La manada (2/3)

Publicado el 21 noviembre 2016 por Icastico

Los hechos se produjeron en una vivienda de una urbanización barata, a las afueras de una ciudad dormitorio. Casas clonadas, repartidas en decenas de parcelas cuadradas, rectangulares; desde el aire parecería un laberinto, la pesadilla de un cartero. Pura monotonía. Tras algunos interrogatorios a pie de escenario obtuvo información de distinto interés. La víctima llevaba residiendo ahí cinco años. Una mujer introvertida pero correcta. Amable en el trato. Hacía un par de años que estaba separada. Desde entonces la frecuentaron diferentes varones, de aspecto poco tranquilizador, coincidían los vecinos. Al poco de instalarse en el domicilio el tipo de turno se reproducía la misma secuencia: gritos, golpes, objetos rotos. Vivía con una hija de 15 años. Últimamente desaparecía con frecuencia. Hubo quien emitió un juicio más elaborado según el cual Bárbara era una de esas mujeres que se niegan a reconocer la realidad. La primera hostia que reciben las desconcierta tanto que piensan que trata de un accidente. Creen que el amor que sienten por el agresor será suficiente para convertir sus golpes en caricias. Se empeñan en ser heroínas. El David que acaba con el Goliat del maltrato. No se dan cuenta de que el enemigo es implacable, que no se rinde hasta ver el terror en un ojo de su amada y sumisión total en el otro.

La relación que Sara, la hija, mantenía con la madre era muy tensa. Compañeras de clase en el IES Virgen de la Esperanza, la notaban rara. Había experimentado un cambio considerable. Se volvió hermética, triste. Hablaba poco. Estaba harta de su madre y sus parejas. Carecía de intimidad, “no puedo estar en bragas en mi propia casa”, confesó en una ocasión resumiendo su situación a una amiga. Le habría gustado ir a vivir con su padre, decía, pero había rehecho su vida con otra mujer y no le apetecía colarse en su luna de miel.

Durante las pesquisas, el comisario había descartado varios sospechosos, incluido al padre, conocido hombre de negocios. Tenía una coartada perfecta. Pasó aquella noche cenando con su nueva compañera, a 200 kilómetros de allí. Tanto el restaurante como el hotel en el que pernoctaron podrían confirmar los datos. Por su parte mostró recibos de la Visa Oro con la que pagó en ambos locales, disipando cualquier duda. Dijo no tener noticias de su hija desde hacía algún tiempo. Las pocas que le suministraba de su convivencia con la madre no le gustaban. Intentó ponerse en contacto con ella tras enterarse de la trágica noticia, sin éxito, el móvil parecía estar apagado.

Estaba liquidando el último bocado de su Burger Especial cuando sonó el móvil.

—Dime, Pablo –era su ayudante.

—Freire, ¡acaba de entrar por la puerta la hija de Bárbara! Está muy nerviosa. Para tranquilizarla le hemos dicho que la persona que lleva el caso está en camino y llegará pronto.

—Muy bien, en unos minutos estoy ahí, ¡no la dejéis marchar!.

De camino hacia la comisaría volvió a llamar Pablo.

—Acabamos de recibir el informe policial. Creí oportuno comentarte los detalles antes de que hables con Sara. El forense sitúa la hora de la muerte entre las 09:00 y 09:30 de la noche de autos. El semen pertenece a tres hombres diferentes…

—Suponía algo así –interrumpió a Pablo, en cuanto a la hora de la muerte…

—Espera, falta algo que no te sorprenderá, en una de las consumiciones han hallado escopolamina, ya sabes, la droga de los violadores que tantos problemas está causando.

—Gracias. Empiezan a encajar las piezas. Nos vemos.

Entró directo en la sala de Sara y se interesó por su estado. Intentó relajarla, “lo único que quiero es ayudarte, podrías estar en peligro”. La chica comenzó a declarar a bocajarro, sin preámbulo alguno:

—Desde que mi padre nos dejó todo se fue a la mierda. Mamá no supo encajarlo. Rellenaba su vida con hombres a granel para olvidarlo. Al poco de conocerlos los metía en casa sin importarle mi opinión, ya le había manifestado cuál era. Un par de aquellos cabrones empezó a prestarme más atención a mi que a ella. Me manoseaban a la menor ocasión a pesar de mis quejas de rechazo y asco. Lejos de ayudarme, me acusó de provocarlos. Comencé a ausentarme de casa a menudo. Deseaba desaparecer para siempre. Pretextaba trabajos escolares, excursiones, cumpleaños. No le importaba. Hace 6 meses conocí a un chico con una experiencia parecida a la mía. Enseguida conectamos. Tiene 18 años. Cuida de su abuela impedida a la que solo le queda él. Es un friki de la red. Se gana la vida con negocios online, básicamente, eso dijo para abreviar al percibir mi ignorancia. Lo puse al día de mi situación. Me ofreció ir a vivir con él, así tendría ayuda y compañía, dijo para convencerme. No lo dudé. Se lo comenté a mi madre y estuvo de acuerdo. Me hubiese dado igual lo contrario. Mi decisión era irrevocable. Se quitaba un problema de encima, ¡y una competidora!, no pude evitar pensar con dolor que esto último allanó el camino. La noche que la mataron le pedí a Dani que me acercara a recoger algunas cosas. Al llegar me crucé con tres hombres que parecían salir del domicilio, alterados. La puerta estaba entreabierta. Entré en el salón y me encontré con una escena que tardaré en olvidar…

La manada (1/3)