En los últimos años, hemos tenido noticia de cómo ingentes cantidades de plásticos se amontonaban formando enormes islas de basura en todos los océanos. Solo en la isla de basura del Pacífico se estima que flotan 87.000 toneladas de plástico, pero esto solo es la punta del iceberg, ya que se ha estimado que el 70% del plástico que llega a nuestros mares acaba en el lecho marino.
A esta contaminación "visible" hay que sumar la que no se ve, que es tanto o más peligrosa que la producida por los plásticos. Esa contaminación invisible y silenciosa está formada por multitud de residuos tóxicos, que han terminado en el mar como consecuencia de nuestra actividad industrial y que provocan una muerte lenta y silenciosa mientras se acumulan en los organismos y van pasando de unos animales a otros a través de la cadena trófica. Entre estos contaminantes se encuentran multitud de metales pesados, como el plomo, el mercurio, el cadmio o el aluminio, que una vez ingeridos a través de los alimentos, el agua y el aire que respiramos se van acumulando en nuestro organismo ya que son prácticamente imposibles de eliminar.
Estos contaminantes se acumulan en el cuerpo a través de dos procesos distintos. Mediante Bioacumulación, el nivel de tóxicos en el organismo se incrementa paulatinamente a lo largo de la vida del animal, siempre que éste siga expuesto a esos contaminantes. De esta forma, la concentración será mayor en aquellos animales de larga vida y que por lo tanto hayan estado más tiempo en contacto con ellos. El segundo proceso es la Biomagnificación, y tiene lugar cuando los contaminantes presentes en los animales van pasado a lo largo de los distintos eslabones de la cadena trófica, de forma que la concentración de los mismos será mayor en aquellas especies que ocupen los lugares más altos de la pirámide trófica.
Por si esto no fuera suficientemente preocupante, estos tóxicos debido a su pequeña tasa de acumulación por parte del ecosistema, pueden permanecer durante miles de años en el ambiente, a pesar de que sus emisiones hayan cesado mucho tiempo atrás. Un ejemplo de estos contaminantes son los Bifenilos policlorados, más conocidos por sus siglas inglesas PCBs, que son productos sintéticos derivados del cloro que se usan en revestimientos eléctricos, pinturas, adhesivos o refrigerantes, entre otros, y que han sido prohibidos en numerosos países debido a sus graves efectos sobre el medio ambiente, ya que se ha demostrado que funcionan como disruptores endocrinos, que efectan a la capacidad reproductiva y que incrementan el riesgo de padecer cáncer en vertebrados (Letcher et al., 2010).
Hace unas semanas se ha publicado un artículo en la revista Science (Desforges et al., 2018) que predecía el colapso mundial de la población de Orcas (Orcinus orca) debido a la acumulación en sus organismos de PCBs. En este artículo se analizaron muestras procedentes de 19 poblaciones de orcas alrededor de todo el mundo y se observó que aquellas que se alimentaban de presas situadas en los eslabones más altos de la cadena trófica (mamíferos marinos, atunes o tiburones), tenían mayores concentraciones de PBCs en su organismo que las que se alimentaban de peces que se alimentaban de plancton o que estaban en los eslabones más bajos de la cadena. De esta forma se confirmaba el mayor riesgo de contaminación por Biomagnificación en poblaciones como la del Estrecho de Gibraltar, cuya alimentación se basa casi exclusivamente en túnidos como el Atún rojo.
Los PCBs, al igual que el resto de contaminante acumulativos, no solo llegan al organismo a través de sus presas, sino que también pasan de madres a hijos a través de la leche materna, por lo que su concentración se incrementa con el paso de las generaciones.
Según los modelos de crecimiento poblacional, sólo las poblaciones situadas en zonas poco contaminadas, como las poblaciones residentes de Alaska, o las de la Antártida, tienen un futuro halagüeño si persisten las actuales condiciones, pero el resto de poblaciones, que se encuentran en zonas donde la concentración de contaminantes es elevada y donde además se alimentan de otros depredadores, su supervivencia a medio plazo está muy comprometida.
Según los autores de este artículo, se estima que el 80% de las existencias de PCBs a nivel mundial aún no se han destruído, a pesar de los compromisos firmados en la Convención de Estocolmo sobre los Contaminantes Orgánicos Persistentes, por lo que es necesario que se cumplan. A pesar de que las poblaciones de orcas y de otros cetáceos están en peligro por otros muchos factores, como el ruido submarino, o la reducción de la disponibilidad de presas, todas las medidas de conservación que se están llevando a cabo pueden resultar inútiles si no se ataja el problema de la contaminación, y aún así, puede que desgraciadamente ya hayamos llegado demasiado tarde para algunas poblaciones.
Y antes de terminar, no debemos olvidar que nuestra especie, al igual que las orcas, se encuentra situada en la cúspide de la pirámide trófica y que por lo tanto estamos expuestos a todos esos contaminantes, tanto mediante bioacumulación como mediante biomagnificación.
Referencias
Letcher RJ, Bustnes JO, Dietz R, Jenssen BM, Jørgensen EH, Sonne C, Verreault J, Vijayan MM, Gabrielsen GW (2010) Exposure and effects assessment of persistent organohalogen contaminants in arctic wildlife and fish. Sci Total Environ. 408(15):2995-3043
Desforges J-P. et al (2018) Predicting global killer whale population collapse from PCB pollution. Science 361: 1373-1376. DOI: 10.1126/science.aat1953