Plaza de toros Monumental de Pamplona. San Fermín. Segunda de feria. Lleno. Toros de Peñajara para Diego Urdiales, Luis Bolívar y Salvador Cortés.
Paquetito, un Toro, Toro, 560 kilos de guapura, con las seis yerbas -casi-, con los tres pelos, cornalón, bien de lo suyo, con estampa de otros tiempos. Le tocó en suerte, mala para Paquetito y, bien pensado, mala también para Cortés -los toros buenos desnudan a los malos toreros-. Fue el mejor toro de la interesante corrida de Peñajara, que tuvo mucho que torear en su mitad: primero, tercero y sexto, siendo la otra parte: segundo, cuarto y quinto, descastada y floja. Pero como `no se dejó´dirán -ya estan diciendo- que es porquería, de la mala...
El espanto, por harto de sustos que esté uno, y aunque el dicho afirme lo contrario, nunca se cura. Eso me producen las crónicas -desinformaciones, mejor dicho- de la corrida. Una mezcla de temor, por comprobar en manos de quién estamos, con un poco, o bastante, de asco. Todo por culpa de unos cuántos críticos sin afán de crítica, valga la tontería. Han podido sacar los siguientes defectos de la corrida: dar frenazos, cabecear, no caber en la muleta, no acabar de dejarse torear -palabras literales de Molés-, embestir con las manos por delante, la aspereza, no ser fácil, volver la cabeza, venir andando, quedarse corta, tener muchas teclas que tocar, medir mucho, pasar a su aire, sembrar incertidumbre, las hechuras, la fealdad, su comportamiento defensivo o protestar...
O sea, que del Toro, les estorba, les sobra, todo. No quieren que ande, que cornee, que ataque, que se defienda, que se quede corto, que arree, que sea difícíl... Sólo les interesan los toros que salen ya dominados y toreados de chiqueros. Todos sabemos de qué perros y de qué collares estamos hablando.
A Urdiales se le escapó el primero con probaturas, no terminó nunca de cogerle el tranquillo. A arreones, pero repetidor, no supo, porque sabemos que sí que es capaz, dejarle la muleta puesta en la cara entre muletazo y muletazo. No terminó de apostar. Con el cuarto, que no valió nada, anduvo voluntarioso y porfión, marca registrada de la casa, pero poco más. No terminan de salirle las cosas bien, ni los toros buenos por el portón de los sustos, a este buen torero riojano.
Bolívar con el peor lote, poco puedo hacer, nada más que mostrarse como un esforzado obrero comunista con la muleta. Qué manera de dar pases. De todos los colores y de todos los modelos. Pero buenos, lo que se dicen buenos, ninguno. Sigue en el limbo de los toreros: en los carteles de todas las ferias dónde se anuncia esa clase media, siendo benévolos, que ni triunfa ni fracasa, pero que es la que hace rica al empresario.
Salvador Cortés, que puede ser, con diferencia, el torero más vulgar con más partidarios por metro cuadrado, ha dejado, o se le ha escapado, un triunfo de aúpa, con Paquetito. Porque para los que no hayan visto la corrida por los preparativos balompédicos, hay que decir que el Toro tenía lo mismo de grande que de noble, tirando a bobo. Se ha dejado, y bien, humillando y con buen son, por los dos pitones. Salvador, que es torero comprendido sólo en Sevilla, por aquello de los sevillanismos, no le ha podido en ningún momento. Ni le ha dejado la pañosa puesta, ni ha podido templar a un toro que más desmayado no podía venir. Un toque brusco, cuándo el toro llegaba a la jurisdicción del torero, afeaba aún más la labor. ¿A qué venía tan desmedido toque? No se entiende, el peñajara era un deje de nobleza, incapaz de herir a una mosca con el rabo. Y Paquetito, se fue para el cielo de los toros guapos, con su inofensivo rabo, y con las dos orejas, que debieron de ser para su matador.