Por esa forma suya de ser no sorprende que una jovencísima Marina, aunque por ciertos aspectos de su biografía pudiese parecer más cercana a la Rusia blanca, sintiese simpatía por los participantes en los conatos de revolución precedentes a la de 1917. Pero esa rebelión de una cabeza y dos ojos a la que Marina idolatraba no se circunscribía sólo a la esfera política (algo (la política) que, por otra parte, poco le importaba). Siendo como fue una lectora precoz, no debería extrañarnos que fueran varios los escritores y poetas que se sucedieran y coexistieran en su admiración y sus afectos.
Uno de los primeros poetas a cuyas letras cayó rendida fue Lord Byron, al que conoció gracias a las lecturas a las que la alentaba su madre. Sería el primero de una larga lista. Por citar alguno de los más importantes, os diré que el descubrimiento por su parte de Anna Ajmátova y Alexandr Block siendo ya una joven mujer, tuvo una notable influencia en la madurez de sus poemas. Sin embargo, fueron Borís Pasternak y Rainer Maria Rilke los poetas más relevantes en la vida de Marina Tsvietáieva.
En este triángulo de lujo formado por estos dos últimos y Marina tendremos ocasión de indagar en una próxima entrada. Ahora volvamos a la infancia de Marina y a sus primeras lecturas, pero no a las permitidas por la madre, sino lo que es mucho más interesante, a aquellas que leía a escondidas.
Aleksandr Pushkin. Fotografía de Orest Adamovich Kiprensky
Si, por seguir con el símil con el que hemos comenzado, la Marina niña escondiese la foto de algún ídolo entre las páginas de sus cuadernos escolares, no sería descabellado pensar que esa foto nos devolviese el rostro de Aleksandr Serguéyevich Pushkin. Pushkin (1799-1837) fue un poeta, dramaturgo y novelista ruso cuya obra se encuadra dentro del movimiento romántico y que es considerado el fundador de la literatura rusa moderna. No será este Pushkin, sin embargo, quien ocupe el resto de esta tercera entrega de Adopta una autora, sino que el protagonista será otro Pushkin, el de Marina, su obra a través de sus ojos, o lo que es lo mismo, Marina a través de la lectura y de sus impresiones. Y si podemos conocer un poco mejor a Marina a través de sus lecturas del gran poeta, es porque hasta nosotros han llegado dos obras escritas por ella, dos pequeños y maravillosos homenajes de poeta a poeta a medio camino entre la memoria y el ensayo: Mi Pushkin y Pushkin y Pugachov.En torno a los siete años tenía Marina cuando lee por primera vez a Pushkin. Pocos, os parecerán, para captar toda su inmensidad. Pero estamos hablando de poesía (sea escrita en verso o en prosa) y pocas cosas hay en el mundo más cercanas que la mirada de un niño y la de un poeta.
"La calma de la narración y la moderación verbal mantuvieron en el error durante un siglo al lector adulto; por eso les daban a los niños de siete años aquello que consideraban clásico. Y lo clásico se reveló mágico, y los niños lo comprendieron, únicamente los niños lo comprendieron,..."De acuerdo que es la Marina adulta la que escribe sobre sus lecturas infantiles, y que habrá habido relecturas posteriores, pero ella misma cuenta una anécdota en la que discrepa sobre el significado de unos versos de Pushkin con unos universitarios. La invade la desilusión al saberse equivocada durante tantos años, pero ¡oh, alegría!, encuentra después otros versos que corroboran que es su interpretación la correcta. "Y así una pobre bárbara de siete años comprendió mejor al hombre más inteligente de Rusia, que los alumnos, cuatro veces mayores, de la Universidad de Praga".
Pushkin murió de un disparo en el estómago en un duelo. Y es, paradójicamente, ese acto final y bajada de telón en la vida del poeta la primera imagen y el primer conocimiento que Marina tiene de él.
"Así, a los tres años, supe con firmeza que el poeta tiene estómago -recuerdo ahora a todos los poetas con los que me he encontrado-, y de ese estómago de poeta, que con tanta frecuencia no está satisfecho y en el que hirieron a Pushkin, me he preocupado tanto como de su alma. [...] Diré aún más: en la palabra "estómago" hay para mí algo sagrado; incluso el sencillo "duele el estómago" me anega con una ola temblorosa de compasión que excluye cualquier humor. Con ese disparo nos hirieron a todos en el estómago."Y de ese disparo sabe Marina por el cuadro que precede el armario de la habitación roja de la casa familiar de Moscú en el que se escenifica la muerte del gran poeta y que se titula precisamente El duelo.
La pasión de Marina por Pushkin comienza, pues, antes de que ella sepa leer. Incluso antes de saber quién era Pushkin ella ya sentía fascinación por la estatua que homenajea al poeta hasta la que casi todos los días llegaba en sus paseos. El Pushkin de Marina era negro como también lo es su estatua; negro como oposición al blanco, pues sintiendo como sentía Marina predilección por la rebeldía y la transgresión no es de extrañar que entre ambos prefiriese "el pensamiento negro, el sino negro, la vida negra".
"Los que han crecido bajo La-estatua-de-Pushkin no podrán preferir la raza blanca, y yo - claramente prefiero - la negra. La-estatua-de-Pushkin, adelantándose a los hechos, es una estatua contra el racismo, por la igualdad de las razas, por la superioridad de cada una siempre que dé un genio. La-estatua-de-Pushkin es un monumento a la sangre negra que ha penetrado en la blanca, un monumento vivo a la fusión de las sangres, a la fusión de las almas de los pueblos, los más lejanos y - podría parecer - los que menos pueden fusionarse."
Alexander Pushkin's Duel with Georgues D'Anthes. Painting by A. A. Naumov
La habitación roja, que era la de su hermana Valeria, además de roja era misteriosa. Y el misterio se debía precisamente al armario, pues era éste un armario prohibido. Y ¿qué creéis que se ocultaba a los ojos de Marina en ese armario? Pues ni más ni menos que un grueso volumen titulado Obras escogidas de A. S. Pushkin.
Ese armario y la penumbra fueron las alcahuetas de las citas clandestinas entre el poeta consagrado y la por aquel entonces poeta en potencia. Allí Marina lee, entre otras obras, los poemas Los gitanos y A la nana y la novela en verso Eugenio Onieguin.
Precisamente, es una escena de ésta última la que se interpreta en una velada pública unas navidades en la escuela de música a la que asistía Marina por aquel entonces. Cuenta sólo seis años. Al término su madre le pregunta cuál de todas las representaciones le ha gustado más. Marina responde sin dudar: Eugenio Onieguin. Su madre no da crédito y la vuelve a interpelar, las otras actuaciones corresponden a obras de comprensión mucho más sencilla para un niño de su edad. Como única respuesta consigue de su hija un obstinado silencio, es incapaz de explicarse, pues como ella misma nos dice: "esto lo digo ahora, pero lo sabía desde entonces; entonces lo sabía, ahora he aprendido a expresarlo".
Y sí, Marina nos lo expresa. Nos cuenta que esa escena, para ella primera escena de amor, podría ser el germen o raíz de esa tendencia suya hacia los amores desgraciados, imposibles y no correspondidos, podría haber predeterminado su autocondena al "no-amor". Y aún nos sigue mostrando más similitudes entre la escena contemplada de niña y sus comportamientos en sus relaciones de adulta.
"Pero aún más, y no una sola cosa sino muchas, predeterminó en mi vida Eugenio Onieguin. Si después, a lo largo de los años hasta el día de hoy, siempre fui la primera en escribir, siempre fui la primera en tender la mano, y las manos, sin temor al juicio, fue sólo porque en el alba de mis días, la Tatiana del libro, acostada, a la luz de una vela, con una trenza despeinada sobre el pecho, delante de los ojos, lo hizo.
Y si después, cuando se han ido (siempre se han ido), no sólo no he tendido las manos, sino que ni siquiera he vuelto la cabeza, es sólo porque entonces, en el jardín, Tatiana permaneció inmóvil como una estatua.
Lección de audacia, Lección de orgullo. Lección de fidelidad. Lección de destino. Lección de soledad."
Onegin and Tatyana. Illustration from "Eugene Onegin" edition (1908) by Samokish-Sudakovskaya
No son pocas las lecciones que aprende Marina a tan corta edad. No son las únicas que aprenderá leyendo a Pushkin.
Pocos años después, cuando a su madre le diagnostican tuberculosis, se anuncia un viaje de toda la familia a la costa. Marina está por aquel entonces obsesionada por el poema de Pushkin Al mar. Lo copia en un librito echo por ella misma, insta a sus hermanos a que imaginen para ella un mar, se apropia de una postal con la imagen del mar que envían a la familia como preludio a su viaje y lo esconde en su pupitre. ¡¡Y ahora por fin está a punto de encontrarse con el mar!! La noche previa a su encuentro Marina la describe así:
"El mar estaba aquí, y yo estaba aquí, y entre nosotros estaba - la noche, toda la negrura de la noche y de una habitación extraña, y esta negrura pasaría inevitablemente y ambos estaríamos aquí.Ante tamañas expectativas solo cabe encontrar la decepción. Y eso, y no el mar que ella esperaba, fue precisamente lo que se encontró al día siguiente. Ella esperaba ver el mar de Pushkin, pero ese mar sólo habita en un poema. Aún más, ella se encuentra con el mar por primera vez y el mar de Pushkin es el mar del adiós, es el suyo un poema de despedida ("así - con los mares y con las personas - no son los encuentros. Así son las despedidas.").
El mar estaba aquí, y yo estaba aquí, y entre nosotros - toda la felicidad de la demora.
¡Oh, cómo fui esa noche yo al encuentro del mar! (¿Al encuentro de quién, después, he ido así? ¿Cuándo?) Pero no sólo yo fui a él, él también vino a mí aquella noche a través de toda la negrura de la noche: sólo a mí, con todo su ser.
El mar estaba aquí, y mañana lo vería. Aquí y mañana. Tanta plenitud de posesión y tanta serenidad de posesión no volví a sentir jamás. Aquel mar a mi medida.
El mar está aquí, pero yo no sé dónde y, como no lo veo, está en todas partes, no hay un solo lugar en donde no esté, estoy en él, como aquella postal en el negro sepulcro del pupitre.
Ésta fue la víspera más grandiosa de mi vida.
El mar está aquí, y no está."
Lecciones, lecciones, lecciones...
"Será porque cuando era una niña pequeña escribí con mi propia mano tantas y tantas veces: "¡Adiós, libre elemento!" (verso perteneciente al poema Al mar) o quizá sin ningún porqué, todas las cosas en mi vida las he amado y querido por el adiós y no por el encuentro, por la separación y no por la fusión, y no para toda la vida sino para toda la muerte.
Y, en un sentido del todo distinto, mi encuentro con el mar resultó ser precisamente mi despedida de él, una doble despedida: el adiós al mar del elemento libre, que nunca estuvo frente a mí y que yo, apenas di la espalda al mar real, reconstruí blanco sobre gris, pizarra sobre pizarra; y el adiós a aquel mar real, que estaba frente a mí y que yo, a causa del primero, ya no podía amar.
Y - diré aún más: mi infancia inculta identificaba el elemento con los versos y eso resultó ser verdad: "el libre elemento" resultó ser los versos, y no el mar, los versos, es decir el único elemento del cual no te despides jamás."
El adiós de Pushkin al mar. Cuadro de Ivan Aivazovski e Iliá Repi
Y no, Marina nunca se despidió de ese libre elemento que son los versos: los versos leídos a través de los cuales comprendía el mundo, los versos escritos mediante los cuales expresó el suyo propio. Y no sólo de los versos sino de todo aquello que ella consideraba poesía.
Tenemos que volver ahora de nuevo a esos primero años de infancia, a ese mágico número siete que es un punto de inflexión en su desarrollo ("lo que aprendes en la infancia lo aprendes para toda la vida, pero también lo que no aprendes en la infancia no lo aprendes para toda la vida").
"Hay en Blok (se refiere al poeta Alexandr Blok, los versos que siguen pertenecen a su poema Oh no, no desembrujarás el corazón...) una palabra mágica: el fuego secreto. Una palabra que, a la primera lectura, me abrasó por el reconocimiento que tuve: de mí misma hasta los siete años, de todo hasta los siete años (lo de después no cuenta, no hubo carbones más candentes). Una palabra clave para mi alma - y para toda mi poesía:
Entre indecibles tormentos maldices
La vida porque no tienes a quién amar.
Pero hay una respuesta en mis inquietas palabras:
Su fuego secreto te ayudará a vivir.
Te ayudará a vivir. ¡No! Eso es vivir. El fuego secreto es la vida.Por aquel entonces Marina lee otra obra de Pushkin, La hija del capitán. En este caso se trata de una novela histórica en la que tiene gran protagonismo la figura de Pugachov.
Y ahora, una vida después, puedo decir: todo aquello en lo que se encontraba ese fuego secreto, yo lo amaba; y no amaba nada de aquello en lo que no encontrara el fuego secreto."
Yemelián Ivánovich Pugachov (1742-1775) fue un pretendiente al trono de Rusia que lideró una insurrección de los cosacos en la época de Catalina la Grande. Tratándose de un revolucionario y conociendo las afinidades de Marina, no es de extrañar que Pugachov impregnase para ella toda la novela, que se convirtiera en un ídolo, un sujeto de culto, una pasión (si Marina hubiese decorado por aquella época los márgenes de sus cuadernos con corazones no sería difícil imaginar leer dentro de ellos el nombre de Pugachov). Pero esta fascinación de Marina, que a partir de ahora llamaremos encanto y en seguida os explicaré por qué, no se debe tan solo al espíritu combativo de este personaje.
Retrato de Yemelián Pugachov. Autor desconocido
Pushkin escribe La hija del capitán en 1836. Tan solo un par de años antes había escrito otra obra protagonizada por Pugachov titulada La historia de la rebelión de Pugachov. El mismo personaje, el mismo revolucionario, pero para Marina no lo es. El Pugachov que ella ama es el de La hija del capitán. El otro es cruel, violento, falsamente valiente, incapaz de amar, sin un ápice de compasión. El suyo obviamente no es un corderito pero tiene carisma y con todo lo terrible que es presenta la grandeza de revelar puntos de debilidad, de humanidad, lo cual le hace digno de amar.¿Por qué Pushkin escribió dos obras tan seguidas sobre un mismo personaje mostrándolo de forma tan distinta? Marina piensa que con el primer libro Pushkin no quedó satisfecho, que no sintió que estuviese retratando al verdadero Pugachov. Y probablemente tuviese razón, pues Pushkin sólo tuvo a su disposición para escribir este libro documentos procedentes de la nobleza (años después se publicarían informaciones que presentaban a un Pugachov muy diferente al de La historia de la rebelión de Pugachov, lo cual, obviamente, no ha de traducirse como que el Pugachov de La hija del capitán fuese más cercano al real). Para acercarse al Pugachov auténtico Pushkin tuvo que empezar de nuevo y recurrir a la poesía, "ya que el único conocimiento que el poeta tiene sobre un tema se le da a través de la poesía, del trabajo purificador de la poesía".
"Está limpio.Escribió entonces La hija del capitán: novela, prosa, pero poesía. Para Marina lo era y a mí no me cuesta comprenderla pues, hasta ahora, todo lo que he leído de ella ha sido prosa pero para mí es poesía. Y es, precisamente, la poesía de Pushkin, la que produce el encanto que permite que Marina sienta absoluta fascinación por un personaje tan oscuro, pues "el encanto, como antaño las nubes de las diosas ocultaban al favorito de los ojos de los enemigos, te oculta todas las infamias del enemigo, toda su hostilidad, dejando solamente una cosa: tu amor por él."
Y esta limpieza es - el poeta."
Sí, lo que yo llamo fascinación es lo que Marina denomina encanto. Y estoy segura de que no os será difícil comprendernos a ninguna de las dos pues todos, en algún momento de vuestras vidas lectoras, os habréis sentido fascinados o encantados por algún personaje real o literario o por algún autor.
Marina fue víctima del encanto antes de cumplir los siete años y ya nunca quiso renunciar a él. Como a ese fuego secreto sobre el que escribiera Blok, lo buscó incansablemente y, cuando no lo encontró, lo creó, y, cuando no, lo recreó. Y no sólo como lectora primero y como poeta después, sino que Marina, para vivir, necesitaba hacerlo bajo el influjo de ese encanto. No hubo momentos de mayor éxtasis para ella que aquellos en los que se sentía encantada por algo o (mejor aún) por alguien, ni hubo períodos más sombríos en su vida que aquellos en los que el encanto se desvanecía y no había uno nuevo al que asirse, momentos en los que la vida no habitaba en ella.
Volveremos sobre esta idea en próximas entradas. La de hoy ha estado dedicada a una pieza más (una pieza de lujo, eso sí) en el engranaje de esa rueda infinita que es la transmisión de historias, a la fascinación que ejerce a veces la literatura sobre los lectores, al encanto de Marina Tsvietáieva por Aleksandr Pushkin y, por qué no, al mío propio por Marina.
"Ya que el encanto es más antiguo que la experiencia. Ya que el cuento es más antiguo que la realidad. Más antiguo en la vida del planeta, más antiguo en la vida del hombre."
Estatua de Pushkin en Moscú. Fotografía de Tothkaroj
Bibliografía:
Mi Pushkin. Marina Tsvietáieva. Traducción de Selma Ancira. (Contiene: Mi Pushkin. Pushkin y Pugachov). Destino, 1995. 152 páginas. ISBN: 84-233-2546-6.
Los nombres de Antígona. Benjamín Prado. (Contiene biografías de Anna Ajmátova, Marina Tsvietáieva, Carson McCullers, María Teresa León e Isak Dinesen). Aguilar, 2001. 398 páginas. ISBN: 84-03-09241-5.
Confesiones: Vivir en el fuego. Marina Tsvietáieva. Presentado por Tzvetan Todorov. Traducción de Selma Ancira.(Autobiografía póstuma a partir de cuadernos y cartas de Marina Tsvietáieva). Galaxia Gutemberg / Círculo de Lectores, 2008. 598 páginas. ISBN: 978-84-8109-715-3 / 978-84-672-3020-8.
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Biografía
Infancia y familia de origen
Diarios de la Revolución de 1917
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