La Masonería y la Inquisición en América

Publicado el 21 noviembre 2017 por Habitalia

Roberto Aguilar M. S. Silva
M∴M∴, Gr∴ 18
A∴R∴L∴S∴ Sentinela da Fronteira, n°53, Corumbá, MS
Academia Masonica de Letras de
Mato Grosso do Sul, Brasil

El horror de la Iglesia Católica ante la francmasonería fue progresivo. Las primeras bulas y constituciones antimasónicas, las de Clemente XII (In eminenti, 1738) y Benedicto XIV (Providas, 1751), condenaron tajantemente a la francmasonería regular, cuyas ideas, dada la secresía, Roma conocía mal.

Algunos de los iniciados napolitanos, por ejemplo, renunciaron contritos a las logias, sorprendidos de que fueran consideradas contrarias a la fe católica. Hasta la Revolución Francesa, tanto en los países protestantes como en los de obediencia vaticana, la francmasonería fue tolerada y llegó a infiltrarse hasta los palacios reales.

La francmasonería fue otra de las instituciones del Antiguo Régimen transformadas y amenazadas tras la Bastilla; aun así, las logias fueron culpadas de haber atizado las brasas revolucionarias. Hay que distinguir entre las logias tradicionales y las sociedades paramasónicas que proliferaron tras 1810, muchas de ellas ateizantes o revolucionarias, republicanas y después socialistas, que alimentaron espectacularmente, por ejemplo, el movimiento carbonario de Italia. Pertenecer a esas herejías masónicas, llamadas "vías sustituidas", era, tras la bula Ecclesiam de Pío VII de 1821, más grave que la asociación a la empelucada masonería dieciochesca.

Hasta 1789, la francmasonería oficial sólo reunía de manera privada a los deístas y a los admiradores de los philosophes. Pero el antifilosofismo también formaba parte de la Ilustración -era su esencia entre los intelectuales alemanes- y fue la defensa del Clero Constitucional francés contra las acusaciones de impiedad de los ultramontanos y desterrados. Una y otra vez, Grégoire recordó a propios y extraños que el juramento constitucional de 1790 salvó a la Iglesia de su incineración en las piras del ateísmo.

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