Hace poco tuve la gran suerte de correr mi segunda maratón. A pesar de su dureza, es una gran experiencia personal, que va más allá de lo puramente físico. En mi vida he vivido pocos momentos tan emocionalmente satisfactorios como recorrer los últimos 200 metros de la Maratón de Madrid de la mano de mi hijo Álvaro: la entrada de mi mujer en la iglesia el día de mi boda, el vivir en directo el nacimiento de mis dos hijos y la entrada en la Plaza del Obradoiro tras 10 días de haciendo el Camino de Santiago. Es una sensación de plenitud y regocijo indescriptible. Es pasar de la agonía al éxtasis en segundos.
Hace tres años, cuando corrí mi primera media maratón, escribí un artículo relatando como había sido mi evolución en el mundo del running (Running: del flato a la media maratón) y explicando lo que me aportaba el correr. Pero la satisfacción de correr tus primeros 10 kilómetros o hacer tu primera media maratón, no es comparable a terminar tu primera maratón. Y eso que realmente cuando he notado la plenitud de la maratón ha sido esta segunda vez.
¡Ya soy maratoniano!
Mi primera maratón me marco, pero ha sido esta segunda vez cuando he disfrutado y vivido plenamente el sentido de correr 42,195 kilómetros. Posiblemente porque en la primera, el miedo a lo desconocido y a no saber dosificar mis energías, anestesió un poco el disfrute de la carrera; estaba centrado en acabar y punto. Pero esta segunda vez, que sabía a lo que me enfrentaba y cómo repartir mi esfuerzo, disfrute de cada kilómetro, de todo lo que me rodeaba: de las conversaciones entre los corredores, de la gente animando, de estar pendiente de chocar la mano con los niños que estaban deseosos de que los corredores chocasen las palmas con ellos, de los carteles de ánimo que la gente llevaba, como por ejemplo “TU ESFUERZO ES NUESTRO ORGULLO”, etc. Y eso que climatológicamente, la maratón fue muy dura, ya que llovió durante casi toda la carrera. Como escribió alguien en Facebook “más que una maratón, habíamos hecho un duatlón”.
Durante 3 horas y 45 minutos pasé por todos los estados emocionales posibles:
- La alegría de la salida, de correr con tantos corredores con un ambiente de running total, en un auténtico estado de comunión con todos los corredores.
- El bajón físico y mental con el muro en el kilómetro 34 con la subida de la calle Segovia y sus interminables 6 kilómetros siguientes de subida.
- La recuperación psicológica gracias al apoyo de familiares y amigos a lo largo de todo el recorrido, el ánimo de los espectadores, la solidaridad y ayuda entre corredores.
- Y la felicidad de poder recorrer los últimos 200 metros de la mano de tu hijo, y de haber acabo la maratón por segundo año!!
Y esto es único, maravilloso, formidable, inolvidable.
Siempre he admirado a los maratonianos, sobre todo cuando hace 7 años por culpa de mí cuñado Manu me metí en el mundillo de running. Su enorme capacidad física y mental para recorrer 42,195 kilómetros me asombraba y me imponía un enorme respeto, yo terminaba 10 kilómetros y estaba reventado, ¡imagínate hacer algo más de cuatro veces dicha distancia!..
La maratón es LA carrera por excelencia, la máxima aspiración de un corredor amateur, porque aunque es verdad que también están las ultramaratones (cualquier distancia superior a 42 kilómetros) no es lo mismo. La maratón me recuerda la antigua Grecia, su mitología con sus guerreros, dioses, los juegos olímpicos. Además, en mi opinión, para los que trabajamos 40 horas o más semanalmente, tenemos hijos pequeños y una mujer encantadora, la maratón es lo máximo que nuestro poco tiempo libre nos deja preparar, y aún así, tenemos que hacer filigranas para poder prepararla.
Como dicen muchos corredores, correr una maratón no te hace maratoniano, te hace finisher. Y es verdad, con esto de la moda de correr hay gente, a la que en mi artículo llamaba “pararunner”, que sólo tienen el objetivo puntual de destacar y que una vez logrado su objetivo jamás vuelve a calzarse unas zapatillas o a intentar de nuevo los 42,195 km, ¡es absurdo! Decir “yo he corrido una maratón”, en este caso, no tiene ningún valor frente al runner sacrificado y constante, donde la maratón es un hito más dentro de su pasión por correr.
EL ESPIRITU DE LA MARATON
Por eso, para mí, el pasado domingo fue un día tan especial, con mi segunda maratón, me había convertido en un maratoniano de verdad. Había logrado lo que hace 7 años me parecía un odisea (nunca mejor dicho
¡Es una hazaña increíble! El ambiente nada elitista de la maratón es un aspecto que valoro mucho con respecto a otros deportes de equipo donde se vive un sentimiento de rivalidad. Aquí, nada de nada: el ambiente es muy fraternal entre los participantes. Algunos corredores corren disfrazados o con algún distintivo de su país, otros intercambian algunas palabras con las personas que tienen a su lado durante 10 o 15 minutos en algún tramo de la carrera, otros azuzan a los espectadores para que animen más, cuando hay algún obstáculo en el camino los corredores se van avisando unos a otros, cuando alguien se para el resto de los corredores tienen palabras de ánimo para él, etc. Se corre en armonía con el resto de runners sin sentimiento de rivalidad, el rival eres tú mismo. Es evidente que los corredores profesionales y de élite salen en cabeza, van muy por delante del resto y seguramente ellos sí corren con rivalidad, pero lo que es fabuloso, es el hecho de correr la maratón, es que el corredor novato puede decir “he hecho lo mismo que ellos”. Me explico: en otros deportes como por ejemplo el tenis o el ciclismo, es imposible este aspecto de la maratón, ¿te imaginas disputar un torneo con Nadal o Djokovic o pedalear detrás de Contador o Nibali? No. Wimblendon y el Tour de Francia son inaccesibles para los deportistas amateurs, mientras que cuando corremos una maratón estamos en la misma línea de salida que el keniano Wilson Kipsang Kiprotich. Y es algo motivante cuando acabas de hacer un esfuerzo enorme, hayas corrido la maratón en 3 horas o en 6 horas, y estás exhausto, deshidratado y empapadado hasta el tuétano.
El recorrido de Madrid es particularmente difícil pero es fantástico. Para los que vivimos en esta gran ciudad, es un auténtico lujo el poder correr por sus principales arterias, dominio de vehiculos y peatones: Paseo de la Castellana, Bravo Murillo, Raimundo Fernández Villaverde, Preciados, calle Mayor, etc., pasar por delante de zonas emblemáticas de Madrid: Sol, Palacio Real, estadio Vicente Calderón (como buen colchonero no podía faltar), Museo Nacional, las plazas del Emperador Carlos V, Neptuno y Cibeles, etc. Pero sobre todo el recibir el apoyo de familiares, transeúntes y vecinos de los diferentes barrios durante los 42,195 kilómetros.
La maratón de Madrid rivaliza en dificultad con las más famosas del mundo.
De los 10 km a los 42,195 km a mi manera
Cuando empecé a quemar suela de zapatillas en el asfalto de Madrid en junio de 2008 jamás me imaginé que llegaría a correr una maratón. Lo veía como algo fuera de mi alcance, limitado a unos elegidos. Como mucho, vislumbraba el hacer una media maratón, pero en el muy largo plazo. En ese momento, me conformaba con poder hacer 10 kilómetros. Y me sucedió lo que creo que le pasa a muchos corredores: empecé con 10 kilómetros y cuando ya llevaba a mis espaldas bastantes populares, un día me dije “voy a probar a correr 12 kilómetros” (a mi me sucedió un 25 de diciembre de 2012) y vi que lo llevaba bien, entonces decidí que iba a prepararme para una media maratón, en mi caso fue la media maratón de Madrid de 2013. Ese años corrí cuatro medias maratones, y en diciembre, animado por mi cuñado Manu (otra vez él!!) me apunté a la maratón de Madrid de 2014. Es curioso, tarde casi 5 años en correr mi primera media maratón, pero sólo un año en animarme correr mi primera maratón, posiblemente, es porque lo dificil es ponerse, luego tu cuerpo te va pidiendo más y el sentimiento de sacrificio ya lo tienes interiorizado.
La maratón la preparé en tres meses y medio y a mi manera, como había hecho para correr las carreras de 10 km y de 21 km. Totalmente autodidacta, es decir, nada de fartlek, ni series, ni combinar con natación, simplemente dar vueltas a mi barrio entre semana (12 kilómetros cada vez que salía, que son tres vueltas a mi barrio) de 6:30 a 7:30 de la mañana y el fin de semana bajarme a la ribera del Manzanares para hacer tiradas más largas (14, 16, 18 kilómetros). Cada quince días iba aumentado los días de carrera entre semana y la distancia el fin de semana, y tres semanas antes de la maratón me hacía una tirada de 30 kilómetros. Esto último es fundamental, no sólo para comprobar tu resistencia física, sino también por el tema psicológico, porque te dices a ti mismo “si hoy he podido hacer 30 kilómetros, el día de la maratón, el ambiente, el correr con otros runners y por las principales vías de Madrid y el apoyo de familiares y amigos, me ayudarán a completar los 12,195 kilómetros restantes”. Y efectivamente, es así.
Soy consciente de que el fartlek, las series, hacer cuestas, ir al gimnasio para reforzar la musculatura de piernas son fundamentales para poder mejorar y bajar tiempos, pero reconozco que el poco tiempo que tengo para correr lo prefiero dedicar simplemente a correr y a ir intentado bajar tiempos a mi ritmo, sabiendo que tengo un tope. Corro por placer, por sentirme vivo. Que mejoro mis tiempos, fenomenal, que no los mejoro, también fenomenal. Esto no quiere decir que no me alegrase el pasado 26 de abril cuando vi que en mi segunda maratón mejoré mi tiempo en 12 minutos, y que mi aliciente para el año que viene es intentar bajar un poco mi marca de este año, pero sabiendo que tengo un tope del que nunca bajaré, corriendo como corro.
Cómo viví mi 2ª maratón de Madrid
Hay muchos artículos de corredores expertos sobre la maratón de Madrid, y es posible que mi relato no aporte nada especial con respecto a otras historias de esta maratón, pero me apetece dejar constancia de mi vivencia personal.
- Kilómetro 1 al 7 (Plaza Cibeles a Plaza de Castilla). La maratón empieza con una subida de siete kilómetros por el Paseo de la Castellana, desde Cibeles hasta plaza de Castilla. Son muy llevaderos ya que son los primeros kilómetros y uno va cargado de mucha energía. Pero recuerdo que cuando pasaba por delante de la Biblioteca Nacional y cruzaba la Plaza de Colón pensaba “dentro de 3 horas y algo estaré pasando de nuevo por aquí”. Recuerdo que me reía con un comentario que hacia una corredora, a la altura de Cuzco (no llevábamos ni 5 kilómetros), diciendo que “ya verás como salta algún espectador diciendo: ánimo que ya os queda poco”, y efectivamente, así ocurrió, y más de uno que lo escuchamos nos reímos.
- Kilómetro 7 al 26 (Plaza de Castilla a Príncipe Pio). Acumulas kilómetros en las piernas pero es bastante llevadero ya que aunque hay algunas subidas como antes de llegar a la Plaza de República de Argentina o Serrano (desde María de Molina a Juan Bravo), o un kilómetro de subida en Santa Engracia o en Ferraz, son compensadas con bajadas (Bravo Murillo, Raimundo Fernández Villaverde, Francisco Silvela), . En la Plaza de Argentina es impresionante mirar para atrás y ver toda esa marea multicolor de corredores bajando desde Cuatro Caminos y ocupando todos los carriles de bajada de Raimundo Fernández Villaverde. Además, pasas por uno de los mejores tramos de la maratón, desde Callao hasta empezar la subida de la calle Ferraz: Preciados, Puerta del Sol, Mayor y plaza de Oriente. El ambiente que te encuentras en Sol es increíble, hay un montón de gente que te lleva en volandas, casi no hay sitio para pasar de la cantidad de gente que hay animando ahí, ¡espectacular!.
Maratón Madrid. El tramo Preciados, Puerta del Sol, Mayor y plaza de Oriente es el más bonito y castizo de toda la maratón.
- Kilómetro 26 al 30 (La Casa de Campo). Es el periodo de transición a la verdadera maratón, es el purgatorio antes de entrar en el infierno. Parece una tontería, pero la bajada de Príncipe Pio a la Casa de Campo, me destrozo la puntera de los pies, por lo empinada que es, tenía que frenar para no hacerme más daño en los dedos de los pies. Aquí ya empezaba a notar el cansancio, me estaba acercando a la zona desconocida de “a partir de los 30 kilómetros” (mi máximo entrenamiento había sido de 30 kilómetros). Aquí empiezas a tomar conciencia de que estás a punto de empezar la verdadera maratón y que el “hombre del mazo” te está esperando en algún lugar entre los kilómetros 30 y 42. Y como aperitivo de los últimos 12,195 kilómetros, la salida de la Casa de Campo por metro Laguna es bastante empinada. Si un día normal de
El hombre del mazo o muro, te esta esperando a partir del kilómetro 30.
entrenamiento es dura de subir, ya no te digo con 30 kilómetros en las piernas.
- Kilómetro 30 al 33,5 (Salida Casa de Campo a calle Segovia). Empieza la maratón!! La salida de la Casa de Campo por Avd. de Portugal es de bajada y el tramo que va desde Paseo de la Ermita del Santo a Paseo de la Virgen del Puerto (kilómetros 30,5 al 33,5) son bastante llanas, aunque hay falsos llanos que cuando vas frescos no te importa, pero que cuando el cuerpo ya empieza a resentirse (a mi me empezaba a dolor la cadera derecha) y las piernas te empiezan a pesar, ya no sólo por los kilómetros ya acumulados sino por lo empapado que estaba tras dos horas y media de intensa lluvia, cada pequeña inclinación del terreno se hace notar. Aquí es donde yo me autoengañé pensando “vamos que sólo te quedan 12 kilómetros que es lo que tú haces cuando entrenas un día entre semana. ¡Cómo no vas a terminar!”. Recuerdo que en este tramo intentaba evitar los charcos por no decir lagunas que se habían formado en el asfalto tras tantas horas de lluvia, subiéndome a las aceras, pero llego un momento que estaba tan empapado que ya me daba igual pisar o no charcos.
- Kilómetro 33,5 al 40,5 (Calle Segovia a Plaza Marqués de Salamanca). Cuando giras en Paseo de la Virgen del Puerto para enfilar la calle Segovia ¡empieza el infierno! Una buena subida para empezar y luego todo cuesta (Paseo Imperial, Paseo de Acacias, Ronda de Atocha, Paseo de la Castellana, Recoletos, Goya, Velázquez y José Ortega y Gasset) durante casi 7 kilómetros. Aquí ya no cuenta lo físico, ya es pura resistencia mental. Ya vas viendo corredores que les ha alcanzado el hombre del mazo y van andando, otros que alternan correr un poco y andar, y otros que tiran la toalla. Yo en esos momentos tan duros solo tenía dos pensamientos en mente “ni se te ocurra andar, vete despacio pero nunca pares” y “Álvaro me está esperando en la meta para recorrer los últimos metros conmigo”. Es verdad que tuve la gran suerte de contar con el apoyo de la familia en este duro tramo: mi cuñado Manu en Acacias, mi suegra (que es como una madre para mí) con mi hija pequeña en Glorieta de Embajadores, mi querido suegro (como un padre) en Ronda de Atocha, y en la Plaza de Colón a mi amiga runner Paloma.
- Kilómetro 40,5 al 41,5 (Plaza Marqués de Salamanca a la entrada del parque del Retiro). Lo más duro ya ha pasado, desde la Plaza Marqués de Salamanca ya se divisa al fondo el cruce de Príncipe de Vergara con O’Donnell, donde se gira a la derecha para enfilar ya el parque del Retiro. Te dejas caer literalmente en el primer tramo de Príncipe de Vergara hasta la altura de la calle Ayala, ¡ya no quedan ni 2 kilómetros para la meta!. Luego hay una pequeña subida hasta O’Donnell pero ya no importa, el empezar a saborear ya la victoria te da la energía que tus piernas ya no tienen. A medida que vamos llegando a la meta aumenta el número de espectadores que animan
- Kilómetro 41,5 al 42,195 (el parque del Retiro). Entras por fin en el Retiro, en el paraíso, ¡empieza el éxtasis! Te encuentras con tres o cuatro filas de espectadores animando, que se juntan con personas que se lanzan a hacer los últimos metros con su padre, madre, hermano, amigo, etc. Al igual que en la Puerta del Sol, el ambiente te empuja. Finalmente a unos 200 metros de la llegada, cuando ya diviso la meta con su marcador encima indicando los tiempos, veo que se lanza mi hijo Álvaro a correr conmigo. Me agarra de la mano y los dos juntos con una felicidad imposible de describir cruzamos juntos la meta. Ver reflejado en los ojos de tu hijo el orgullo de correr con su padre, no tiene precio. Es un sentimiento de gozo y de felicidad tal, que no se puede describir con palabras: la satisfacción inconmensurable de compartir con tu hijo esos últimos metros de la maratón se junta con la exultación, la felicidad, el júbilo y el placer de haber terminado, de haberte convertido en un maratoniano de verdad, de no haber abandonado, de haber superado los límites de uno mismo. Y como broche final a toda esta explosión de sentimientos, el poder abrazar al final de la carrera a tu mujer, que ha sido mi gran apoyo durante estos meses de preparación y la que ha organizado toda la logística de las personas que me han animado durante la maratón, tampoco tiene precio.
Mi llegada a la meta de la maratón de madrid con mi hijo Álvaro. Un momento que quedará grabado en mi retina y mi corazón toda la vida.
Como dije al principio de este artículo, ha habido pocos momentos tan especiales en mi vida como lo vivido el pasado 26 de abril de 2015. He vencido a los dioses del Olimpo por segunda vez, ha superado sus trampas (lluvia, viento, tirones, calambres, dolor en los pies) y los cantos de sirena que me invitaban a parar, he atravesado el reino de Hades para entrar en el reino de Filípides.
Y no quiero terminar, si dar de nuevo las gracias a todos los que vinisteis a animarme en un día tan especial para mi: mis amigas runners Paloma y Uge, mis padres políticos Manolo y Lali, mi cuñado Manu y como no, mi mujer Carmen y mi hijo Álvaro. Y también a todos los madrileños y no madrileños que se echaron a la calle para animar a los corredores en un día tan desapacible, ¡MUCHAS GRACIAS!.