El problema de las imágenes es que no eres tú quien se apodera de ellas sino que te tienen a ti, de forma que te encuentran más veces de las que tú vas a buscarlas, pero esa es una condición que no debería preocupar demasiado, al menos a mí no me preocupa en absoluto.
El caso es que desde hace días me viene a la cabeza la imagen de la marea para explicar algunos acontecimientos relevantes. Podemos imaginar que somos como boyas ancladas en el fondo marino y que cada uno de nosotros tiene más o menos longitud de cadena. Sabemos que hay momentos de felicidad y de infelicidad, épocas en las que las cosas nos van bien y otras que no, cosas en las que somos hábiles y otras en las que no tenemos tanta o ninguna pericia y que todo eso sucede de forma cíclica, como las mareas, que están sujetas a un ritmo inexorable. En función del número de eslabones de nuestras cadenas a veces permanecemos por encima del nivel de agua y otras por debajo.
La cuestión a reflexionar es hasta qué punto somos responsables de las cosas que nos suceden y más concretamente cuál es nuestra responsabilidad al respecto. En esto hay dos actitudes: la queja por lo que nos pasa, típicamente asociada a nuestro papel de víctimas y la actitud responsable que consiste en tomar acciones y generar más cadena para evitar quedar sumergidos por los acontecimientos.
No cabe duda de que el papel de víctima es sumamente agradecido porque exime de toda responsabilidad. Es esa actitud la que nos lleva a tratar de colocar la solución de nuestros problemas en otros; si somos requeridos para ello, diríamos que casi en la obligación de aceptar ese encargo en cuanto nos es solicitado, pero ese papel de víctima o de rescatador ni genera conocimiento sobre la experiencia ni nos capacita para afrontar la solución del próximo problema que nos aceche siempre que no nos falte ayuda disponible. La tendencia de esa conducta es que cada vez tenemos más dificultades en encontrar almas nobles que nos ayuden y que con el paso del tiempo encontremos cerradas las puertas que antes teníamos abiertas.
Adoptar la postura responsable nos empuja a la acción. Es mucho más cansador porque exige esfuerzo pero podemos solicitar igualmente ayuda si bien no para solucionar los desaguisados sino para aprender cómo hacerlo. Es un papel de protagonista, no de víctima y como tal genera conocimiento, en definitiva, más eslabones en nuestra cadena siempre incompleta.
La buena noticia es que la marea nunca es repentina sino previsible y anunciada. Es paulatina y por ello nunca traiciona, es decir, avisa con tiempo de su llegada y no suele pillarnos de improviso. Las más de las veces sabemos lo suficiente sobre ellas como para que no podamos acusarlas de traidoras o de imprevisibles, nunca llegan como ladrones en la noche y en tanto que somos boyas forman parte de nuestra misma esencia.
Sabemos que la vida es una continua sucesión de pleamares y bajamares y eso debería bastarnos para que nos sintiéramos responsables, pero volviendo a la reflexión inicial parece que nos sentimos mucho más identificados con nuestro papel de víctimas. Muchos incluso son tan expertos en eso que son capaces de introducir el sentimiento de culpa por lo que les sucede aunque no estén dispuestos a mover un solo dedo para evitar que les vuelva a suceder. Esos son los grandes maestros de la manipulación y conviene estar atentos. Diría más, preguntarnos si somos uno de ellos.
Seleccionado por Camila Ubierna de La inteligencia de las emociones , escrito por Josep Julián