Soy de las que miman los libros, esa que no te lo volverá a prestar si lo estropeas, la que gritará si se le cae al suelo, la que lo abraza cuando empieza a llover, pero tengo que reconocer que encuentro cierta magia en esos libros deteriorados.
Me encanta pasearme por tiendas de libros de segunda mano, porque esos libros nos cuentan dos historias, la que el escritor nos regala y la de las personas que han vivido momentos entre sus páginas. Algunos en perfectos estado nos hablan de los cuidados que fueron sus dueños o de algo peor, no los llegaron a abrir. Pero otros, esos que tienen las esquinas estropeadas, están amarillentos, tienen marcas de haber sido releídos, esos me dicen mucho más, dicen que alguien los disfrutó una y otra vez, que fueron testigos de sonrisas y lágrimas.
Algunos de ellos fueron abandonados, otros dados para algo tan noble como una causa benéfica. Pero todos tienen una segunda oportunidad. He comprado muchos de ellos, me encanta imaginar todos esos secretos que nunca descubriré y además en esas mismas hojas, disfrutar de historias ya vividas.
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