenaban del primer amanecer que veían en años,
caminando de vuelta a donde debías estar,
perdiéndote, cayendo como siempre,
siendo quien derrama la sangre que no tiene
porque quiere volverse ligero como los días lejos de la tierra.
He visto entre los árboles tu pelo que ondeaba con el viento
justo antes de perder tu rastro, de que tus huellas las cubriera una arena
que viene de más lejos que tú, te he visto entre los árboles,
y te recordaré siempre
como el único hombre que amó la verdad tanto como la amaba yo.

***

Volveremos, otra vez la distancia será cosa de poemas
otra vez los sueños serán el pan
y olvidar será lo que mejor hagamos.
No habrá amanecer tan valiente para mandarnos a casa,
le gritaremos a la noche pidiéndole que nos tire
lo mejor que tenga
y reiremos contentos porque nada vale nada.
 
Volveremos, felices,
pero la tristeza también es eso.

***

Cada noche recuerdo esas noches de antes y siento cómo el tiempo hace de las suyas en mi frente y en mis manos y en mis palabras y en la terrible imposibilidad de escribir hasta que amanezca. De no querer poner una línea tras otra para que cuenten lo que hicimos en secreto escondiéndonos del frío en chaquetas largas y viejas que nunca parecieron nuestras. Recuerdo y porque recuerdo no quiero que recuerde este papel, porque me mira y me dice que estoy aquí, que está conmigo y que fuera de él el pasado no es más que esta misma línea que me niego a admitir como hija de la verdad, como mi hija, como lo mejor que queda de lo mejor que fuimos.

***

No eres aquél
congelado en el color de una fotografía
en una tarde de mayo cuando el tiempo
ya nos había enseñado que el futuro
y nosotros éramos la misma cosa. No somos
de lejos esos que llevaban los desafíos
en la mirada. Los caminos nos pasaron
por el pecho y cambiaron el orden de nuestras estrellas.
Somos otros que se aman
como alguna vez lo hicieron
los niños viajeros que apenas salían de casa.
 
 

Fuegos artificiales

Me estoy pudriendo
de adentro hacia afuera,
del corazón a la piel.

***

Claro que a veces los poemas
son una canción,
otras son los gritos con los que te llenas
de ganas para salir a la calle buscando
otra vez el camino.
 
A veces uno no puede escribir,
no tiene tiempo ni corazón,
no tiene ganas ni aliento,
no tiene nada,
pero igual escribe.

***

Que la brisa te traiga
y puedas quedarte,
sabiendo que contigo
ya no estoy solo.
Ahora tú eres el mar.

***

Mira cómo se maquillan los raspones
esos niños, cómo viven sin mirarse las heridas
los muchachos de la fiesta. Tienen
hambre y tienen música, tienen hambre
y sus canciones hablan de seguir bailando,
eternamente fugaces. Nacieron en medio
del tiempo más sucio de la historia nacional,
los muchachos de la fiesta que sólo saben mirar
en la calle una ida, esos que están esperando
prenderse una vez y arder hasta que la noche
sea clara,
que no quieren ser tan largos,
que no quieren durar más que sus canciones,
 
que quieren apagarse
rápido y fuerte y solo bailar
con la cabeza echada atrás mirando las estrellas
y sabiéndose más bellos.
 
Los muchachos bellos,
los muchachos que parecen tener en los oídos
melodías raras que los hacen caminar despacio
sin mirar el camino ni la dirección.
 
Esos que salen cada noche
hambrientos y coloridos dejando por donde pasan
un rastro de historias que nadie contará nunca. Es de ellos
el futuro, serán ellos los héroes, y por eso celebran
desde ahora la miseria que encontrarán cuando bajen
la mirada de los árboles hasta el suelo donde morimos
lentamente los demás que no supimos cuándo pasó
nuestro tiempo.
 
Cada noche les deja una arruga nueva en la cara,
muchachos de rumba y alegría, no recuerden
nunca que están tristes, no hagan memoria
otra vez, no escriban en las paredes
que están solos. Dejen que la noche
y ese ritmo de rumba que tiene el viento
se lo lleve todo. No aprendan a pedir perdón.
Brillen tanto como alguna vez nos dijeron que nadie podía.
Muchachos de la fiesta, de la rumba, de la noche,
muchachos que no preguntan nunca a dónde van,
sigan yendo a donde los gritos sean altos, despierten
a todo el que quiera dormir en paz, mueran cuando amanezca
y prometan nacer cuando la canción empiece.
 
Han alcanzado el cielo sin saberlo.
Míralos, su vida acabará pronto,
se marchitará de tanta tristeza olvidada.
Míralos, solo tendrán un día,
pero ese día será de fiesta.

***

Preguntaron qué había pasado
y yo respondí que todo era culpa de las palabras.
Me preguntaron por qué y les dije
que como siempre
había seguido el camino que me indicaban las historias,
que esa noche se me vinieron encima las calles
y las montañas, que bebí un traguito más
porque el calor estaba duro
y la suerte estaba caliente. Mis amigos
estaban tocando canciones, bailando,
por eso un traguito más
para alegrarme de ver a los míos
alejarse de par en par hacia otra parte,
un traguito más y uno más
hasta poder pararme y renunciar a la noche,
hasta saber que repetir una y otra vez la misma canción
no hace más largo el día. Les conté de las risas
y de cómo todos estábamos contentos
de recordar el primer día, la primera fiesta, el primer abrazo.
Me preguntaron si no me daba pena llegar así,
tan sucio, tan tarde, si no me daba vergüenza despertarlos a todos
a esa hora de la madrugada cuando la gente buena sueña,
y yo dije que sí, que me daba pena, que moría de la vergüenza
pero que seguramente en un rato se me olvidaba eso también.
Quisieron una disculpa,
yo de disculpas no sé mucho,
respondí,
pero ustedes en todo esto tampoco son unos expertos.
Quisieron saber con quién estaba
y la verdad es que
estaba sólo con mis amigos
y ellos estaban solos conmigo.
Preguntaron si acaso sabía qué hora era y yo
les dije que no, pero que si querían podía
contarles cuántas estrellas tenía en los bolsillos,
podía enseñarles a oler el mar desde lo alto
de unos brazos hermanos,
que no sabía si había hecho mucho escándalo
pero del dolor de un amigo podía
echarles un cuento.
Me acusaron de vago, y respondí
que sin duda más de una vez había vagado,
me llamaron vagabundo,
y les dije que sonaba mejor viajero.
 
Siguieron hablando y seguí contándoles
de la distancia que hay de una esquina a otra cuando el camino es lo de menos,
de cómo se estiran las horas, de lo bonita que se pone la ciudad cuando llueve.
Siguieron ahí, preguntando,
y yo seguí hablando de la noche mientras la olvidaba por completo.

***

En algún lugar
de este poema
estoy yo.

***

En los días buenos me la imagino
como un tipo flaco
y macilento sentado en la barra
del bar de siempre, un tipo
que bebe del whisky más barato
porque está verdaderamente triste
de todo y de él mismo.
Imagino en los mejores días que me levanto
de mi mesa de siempre y poco a poco,
controlando el mareo, me acerco a ese tipo
y le digo gritando dos o tres
cosas que llevo por dentro desde hace tiempo.
Lo empujo, le digo maricón y lo invito a afuera
por los golpes que se merece. Imagino,
que me voy al baño y me salpico de agua la cara
frente al espejo mientras
me digo que ahí está, que por fin lo tengo a la mano
y va siendo hora de que alguien le dé en la madre
por cabrón. Por fin salgo y le preguntó si peleará conmigo,
y él me dirá que no, que no hace esas cosas,
y entonces le diré que yo sí
y le caeré a patadas hasta reventarlo
y hacerlo llorar como otras veces nos hizo llorar él
a mí y a ustedes.
 
Eso lo imagino en los mejores días,
en los días buenos.
 
En los malos recuerdo que la vida
no es aquel tipo del bar,
y en los verdaderamente malos
pienso que si alguien es aquel tipo,
seguramente soy yo.

***

Muero y me retiro
a una guerra de mujeres y pájaros
y colores, a una guerra que me devuelva
distinto a la casa de siempre.
Muero y me retiro
del agua que me limpia la cara
todas las mañanas como queriendo
volverme otro sin saber
que ya soy otro.
Muero y me voy y me vengo, me vivo
y me miro queriendo un aire frío contra los ojos,
queriendo caminar en cualquier dirección de cualquier ciudad
sintiendo que voy en caída libre hacia lo azul de los días.
Muero y estoy lejos de aquí, cerquita de la gente
que va por la plaza, junto a las palomas,
muero y soy el que atraviesa la calle
buscando la vida que cuentan los cuentos
de las viejas bonitas. Bonita la mañana
que acaricia las manos de los valientes.
Muero y me acurruco en mí,
me arrugo en mis propios bolsillos y me consigo
cuando busco donde no hay nada para no mentir si digo
que hay esperanza de sobra.
Muero y me vuelvo una piedra más de mi país mojado,
de mis montañas altas y no tan frías como la lluvia,
me vuelvo un día más de la república
y los que vienen tras de mí
mueren y se retiran
como yo, convertidos en piedras,
en rincones empapados y temblorosos
de la patria alegre que no muere.
Muero y me retiro cansado del calor
y de las esperas largas por escribir lo que todavía no pasa,
lo que solo en las noche más voladas soy capaz de imaginar
antes de salir corriendo. Muero, corro y me persigo,
me escapo y regreso para morir en casa,
para poder recordarlo todo.
Sólo recuerdo lo que está lejos. Mientras más cerca
está la vida más oscura se hace.
Muero y me recuerdo como a un perro
de la niñez que me obligo a traer de vuelta.
Muero y me retiro,
me retiro a una costa vacía,
a una bandera multicolor rota por la sal y los años,
lejos de todo, muy lejos,
para recordar
y sentir el sabor de lo que tantas veces
creímos olvidado, de lo que nos hizo salir
volando tras las estrellas, bailando contentos
por saltar los muros, dejando atrás los paseos
de domingo. Muero y me retiro entre los árboles,
entre las olas, entre las hojas que trae el viento
cuando pasa corriendo.
 
Muero y me retiro,
muero y me despido,
en esta noche infinita.
 
Sobre el autor
 
Fernando Vanegas. San Cristóbal, Táchira, Venezuela – 1993. Estudiante de Español y Literatura en la Universidad de Los Andes, núcleo Táchira. Ganador del concurso estadal juvenil de cuentos (Táchira, 2010). Es integrante y cofundador, junto a Jesús Montoya y Josué Calderón, del colectivo Los Hijos del Lápiz, con quienes escribió “Once poemas en los cuadernos de noviembre” (2010), poemario ganador del tercer lugar en el concurso Explosión Cultural Bicentenaria (Caracas, 2011). Invitado al Festival de Poesía de Maracaibo (Zulia, 2012). Ganador del Concurso de escritores noveles de la editorial Simón Rodríguez en la mención de cuento con Cuadrilátero (Táchira, 2012). Obtuvo una mención de honor en el Concurso de cuento de los Circuitos culturales 2012 de la Dirección de Cultura del estado Táchira (Táchira, 2012).