La mañana que nunca olvidaré

Publicado el 31 agosto 2019 por Carlosgu82

La mañana me sorprendió en aquel esqueleto de cabillas y mimbre, con sus fibras colgantes cual barba cómplice del tiempo que llevamos juntos. La densidad del jardín, heredado de mi madre, no deja penetrar el sol, sólo algunos rayos se abren paso entre el follaje y amenazan con evaporar el rocío sobre las hojas.

Si me preguntan, no recuerdo como llegué hasta la silla, ni siquiera tengo una certera imagen de a qué hora o cómo me desperté. Cosa que no comprendo, porque sí algo me han enseñado estos años, es a fijarme en los detalles. Si algo no aparece en su sitio, es porque yo mismo lo he movido de ahí; aquel espantapájaros que ahuyenta mi sueño, es la sombra de su abrigo aún colgado en el perchero y Nerón, mi único amigo, con su cola erguida siempre pronostica un buen día.

Nerón, cierto. Él fue quien me despertó. Sus ladridos son lo único que logro escuchar desde hace un buen rato. Porque sentado acá los pájaros no trinan, únicamente los veo representar escenas mudas para mí, tampoco escucho el habitual concierto de percusión de tazas, platos y ollas en casa del vecino. Debo estar enfermo, quizá sea fiebre. Tal vez deba tratar de dormir un poco.

Cómo dormir si este animal sigue su estruendosa batalla contra quién sabe qué. Mi ánimo es poco menor que mis fuerzas, sino iría a averiguar qué le pasa a Nerón. Grito para acallar al perro y mi voz es un simple vacío que forma una nada en la garganta. Cada ladrido comienza a ser un alfiler clavado en mi cabeza. La batalla de Nerón ya no parece ser tan distante, podría jurar que se disputa con otro animal el yunque, el martillo y el estribo de mis oídos. Intento nuevamente gritar, el vacío se hace más grande.

Trato de ponerme en pie. Todo es luz sobre mis ojos y de un momento a otro estoy a la entrada de mi habitación con Nerón ladrando gritos de auxilio. Nuestras miradas se cruzan y parece desconocerme. Me lanza ladridos que se mezclan con mis ideas. El cuerpo me tiembla, aunque no lo veo temblar. Mi fiel amigo parece querer decirme algo, pero se me da mal este idioma de perros.

Lo siento amigo, ya no soporto, debo callarte de algún modo.

Con cada uno de esos salvajes ladridos devorando mis aturdidos sentidos, corro –o al menos eso creo– hacia la mesa de noche. Escudriño dentro de ella tratando de encontrar la solución. El viejo revólver de papá no está donde él lo dejó hace diez años. No logro entender nada.

Trato de arrancarle una idea a este desorden, me siento al borde de la cama y miro al espejo donde cada mañana arreglo mi corbata. Nerón guarda silencio. Por fin veo lo que él ve, y es que ya no me veo al espejo. El vacío ya no es en mi garganta, sino en todo lo que creía ser. Volteo la mirada sobre la cama y ahí está el que era mi cuerpo, con el revólver de papá en la mano, un disparo en la sien y la vida derramada sobre las sábanas.

Photo by Maryam Zarrabi from Pexels