La masculinidad tóxica o la falsa masculinidad de Gillette
El nuevo anuncio de la marca de rastrillos Gillette ha causado polémica, al tomar abiertamente la bandera feminista y definirse como un grito de batalla contra la conocida “masculinidad tóxica”. Este concepto, acuñado poco tiempo atrás por la teoría de género, hace referencia a ciertos rasgos de estereotipos culturales masculinos, como la violencia irracional, la competitividad exacerbada y el descontrol sexual, que resultan negativos para la sociedad y, sobre todo, para la mujer.
En esto, creo yo, no podemos estar más de acuerdo con Gillette. Es decir, ningún hombre en su sano juicio está a favor del acoso sexual o de la violencia contra los niños. Más aún, estoy muy seguro de que la mayor parte del sector masculino condena la violación de mujeres y el linchamiento público de personas, que se muestra en el video. Con todo, por alguna extraña razón, pareciera que estas obviedades no son tan conocidas para la marca estadounidense de rastrillos, puesto que, a lo largo de todo su comercial, el espectador tiene la impresión de que la mayoría de los hombres están a favor de todas estas injusticias y de que, incluso, las practica.
Y es que, en realidad, el anuncio de Gillette no logra mostrar lo que es el hombre, mucho menos lo mejor que él puede dar, porque no logra entender lo que es la verdadera masculinidad. En efecto, no hay nada más alejado del hombre, correctamente entendido, que el anuncio de Gillette en el que únicamente se muestran las caricaturas y deformaciones de la virilidad contemporánea, donde los rasgos de esta son deformados, de tal modo, que terminan pareciendo lo contrario a lo que son.
Pongamos, para entender esto, el caso de los modelos masculinos, que se han repetido a lo largo del pensamiento occidental. Estos representan formas deseables de ser, roles a seguir e ideales para alcanzar. Claro está que, con el paso del tiempo, estos han cambiado y, sin embargo, es igual de evidente que en ellos se han conservado rasgos comunes que manifiestan algunas de las aspiraciones más altas del varón.
Porque el más deseo más profundo del hombre es ser un héroe. Ya sea como caballero o santo, como guerrero o padre, el elemento latente y repetitivo en todas las figuras de la virilidad es siempre la valentía que nos impulsa a defender lo que queremos y a sacrificarnos por aquello más grande que nosotros. El hombre en su totalidad está llamado a los actos heroicos y los símbolos que nos quedan de esto no son los pobres supermodelos rodeados de mujeres, típicos de la publicidad, ni los pusilánimes que se pasan el día preocupándose por ellos mismos, sino los padres de familia, los luchadores honestos y, ante todo, los que defienden al más débil, característica propia de la caballería.
Esta realidad pasa, en su totalidad, desapercibida para la marca de rastrillos y, me atrevo a decir, para todo el mundo moderno. De hecho, la esencia de la masculinidad se ha perdido de nuestra civilización actual y en esto tiene que ver mucho la doble moral de corporaciones como Gillette, que arrojan la piedra y esconden la mano. En verdad, resulta extraño que una marca cuyo rasgo habitual sea utilizar anuncios con mujeres que se arrojan a los pies de hombres afeitados quiera, de repente, rasgarse las vestiduras ante las injusticias sexuales sufridas en los últimos años.
La masculinidad en la civilización moderna sí es frágil y sí está en peligro, pero no porque ella sea mala, sino por el hecho de que se encuentra bajo un bombardeo constante de cuestionamientos y ataques frontales como los de Gillette y los de sus opuestos. Sirva como ejemplo, una fracción importante de la televisión y el cine, por no decir la casi totalidad de estas industrias, que se encarga, por un lado, de ensalzar y promover al hombre deconstruido, cuya frase predilecta es siento, luego existo, mientras que, por el otro, premia y repite la imagen del Casanova, de aquel varón que se jacta de burlar mujeres y que goza de manera egoísta de ellas y del mundo, sin ningún tipo de compromiso ni conciencia.
Ni el sensiblero ni el rompecorazones son hombres completos, sino sus contrarios, seres a medias, no desarrollados, puesto que no alcanzaron a madurar. Don Juan no es el personaje de un drama, sino de una comedia, en la que, por cierto, muere al final y cuya figura resulta, bajo la luz, tan pobre que el intelectual español, Manuel Marañón, lo clasifica como un feminoide. Pues, ni Don Juan ni Casanova ni los superhéroes actuales tienen nada de serio, su vida entera es una broma y el crecer requiere seriedad, cosa que, por tanto, jamás alcanzan.
La sociedad ha perdido, con tal error, la esencia de la masculinidad, que estas caricaturas pasan no solo por hombres, sino por modelos a seguir. Pero, como toda caricatura, en estas se refleja la realidad deformada. El hombre, de hecho, sí puede ser violento y sí puede caer en conductas sexuales negativas. Sin embargo, con más razón, debe haber una cultura que nos muestre formas saludables de vivir la virilidad, no una condenación lapidaria de la misma en la que resultan seres castrados, sino una búsqueda de formas saludables de esta, como son el deporte, la paternidad y el heroísmo, que sí sacan lo mejor que hay en nosotros. Los rituales que existen en las diferentes culturas para simbolizar el paso del niño a la adultez reflejan esta necesidad que tiene el hombre de conquistar su propia masculinidad, mediante pruebas en las que se ve obligado a superarse a sí mismo.
El feminismo, como ciertas teorías muy influenciadas por el posmodernismo, cree que cambiar el lenguaje es cambiar la realidad. Error, un anuncio de rastrillos no logrará resolver los problemas reales que existen entre los sexos ni entre la escisión que tiene cada uno consigo mismo. Para esto, se necesitaría un verdadero cambio de conciencia en las personas, es decir, que se comprendiera que los deseos deben saber controlarse y no solo satisfacerse, que, incluso, es muchas veces mejor lo primero que lo segundo.
El conocido libro de El eclipse del padre habla de este y muchos otros temas, cuyo fondo común es la desaparición de la figura paterna de la sociedad desde hace ya varias décadas. Porque tras la revolución sexual el hombre y la mujer han sido reducidos a sus genitales y la relación que existe entre ellos, en un acto animal, donde todo rastro de lo humano ha desaparecido. En este fondo, no existe la persona, sino la bestia y, en muchos casos, el animal que se asusta de su propia sombra. La solución es buscar vivir una vida de hombre saludable, volver a querer sacar lo mejor de uno mismo y no solo el mayor provecho, porque solo así se logra ser hombre y sacar lo mejor de uno.