Sin este concepto, un producto seguirá siendo, producto y un servicio, solo un servicio. El esfuerzo que hay que realizar para ofrecer productos y servicios adquiere proporciones infinitas en un mercado que ha pasado del mercado, a la calle comercial, a la ciudad, a el país para ocupar su lugar en el espacio global.
La estructuras reclaman atención inmediata. La competitividad toca a la puerta de todas las empresas que hasta ahora, revisan, sin cesar, pequeñas o grandes bases de datos de clientes pero que se reconstruyen a la baja cuando el exterior se tambalea. Que crece, sólo, si el otro crece. Que depende, de forma constante de todo un complejo tira y afloja de precios. Que administra la impotencia a gritos dentro y fuera. Que se repliega sobre si misma, asustada, si el viento sopla en contra mirando el futuro con una absoluta desesperación. Que soborna, sin pausa, para seguir, exactamente, donde está.
Una competitiva estrecha que mira la popa, el estribor, que se aferra a un solo timón y que sólo observa la pequeñez de la nave que surca un mar embravecido. Que no dirige una mirada oteando el horizonte para encontrar el punto concreto donde dirigirse, que no toma tiempo para observar las corrientes y la dirección de las olas, se aboca al fracaso más estrepitoso.
Si el cliente es un cliente. Un producto, sólo un producto. Un servicio, sólo un servicio ¿Quién escuchará el SOS? Y si se logra llegar hasta el muelle ¿Quién celebrará el regreso?. Volver a lanzar la nave de nuevo al mar, desde cero, ese es el mismo reto repetido una y otra vez hasta la saciedad. Pero ¿no hay otros retos cuando ahora sabemos que no sólo hay una costa y media? ¿Porqué repetir siempre aquel viejo reto?
La experiencia compartida es la que genera vínculo y sin un vínculo concreto ¿Quién querrá perder tiempo en esperar?. La competitividad entendida como una carrera de velocidad, corre generando más producto, corre generando más servicios, corre hasta que tropiezas porque no se puede correr eternamente sin cometer errores, más cuando el entendimiento de este concepto se circunscribe a la simpleza del niño que juega sólo a ser más rápido.¿Porqué no cambiar la estrategia? a diferencia que tanto se busca está en la misma estructura obsoleta, se esconde en miles de detalles a los que nunca se prestó atención, rescatarlos supone un reto de proporciones mínimas en comparación a partir de un nuevo cero. Desestimar, para siempre la dependencia es un resultado apetecible. Obtener usuarios dispuestos a escuchar el SOS, a celebrar los éxitos y perder tiempo en esperar un lujo que recompensará miles de pérdidas.
Transformar la competitividad estrecha en una competitividad de posibilidades infinitas que en vez de replegar una empresa sobre si misma. Que la convierta en un navío que surque todos los mares, y que se adentre, sin miedo, en aguas aún desconocidas. Desplegar velas, a pesar de los embate de una naturaleza que ande a la gresca. Que vuele cuando el mar se manifieste en calma. Observar tu nave, escuchar las virtudes y defectos, salvaguardar lo bueno y poder dar soluciones creativas a lo que resulte pernicioso. Enriquecer los canales de comunicación interna eligiendo escuchar para engrosar y dar forma las apetecibles diferencias y así conseguir transmitir, con corrección, un mensaje nuevo. Ampliar estructuras de comunicación externa, crear relaciones, generar vínculos con la única herramienta que valida el camino: compartir experiencias.
¿Para qué? ¿No resulta más eficaz convertir a tus colaboradores, empleados y usuarios en perfectos amplificadores de tu marca?
Es la promesa del marketing de experiencias. Queda por rescatar la promesa concreta de tu marca.