La mamá quejica

Por Alfonsin

Para que nos vamos a engañar, ser madre no siempre es fácil. Hay días malos, días buenos, días perfectos y días terribles. Muchas veces sientes que podrías perder la paciencia con suma facilidad, pero luego te das cuenta de que no vale la pena. Porque con los niños hay que ser muy tolerantes. Ellos no saben -ni entienden- si tu día laboral fue horrible, si estás con el síndrome pre menstrual o si te sientes tan cansada que dormirías dos días seguidos si pudieras permitírtelo. Esos pequeñajos solo saben una cosa: tú eres su madre. Para ellos eso es lo más importante, saber que estás ahí  para alimentarlos, para darles un abrazo, para cuidarlos. Para ellos lo demás, es lo de menos.

Algunas veces me he sorprendido gritando como loca: «¡Swiper no robes, Swiper no robes!» mientras veo con mi hija un episodio de Dora, la exploradora y pienso en las miles de cosas que tengo que hacer. Y quisiera escapar de Montse, de Dora, de Swiper y del estúpido mono con botas que ni siquiera me simpatiza, para ponerme a escribir, hacer la colada, leer un poco, darme un baño largo, salir a tomar un café, llamar a mis amigos, escuchar una canción, abrazar al aprendiz de padre, aprender a tocar la guitarra, asistir a un taller de poesía, comprar unos zapatos nuevos, ir al centro comercial a probar todos los perfumes, bailar a solas o estar diez minutos en silencio. Todos necesitamos algún tiempo a solas de vez en cuando. Y claro, no siempre podemos darnos ese lujo. O al menos no podemos hacerlo sin sacrificar un poco de tiempo con los hijos, que también resulta difícil sobre todo cuando pasas gran parte del día trabajando. Así te estés muriendo de sueño es difícil ignorar a niña que se te aparece con las medias de sombrero para pedirte que juegues con ella.

Para cualquier madre es complicado robarle 60 minutos al tiempo para poder disfrutar. La mayoría de las mamás tuiteras vamos dando tumbos por la vida con el peque colgando de una mano y el móvil en otra, porque es la única forma de poder conectarnos un rato, informarnos e intercambiar ideas (y quejas) con otras mamis. Pero el time out, el de verdad, ese en el que podrías olvidarte del mundo, realmente es escaso. Hay que buscarlo a horas intempestivas como los sábados por la madrugada. Al menos es lo que hago yo. Mientras Montse duerme intento leer o conversar con mis amigas vía chat. Me doy un respiro para repasar la agenda, planificar la semana siguiente y ver una peli junto a mi amorcito. Comos cuando éramos novios, cogidos de la mando sin que una pequeña intrusa se meta de por medio a robarme los achuchones.

Pero como les decía al principio de este post: hay días buenos, días malos. Días con suerte en los que las horas te rinden tanto que no te lo puedes creer y te sientes afortunada. Como en este justo momento en que puedo actualizar el blog con total calma porque mi hija ha decidido leer un cuento a solas. Y entonces pienso que tal vez me quejo demasiado, que siempre hay tiempo para todo si sabemos aprovechar los instantes. Y que finalmente lo más valioso es estar ahí para los hijos, porque la vida es breve y todo lo que hagamos por ellos y para ellos será parte de su historia personal, de sus recuerdos, de aquello que marcará su vida. No quiero que Montse recuerde a una madre ausente y quejumbrosa, simplemente quiero que sepa que yo también existo para mi, pero que eso no significa que no esté siempre para ella.

Mientras termino esta reflexión escucho a la peque cantando: «Con solo cuatro añitos, crezco muy despacito ♪♫♫». Y luego una vocecita emocionada que me grita: «Mamá veeeeeeeen, que ya empezó Caillou». Oh cielos, ¡que me lo pierdo!