La semana pasada estuve visitando a una de mis amigas más queridas. Este año hará media vida que la conozco. He visto crecer a su hija mayor, vi nacer al pequeño y hemos pasado juntas, aunque a veces en la lejanía, todas esas cosas que se supone que van forjando el carácter de uno y reforzando las amistades. Ella y su familia me abrieron las puertas de su casa y la de su nevera a mi llegada a La Laguna. Es, en fin, una parte importante de lo que soy.
Pero tenerla tan cercana hace que a veces olvide que antes de ser mi amiga fue mi maestra. Lo recordé porque la tarde que quedamos me dijo que nos veíamos mejor en el instituto, que iba a estar allí. ¿Tú no tienes turno de mañana? Sí, pero ya tú sabes cómo es esto… Efectivamente, allí estaba, enterrada entre exámenes por corregir y pilas de papeles administrativos, cosa que no le impidió recibirme con una sonrisa espléndida, la misma con la que nos daba los buenos días hace más de quince años. Cuando llegó a mi instituto era más joven de lo que yo soy ahora, y créanme que no se lo puse fácil, precisamente. Estaba lejos de su familia (lejos de todo, en realidad) pero nunca le oímos ni una sola queja al respecto. Nos daba clase en una especie de cuarto de las escobas donde se acumulaban muebles viejos y, en papel, los BOE desde 1971. Nosotros, particularmente una servidora, éramos unos seres bastante incómodos, acostumbrados a campar por el centro a nuestras anchas, lo que, cuando menos, tenía que dificultar su trabajo. Pero nos domesticó, nos enseñó durante todo aquel año con el mismo entusiasmo y la misma pasión que sigo viendo hoy en sus ojos y con tanta dedicación que es inevitable pensar que uno todavía no se lo ha agradecido lo suficiente. Mi 10 en el examen de Selectividad de su asignatura no fue más que una manera de decirle que mis penosos resultados durante el curso no habían sido culpa suya, sino de mi pasotismo. Me parece que lo entendió.
Todo esto viene al hilo de los últimos acontecimientos en Educación. Nos manifestamos a favor de la Escuela Pública, sabemos que la están desmantelando y somos conscientes de que no deberíamos permitirlo. Pero creo que todavía no hacemos lo suficiente, ni gritamos lo suficientemente alto. Hablamos de la Escuela Pública como quien habla de la Patria, o del Amor, como un algo intangible. Yo me enrabieto más cuando pienso que la Educación Pública la forman personas como mi maestra Ángela, que se dejan el alma para enseñarnos y para convertirnos en mejores personas (esto último no va incluido en el sueldo) y de los que estos miserables se quieren deshacer. Buenos serán, cuando los quieren quitar de en medio. No lo permitamos.
Fuente: 123rf.com