Ni siquiera la confirmación de esta última posibilidad - que desemboca en el hecho de que su vida comience a ser una breve cuenta atrás - refrena sus impulsos eróticos ni la increíble disposición que muestra el sexo opuesto a tener en cuenta de inmediato sus proposiciones:
"(...) desde que se encontraba en la situación que se encontraba, era como si todas las mujeres estuviesen a su disposición: sólo tenía que estirar el brazo y servirse. ¿Era porque ya no podía permitirse el lujo de perder el tiempo en romanticismos? ¿O porque (puesto que, comparado con el drama que estaba viviendo, el hecho de que una mujer le dijese sí o no le resultaba bastante indiferente) la ausencia de un interés obsesivo le hacía ganar puntos?"
Paralalemente a la trama de Ramón María, que ocupa la mayoría de los capítulos, Monzó nos muestra también al personaje de su hijastra, Ana Francisca, que vive con él, pero con la que apenas tiene relación. Ana Francisca, que odia a su padrastro, es una joven un poco neurótica y algo psicótica, confundida respecto a su futuro y su presente, que está empezando a pensar seriamente en matar a Ramón María.
La escritura de Quim Monzó es muy ágil, por lo que la lectura de La magnitud de la tragedia se hace excepcionalmente cómoda y ligera, pero eso no obsta para que su trama esté excesivamente estirada, llena de detalles intrascendentes y que las historias de Ramón María y Ana Francisca no casen bien respecto a la trama general que reclama el género novelístico, a pesar del final que los reúne, algo forzado. Es posible que la idea de Monzó hubiera sido más idónea para ser desarrollada mediante un relato, una especialidad en el que el escritor catalán es un consumado maestro. Si bien en sus primeros capítulos seguimos con interés y con una sonrisa en los labios las vicisitudes del protagonista, pronto los alicientes para seguir la lectura van escaseando, como cuando uno masca un chicle demasiado tiempo y cada vez es más difícil encontrar restos del sabor inicial.