... Tuve la fortuna de ver con mis propios ojos y dibujar con mi propio lápiz los restos de algunas víctimas de la masacre de Olayita, quizás la mayor atrocidad de la presente guerra. Estas horrendas pruebas del modo en que los soldados españoles se conducen pueden verse todavía entre las ruinas de la plantación de Olayita situada a 15 millas al suroeste de Sagua la Grande.
El hecho se produce como represalia producto de la victoria del contingente de Quintín Banderas sobre dos columnas españolas al mando del Coronel Arce.
Concluido el combate y posterior a la retirada de las fuerzas insurrectas las tropas españolas fueron al asalto del ingenio, masacrando a 23 pacíficos peones y su familias. En la acción fue macheteado y envuelto en la bandera de su país el francés Braulio Duarte; pereció también su dueño Domingo Betharte. Luego continuaron la matanza indiscriminada de los empleados del ingenio y sus familias. Hombres, mujeres y niños fueron sacados de sus casas y asesinados del mismo modo brutal. El ingenio y todas las construcciones de los alrededores, los almacenes y las chozas de los negros de las plantaciones fueron incendiadas y los cuerpos arrojados a las llamas.
El día 6 de mayo de ese mismo año, 1896 en compañía del Coronel José Luis Robau visitó el ingenio y pudo ver con sus propios ojos entre las ruinas.
... En el fuste de la construcción debajo de la gran rueda motriz, conté los cuerpos quemados de siete víctimas; arriba, acuñada entre la rueda y la albañilería yacía el cadáver de una negra con un bebé en sus brazos. Me contaron que los cuerpos de otras dos mujeres y dos niñitas fueron lanzados a las chozas incendiadas.En su relato señala que habían muerto por asfixia dos chinos; uno debajo de la caldera del azúcar y otro en un pasadizo de la panadería, ambos estaban perfectamente conservados con apariencia de momia. Los asiáticos habían sido momificados pero sus heridas se apreciaban.
... Era preciso presenciar el terror que las bandas guerrilleras causaban al campesinado de las Villas Centrales, porque ningún hogar estaba libre del peligro de sus visitas. Hombres y mujeres vivían en obsesivo e incesante miedo. Cuando veían acercarse una columna de hombres a caballo los niños escapaban de las casas de sus padres para ocultarse en la maleza.
Bibliografía: Flint, Grover. "Marchando con Gómez". Editorial Ciencias Sociales, La Habana 1983