La mano derecha de Willy Caballero

Publicado el 13 mayo 2014 por Trescuatrotres @tres4tres

Cierto es que el Atlético de Madrid lleva unas jornadas un tanto espeso de cara al gol, que los equipos rivales cada vez le dejan menos espacios sabedores de su capacidad para aprovecharlos, que la baja de Diego Costa es importante y que pocos pensaban que el resultado del Barça en Elche podría acompañar. Pero ayer, tarde soleada en Madrid, estadio Vicente Calderón lleno a reventar, con ambientazo futbolero y 50.000 banderitas ondeando en la grada, parecía el día marcado para cerrar el milagro de arrebatarles una Liga a Real Madrid y F.C. Barcelona.

El hecho es que tras una temporada jalonada de grandes partidos y de esfuerzos reflejados en buenos resultados, los colchoneros afrontaban este último encuentro en casa con bastante seguridad en la victoria. Sé lo que muchos pensarán, que esa es la identidad del Atleti, que lo sencillo no va con nosotros… pero es que este año parecía diferente.

Y es que tras errar algunas oportunidades y manejar el partido pero sin excesivas florituras, al Atlético de Madrid empezaron a picarle las prisas y la ansiedad. Irse al descanso aun con el empate a cero y sabiendo que el Barça tampoco conseguía mover el marcador en Elche les hizo perder la pausa, esa sangre fría que en este equipo ha sido fundamental para sobreponerse a retos importantes.

Mediando la segunda mitad y con los locales buscando huecos en la bien colocada defensa malagueña, sobrevino el desastre. Un pelotazo largo, sencillo para Alderweireld (incluso sencillo para un futbolista amateur) se coló por debajo del pie del belga, botó buscando el pico del área. Miranda y Courtois (demasiado lejos de su jurisdicción) fueron a buscar ese balón que nunca debió llegar ahí, también el delantero malaguista Samu. El visitante se adelantó a ambos colchoneros y con un suave cabezazo acabó ejecutando las ilusiones de los más de 50.000 aficionados que poblaban la grada. Quedaba más tiempo que esperanzas.

Pero el fútbol siempre da una oportunidad de reengancharse mientras queda resuello. Tras una buena mano de Caballero ante Villa, un córner botado por Sosa concedió la redención a Alderweireld, que de certero cabezazo puso el empate con un cuarto de hora por delante.

De ahí al final, más ansiedad, no demasiadas ocasiones y la certeza de que en el Martínez Valero no se iba a mover el marcador. El título estaba a solo un gol, pero no parecía fácil que llegara.

Con el descuento casi cumplido, Adrián, ese futbolista de clase infinita que durante tres cuartas partes de la temporada ha desesperado a sus aficionados, pero que está acabando muy enchufado el curso, pareció enfundarse el traje de superhéroe. Agarró un balón a la izquierda de la frontal del área, remontó hacia el centro y largó un derechazo con rosca a la escuadra contraria que detuvo la respiración de cualquier buen colchonero.

Durante esa décima de segundo muchos nos vimos en Neptuno, vimos que era posible levantarle una Liga a los todopoderosos. Soñamos… hasta que la mano derecha de Willy Caballero nos despertó.