En cambio, hay libros que, además de maravillarme por sus tramas, tienen algo más: una prosa exquisita y, sobre todo, una forma de tratar los temas con la que conecto enseguida. En esto hay mucho más que unas ideas puntuales, hay un largo trabajo de perfeccionamiento de un estilo y una mente que piensa de forma parecida a mí (o, más que «pensar», que se fija en los mismos detalles que yo, que gusta de abordar las situaciones de una manera que me agrada, etc.). Estas novelas son las que me producen deseos de querer leer el resto de la obra del autor y, si veo que no me defrauda, puedo ponerle la etiqueta de «favorito».
No hablo de algo tan simple como separar escritores malos y escritores buenos: hay autores de calidad contrastada a los que no les cojo el punto (Amélie Nothomb o Haruki Murakami, por ejemplo), del mismo modo que algunos que a mí me encantan no entusiasman tanto a otros lectores. Se trata de una afinidad especial, difícil de explicar, pero fácil de sentir cuando se está leyendo a uno de los preferidos.
Rosa Montero fue una de las primeras que me transmitió esa sensación: hable del tema que hable, me fascina su capacidad tratar tantas cuestiones que hacen pensar sin que se note a simple vista. Anna Gavalda también me sedujo enseguida, con ese estilo tan suyo y elegante. Irène Némirovsky es otra que me embelesa con su prosa poderosa y su habilidad para contar mucho en pocas páginas. Entre mis últimos descubrimientos, destaco a Blanca Busquets y Begoña Oro, a las que pienso seguir la pista.
Hallar una novela excepcional es siempre satisfactorio, pero diría que encontrar a autores con los que conecto todavía me maravilla más. Me gusta referirme así a ellos: «autores con los que conecto», no «grandes autores», pues me parece que define mejor el vínculo que siento entre su obra y yo misma (aunque por supuesto que para mí son «grandes»).
Con esta entrada he pretendido hacer mi pequeño homenaje, no (solo) a mis escritores favoritos, sino a este sentimiento, esta atracción hacia su prosa y sus historias, que me parece otra de las grandezas de la lectura. Ahora me gustaría que contarais si vosotros lo percibís igual y, si queréis, que os animéis a decir los nombres de los que os han hecho sentir así.
En la imagen: Dama en amarillo escribiendo, de Johannes Vermeer (1665).