Conocí a Joan Payeras (Palma de Mallorca, 1973) hace un par de años. Me lo presentó mi amigo el poeta Javier Cánaves una noche que quedé con él en el paseo de Palma de Mallorca, donde viven los dos. Yo estaba allí de viaje de fin de curso con los alumnos del colegio donde trabajo. Pasamos una noche agradable hablando de libros. El año pasado me presenté con mi último poemario al premio convocado por el Café Comercial, que editaba la madrileña Vitrubio. Era la primera convocatoria de este premio sin dotación económica y resultó (como le escuché contar a sus organizadores meses después) un éxito en cuanto al número de participantes. No gané ese premio, pero me alegró ver que el ganador era aquel Joan Payeras que me había presentado Cánaves, que tan bien me cayó, con el que había intercambiado después algunas palabras por facebook, y cuya presencia como ganador acreditaba que el primer premio del Café Comercial no había estado amañado (sospecha habitual que recae sobre la mayoría de premios de poesía de este país).
El pasado 15 de marzo, cuando el libro se presentó en el Café Comercial, me apeteció pasarme a saludar a Joan. Me gusta el Café Comercial; con los precios por las nubes del Café Gijón, el Comercial es el café literario más emblemático de la capital. Sin embargo, nunca había subido a su segunda planta, al llamado Rincón de don Antonio, con su gran vista sobre la glorieta de Bilbao.
Hace unas semanas me acerqué a los poemas de La luz y el frío, unos poemas normalmente cortos, tanto que algunos caben en un tuit (que frase más posmoderna acabo de escribir).
Es éste un libro que bascula entre dos conceptos o dos imágenes fuertemente connotadas: la luz y el frío. El frío simboliza a la muerte, una muerte contemplada con la angustia del ateo, del hundimiento en la inexistencia y en la desaparición de la propia consciencia. La luz simboliza la vida, en muchos casos fragmentada en frágiles instantes inaprensibles, bellos momentos retenidos por la memoria, una memoria que inevitablemente se va diluyendo en la nada.
Ahora voy a mostrar algunos poemas del libro en los que se pueden apreciar los temas señalados en el párrafo anterior.
Sobre los instantes que se nos escapan (la luz) y la insuficiencia de la memoria para retenerlos, destaco este poema alegórico de la página 19:
El paseo
Recuerda: todo lo que queda entre un momento y otro, cogidos ambos al azar y sea cual sea la distancia que haya entre los dos, sólo es polvo y quizás, memoria. Mientras el viento apenas acaricia las hojas de los árboles, y tú me das la mano después de colocarte bien el abrigo, y en algún lugar alguien tararea la canción que suena en mi cabeza. Los coches se detienen y arrancan, se detienen y arrancan: se detienen. Prende una luz enferma, amarilla y breve, en las farolas. Hace frío. Recuerda: al final del paseo ya habrá caído la noche, y todo lo que quedará será polvo y tu modo de colocarte el abrigo y, quizás, el eco de una canción lejana perdiéndose entre los ecos del tiempo.
Algunos de los poemas poseen un carácter bastante conceptual. Destaco este de la página 53:
Música de fondo
Durante el día, la canción sonando una y otra vez como si todo se escondiera en ella: dando fe de la luz y del terror, siendo el centro donde todo converge, de donde todo parte y adonde todo llega.
Y durante la noche, la canción sonando una y otra vez como si alrededor de ella no hubiera nada, y su eco fuera el eco del centro de la nada al desaparecer sobre sí misma.
En algunos casos el poema se vuelve un tanto críptico, por lo que algunas composiciones de este libro me gustan menos que otras, como este poema que aparece en la página 22:
Habitación del solitario
La línea azul del horizonte cruza el espejo. Nunca hay rastro de huellas en las baldosas de la cripta. Nadie es capaz de descifrarte.
La línea azul del horizonte cruza el espejo. Sobre la mesa están tus credenciales. Sólo una ley: tu apuesta. Sólo un amor: tu vuelo.
Sin embargo, existe un gran número de poemas muy claros en su exposición y de gran belleza formal; destaco éste (tan a lo Juan Ramón Jiménez) de la página 70, que además sirve de paradigma de los temas principales del libro:
Tarde de enero
Pasará nuestro tiempo.
Otro invierno vendrá a cubrir de blanco los mismos montes, y en un día de sol que se parecerá a éste unas manos tan frías como las que sostienes estrecharán el hueco de otras manos. En las paredes blancas que ahora nos rodean golpearán las voces de otros hombres, y dejarán pasar la corta tarde entre estos almendros. Entonces muchos pisarán la sombra última de aquel arco de medio punto, y un perro ladrará antes de que la noche clara anuncie otro día de sol para el día siguiente, pero nosotros no, nosotros ya no estaremos entonces,
ya no estaremos nunca.
En uno de los últimos poemas se muestra de forma explícita el por qué del título, el contraste entre la luz y el frío (o lo que lo es lo mismo: la vida y la nada). Página 77:
La respuesta
Pensaste primero que la clave estaba en la arena, y en tu modo de huir siempre, en la aparente imposibilidad de apresarla. Después pensaste en la nieve y en el blanco absoluto indefinible, la ausencia de mácula, la claridad doliente hasta el silencio, hasta la ceguera. Pero era la luz: el modo definitivo que tiene la nada de llegar y desaparecer, de haber sido y dejar de ser, sin existir siquiera.
Me ha gustado La luz y el frío, me ha parecido un poemario elegante y maduro, sabio y bello en su exposición del camino hacia la inexistencia, de la fragilidad de la memoria para retener lo que fuimos. Así que la primera convocatoria del premio de poesía Café Comercial no sólo resultó ser un éxito en cuanto al número de participantes, también lo ha sido al comenzar su andadura con un destacado poemario como es éste.