La macabra idea de un filósofo en una vitrina

Por Ireneu @ireneuc

El Autoicono

Cuando a la gente de la calle le hablas de filosofía, salvo a contadísimas excepciones, el asunto les suena a dialecto coreano y más pelma que una conferencia sobre la cría del cangrejo viudo en el Yukón. Si ya solicitamos su opinión al respecto de los filósofos, en el mejor de los casos los catalogarán como de un puñado de frikis irredentos, cuando no una subespecie humana en extinción la cual merecen ser preservados en una hornacina... y tal vez no vayan demasiado desencaminados. De hecho, si van por el University College de Londres, y si paran un poco de atención por el Claustro Sur, podrán ver a un verdadero filósofo del siglo XIX dentro de una vitrina: es el Autoicono de Jeremy Bentham.

Jeremy Bentham

Jeremy Bentham (1748-1832) fue un pensador, jurista y reformador social inglés que, para la sociedad londinense del momento, si algo no era, era normal. Sus ideas de igualdad social, libertad de expresión, descriminalización de la homosexualidad, abolición de la esclavitud o abolición de la pena de muerte, entre otras libertades sociales, le habían hecho desarrollar la filosofía que se llamaría Utilitarismo y que, en pocas palabras, se reducía a que el ser humano, para realizarse, ha de hacer lo que le produzca felicidad aunque -eso sí- sin dañar a los demás... ni tan solo a los animales. Una auténtica revolución intelectual para su época.
La cuestión es que Bentham, intentaba vivir respecto su filosofía y llevar estas ideas al conjunto de la sociedad, lo que le llevó a ser muy estimado por los círculos intelectuales del momento, influyendo poderosamente en la historia del pensamiento posterior -fue uno de los fundadores del Socialismo Utópico. Esta congruencia entre pensamiento y hechos (algunos dicen que sufría Asperger) le llevó a donar su cuerpo a la ciencia -de hecho a un médico amigo suyo- con tan sólo 21 años y no solo eso, sino que dejó escrito qué era lo que se tenía que hacer con su cuerpo una vez muerto y, como era de esperar de un personaje tan peculiar, su entierro iba ser de todo menos habitual.

Thomas Southwood

Bentham, en 1830, dejó escrito a su amigo personal, y a la postre albacea, el médico Thomas Southwood, que su cuerpo fuera diseccionado en una escuela de anatomía y medicina de Londres y que, posteriormente, sus restos fueran expuestos en una urna, a vista de todo el mundo. Rara última disposición que el 6 de junio de 1832, día en que murió Bentham con 84 años, Southwood se puso manos a la obra para llevar a cabo.
El día 8 de junio, a las 3 de la tarde, y tras disección pública de su público para los alumnos de la citada escuela, se procedió a empezar los trabajos de montaje de su cuerpo. Bentham estaba obsesionado de que todo lo que se hiciera fuera en beneficio de la sociedad, por lo que entendía que quemar un cuerpo o enterrarlo en el suelo era malgastar un recurso tontamente. En este sentido, le atraía poderosamente la atención los métodos de embalsamamiento de los aborigenes de Nueva Zelanda y dispuso que su cabeza fuera preservada siguiendo sus técnicas. Del cuerpo, simplemente se aprovecharía el esqueleto.

Una réplica perfecta en cera

Dicho y hecho. El esqueleto se montó sentado en una silla, vestido con las ropas de Bentham y con su fiel bastón Dapple (nombre de Rucio, el asno de Sancho Panza, en la versión inglesa del Quijote) entre las manos. Sin embargo, en el momento de preparar la cabeza, si bien se embalsamó a la perfección, ésta perdió toda su expresión, de tal forma que Southwood consideró que presentarla así era demasiado macabro, por lo que encargó una réplica en cera a un artista francés, que utilizó cabello del mismo Bentham para hacerla.
De esta forma, el esqueleto articulado del filósofo, fue sentado en una silla, vestido con sus mejores galas y encerrado dentro de un armario/vitrina construida en madera de caoba ex-profeso para tan extravagante -pero honorable- personaje, quedando listo lo que el propio Bentham había bautizado como "autoicono".

University College of London

El autoicono quedó instalado en primera instancia en la propia consulta de Southwood, para sorpresa y escándalo de todo aquel que por allí pasaba, pero en 1850 el medico dejó aquellas instalaciones y decidió que ya había tenido bastante Bentham durante 18 años, cediéndola a la University College de Londres (UCL). La UCL lo acogió de mil amores, ya que el pensador era considerado el fundador espiritual de aquella universidad aunque no había participado físicamente en su organización, y allí quedó expuesto.

Autoicono y la cabeza

Desde 1850, el Autoicono se ha movido arriba y abajo dentro de la universidad londinense, pero durante el puritano periodo victoriano, si bien estuvo expuesto, se metió en un rincón para no perturbar la mirada de la gente por considerarlo macabro. Mismamente, la cabeza original, que estaba en un principio expuesta entre los pies de Bentham, se descubrió en 1898 que alguien la había metido en un paquete y guardado -atada con alambres- dentro de la caja torácica del filósofo. Por lo visto fue la mejor forma que encontraron para no perderla y que no dañara la "sensible" moral de la época.

La cabeza original

Durante la Segunda Guerra Mundial fue almacenado junto a miles de libros para que no se vieran afectados por los bombardeos de Londres (ver Von Braun, los oscuros teje-manejes de un Estado) y una vez acabada volvió a su ubicación, pero esta vez en una zona de más paso para que, ahora si, fuera de visita pública. El inconveniente es que los alumnos de la King's College, la escuela rival de la UCL, vieron en la cabeza real una forma de hacerles la puñeta y la "secuestraron", lo cual fue una auténtica conmoción. Por suerte, la devolvieron sana y salva, no sin antes haber tenido que pagar a una institución benéfica las 10 libras que los secuestradores habían solicitado como rescate. Por si se les pasaba por la cabeza volver a intentar semejante zarrapastrada, la UCL la cedió al Instituto Arqueológico. De esta forma estaría mejor conservado y... estaría en terreno neutral. Todo ventajas.
Desde entonces, el Autoicono de Jeremy Bentham es uno de los principales atractivos de la University College of Londres, y aunque haya almas cándidas que lo consideren un poco macabro, se trata de un peculiar homenaje a un no menos peculiar personaje que, con su particular y revolucionaria forma de pensar, seria uno de los pensadores más influyentes en todas las corrientes ideológicas que vinieron después de él.
Para meterlo en una vitrina, vamos.

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