Soy un pesado y ya lo he dicho más de una vez: comienzo el año leyendo a un autor ruso del siglo XX. No me pregunten por qué. Es una manía. Seguro que ustedes también tienen las suyas. Este año quería hacerme con los cuentos de Platonov de la biblioteca, pero los horarios me jugaron una mala pasada (cierran por las tardes en Navidad) y tuve que acogerme al arriesgado plan B: leer a este desconocido Dovlatov, del que no tenía ninguna referencia. ¿Y por qué tenía entonces un libro suyo en mi casa? ¡Ah, sí, ya recuerdo! Una oferta irresistible en un Alcampo. Recuerdo que lo compré junto a un libro de Ismaíl Kadaré y junto a algún autor serbio o algo así. El libro estuvo mucho tiempo en un armario, junto a una pared que estaba afectada por la humedad de un pequeño escape de una tubería. Los volúmenes que estaban encima se echaron a perder, empapados y con todas las hojas pegadas y rompiéndose cuando intentaba separarlas. Dovlatov fue el único que resistió. Le quedaron algunos vestigios de humedad en uno de los bordes, pero es un libro todavía saludable y de cómoda lectura. En fín, soy muy estricto. El uno de enero tenía que tomar el primer sorbo de mi ración de libro ruso.
Y, bueno, vaya si mereció la pena. No me pregunten por qué he tardado tanto en escribir este artículo, pero lo cierto es que hacía mucho tiempo que no me reía con una lectura. Dovlanov es un auténtico heredero de autores como Gogol o Bulgakov y es capaz de reirse del poder soviético como pocos escritores lo han hecho. Bien es cierto que él ya no escribe sobre la época de Stalin, sino sobre los años sesenta. La represión ya no es tan dura, pero se sigue castigando a los disidentes y de hecho, tras la prohibición de publicar, terminará emigrando a los Estados Unidos (llevando sus pocas pertenencias en la maleta del título). Hay una frase al principio del libro que resume todo el sarcasmo de Dovlatov:
"Cuando era escolar, me gustaba dibujar a los líderes del proletariado mundial. En especial, a Marx. Echaba un borrón de tinta y ya se le parecía..."
Dovlatov no es un escritor que se detenga en florituras. Su escritura es directa y nada complicada. Tiene mucho que contar. Cada capítulo es inspirado por una de las prendas que lleva en la maleta, que le hacen recordar episodios de su propia vida, cuando deambulaba por un Leningrado no apto para inadaptados a la ortodoxia y el modo de vida comunista. Y la Rusia comunista no faltaban los inadaptados, que, a falta de nada mejor, se refugiaban en una buena botella de vodka.
El contrabando de calcetines puede ser un buen negocio para un hombre avispado, pero que el Estado decida de pronto fabricar estas prendas e inundar el mercado, puede provocar la ruina del mercader clandestino. Es la historia del primer cuento. Los demás siguen siendo relatos costumbristas de la vida soviética pasados por el tamiz de Dovlatov, por una aguda visión de la realidad que se toma la vida como una gran broma. Y dejo otro ejemplo. ¿Quién puede resistirse a continuar la lectura de un relato que comienza así?:
"- Esto es una locura - dice mi esposa -. ¡Vivir con un hombre que no sale únicamente porque le da pereza!
Mi esposa siempre exagera. Aunque, en realidad, siempre intento eludir preocupaciones innecesarias. Como cualquier cosa. Me corto el cabello cuando pierdo el aspecto humano. Y me lo corto al cero, para no tener que volver a hacerlo en tres meses.
En resumen, no me gusta salir de casa. Quiero que me dejen en paz...
De pequeño tenía a Luisa Guénrijovna, mi niñera. Lo hacía todo sin prestar atención, porque temía que la arrestaran. En una ocasión me puso unos pantalones cortos. Y me metió las dos piernas por la misma pernera. Me pasé todo el día así.
Tenía cuatro años y recuerdo bien aquello. Sabía que me habían vestido incorrectamente. Pero callaba. No quería volverme a vestir. Y ahora tampoco."
No lo busquen en las librerías, difícilmente lo van a encontrar. Mis amigos saben que lo tienen a su disposición, por si les pica la curiosidad.