La apuesta por la meritocracia de Luis Enrique sigue funcionando. En El Madrigal, campo complicado entre los complicados, el Barcelona ganó tres puntos que se tuvieron que escarbar entre las piedras y fue el canterano Sandro el que decidiera el partido. Sandro tenía que ser. Sandro, como dijo su homónimo cuando ocupaba la presidencia del club antes de darse el piro, no falla. Y si no falló fue gracias a esta nueva versión de un Messi que regala más goles que los que hace.
A Leo se le acusó, puede que con razón de ser un jugador que fagocitaba el espacio de otros delanteros. Era como una de esas algas asesinas que acaban con el ecosistema que trata de sobrevivir a su alrededor. Ante él, claudicaron delanteros de tronío como Etoo, Ibrahimovic o Villa, pero resulta que, como pasa con las especies más crueles, Messi tiene cariño por los cachorros que apuntan. Messi cuida de Sandro como cuida de Munir. El tigre padre se hace mayor y enseña a cazar a sus criaturas.
No sería justo ceñir el éxito de ayer del Barça en el partido a un Messi que está desplegándose como una mariposa que antes era avispa. Hay que reconocer también el gigantesco mérito de Luis Enrique, al que no le tiembla el pulso en alinear, ya sea de principio a Munir o en la segunda parte a Sandro, ambos jóvenes con hambre que reafirman la teoría de la meritocracia del técnico asturiano, cuyo primer mandamiento y los diez siguientes se resumen en que: el que mejor se entrena, más juega. En esos términos, planteó Luis Enrique su alineación en Villarreal, con la excepción probable de que Messi está por encima de todo. Porque lo vale, porque se lo gana, porque es el mejor del mundo y porque ha elegido hacer crecer a dos pequeños cachorros que alumbró Luis Enrique y que cedió a Leo para que los criara.
El Barça se encuentra ante una curiosa situación. Un paisaje en el que la alineación, por primera vez en mucho tiempo es imprevisible. Donde la idea de la competencia feroz no es un eslogan, sino que se cumple. Ni un diario acertó el once inicial del Barça en El Madrigal, todos poníamos a Xavi y a Neymar. Pues toma (en sentido reflexivo) no jugaron de inicio. Salieron Rafinha y Pedro al campo.
Y luego resultó que Sandro fue el que acabó el inmenso trabajo que realizó a lo largo de 90 minutos Messi, que amasó el partido como un panadero trata a la masa. Sin prisa, unas veces con más fuerza y otras con más pausa, pero siempre controlado.
La primera parte del Barcelona fue perfecta sobre la pizarra. Pasó todo lo que Luis Enrique quería que pasara menos el gol. Ahí, Munir no estuvo fino aunque molestó lo suyo. Pedro, también aportó sus capacidades de peligro y esos 45 minutos fueron de un Barcelona que dominó al Villarreal sin demasiado agobio. Messi chutó al palo una falta que Asenjo desvió y Víctor Ruiz en un despeje providencial evitó el primer gol de un Barça que dominaba, pero que era plano.
En la segunda parte, para conjurar la falta de desborde, Luis Enrique dio entrada a Neymar. Fue el momento en el que el equipo blaugrana desperdició más ocasiones de gol y en el que el Villarreal chutó dos veces al palo. Pero a falta de colmillo, Luis Enrique optó por jugársela con Sandro, quien bajo la batuta de Xavi y la genialidad de Messi convirtió el gol que significó la victoria.