La materia del odio

Publicado el 30 marzo 2011 por Andres
Los pensamientos son materia. Y los cuerpos energía pensante. Uno puede zambullirse en la depresión hasta que un día ya no es solamente ese desaliento con su peso inmaterial, de repente te lo encuentras bien dibujado en tus radiografías, biopsias o electrocardiogramas. Aquel pensamiento terminó de horadar tu cráneo, ahora prospera por su cuenta a expensas de tu cuerpo. El amor puede corromperse tanto que puedes despertar junto a un organismo con tentáculos a quien dejarás succionar toda tu lucidez. Y esto es lo que ocurre en “Possession” (1981) de Andrzej Zulawski. El odio vuelto materia voraz.
Seguramente pocas películas pueden jactarse de haber gozado de la pompa festivalera y después ser confinada a los estantes de “cintas asquerosas” en los sótanos de los videoclub. “Possession” se resiste tanto a la clasificación (¿es una drama, avant-garde, monster-movie, thriller?) que no es extraño que haya terminado en el catálogo de lo repugnante. Su director, el polaco Andrzej Zulawski, tampoco iba por el cine en busca de aceptación. “Aquellas víctimas de la vida”, dijo refiriéndose al público, “que creen una película es hecha sólo para su placer y que no saben nada acerca de su propia existencia”. Para Zulawski, el cine debía ser ambicioso y complejo “como la cola de un pavo real”.
Polonia, para su disgusto, tampoco era un lugar muy tolerante con los artistas audaces. A inicios de los 70, los años más severos de control soviético durante la Guerra Fría en pleno hervor, ya estaban quedando atrás. Polonia se estabilizaba y practicó con éxito, al comienzo, un “comunismo consumista”, el poder político continuaba en manos del Partido Comunista de Polonia pero el líder de este continuaba siendo decidido en Moscú. Así que mientras a la prensa no se le antoje criticar a la URSS, o los artistas no planteen metáforas tan metafóricas que sólo pueden significar ganas de fastidiar a los rusos, todos estarían felices y no habría necesidad de llamar a la policía, como había ocurrido muchas veces en los años anteriores, cada vez que alguien se tomaba en serio lo de la libertad de expresión. A pesar de todo era un contexto de cierta distención, por lo que las autoridades no podían tener reparos contra el joven Zulawski que había debutado con dos cortometrajes románticos, que no estaban nada mal y que incluso habían sido transmitidos por televisión. Pero después de su primer largometraje, “La tercera parte de la noche” (1971), co-escrito con su padre, ya nadie entre los burócratas tendría ganas de acariciarle la cabeza. La película fue premiada oficialmente como Mejor Debut del cine polaco, pero sólo fue un consuelo ante el sabotaje que aplicaría casi de inmediato la censura polaca contra su distribución. La película no aludía a los soviéticos, sino a un feroz pero ya antiguo enemigo, con quien Polonia justo acababa de reconciliarse oficialmente, Alemania. Era un film nada alegre sobre un joven que se salva de un pelo de morir masacrado por los alemanes, como el resto de su familia, y encuentra trabajo en un centro de vacunación, pero no poniendo inyecciones sino al contrario siendo constantemente infectado con el virus del tifus para producir más vacunas a partir de su sangre, experiencia que naturalmente le hace perder la razón en extremo. Una película, como podemos apreciar, hecha para intranquilizar. Cosas que no te quieres encontrar en la tele después de la cena.
Gracias a su poca disposición por ceder, los siguientes intentos de Zulawski de hacer cine en su país terminaron en frustraciones aún peores. Su segunda película “Diabel” (1972), otro drama de buen calibre y tintes surreales, fue capturada por la censura en su caza de alegorías y no pudo ser vista hasta 1988. Tiempo después, en 1978, la producción de “El globo de Plata” fue detenida de imprevisto por orden del Ministro de Cultura cuando ya estaba casi completado el rodaje de esta cinta simbólica a lo Ciencia Ficción que había requerido muchos extras y escenografías suntuosas, pues ocurría en la Luna. Se ordenó incluso que los negativos fueran destruidos. Por suerte, la orden no fue acatada y Zulawski pudo, diez años después, culminar su obra a duras penas cociendo los retazos sobrevivientes. Después de la ingrata experiencia con “El globo de Plata”, Zulawski se instala definitivamente en Francia, donde ya había realizado una película (“The most important thing: love”, 1975) y allí en medio de una crisis personal por su divorcio, compone “Possession” (1981).
“Possession” es una bestia de la imaginación. La primera vez que me atacó fue como un dolor de cabeza. No es una película que comience con calma como para que te vayas acomodando a ella. Llegamos en medio de un terremoto que está destruyendo a una pareja. Es arduo referirse al argumento porque me obliga a racionalizar, lo que en ese caso sería empobrecer, un relato contado desde la ansiedad y la ira. El progresivo espesor de estos sentimientos en las actuaciones increíbles de Sam Neil y Isabelle Adjani, hacen de “Possession” una película extenuante que no está destinada al olvido, así sientas que la odias.
Mark (Sam Niel) es un agente de inteligencia que regresa a Berlín Occidental después de una misión. Su esposa Anna (Isabelle Adjani) le informa sin miramientos que lo ha dejado de amar y que ha iniciado una aventura con otro hombre. Mark no lo puede creer. Desbarata las mesas del restaurante donde Anna lo pone al tanto. Mark entra en crisis, pasa días encerrado, con la barba crecida y convulsionando en su cama, parece un drogadicto en abstinencia. Anna parece no tener ya sentimientos hacía su esposo pero también se comporta de manera extraña, al borde de un ataque de nervios. La pareja tiene un hijo, el pequeño Bob, razón por la cual Mark y Anna deben seguir frecuentándose en medio de gran tensión. Mark no se quita la idea de recuperar a su mujer, pero por lo pronto va recuperando la compostura. Decide visitar al supuesto amante de Anna, Heinrich, una especie de narcisista new age que vive con su madre y, para desgracia de Mark, también practica artes marciales. Al parecer Heinrich también ha sido abandonado por Anna e ignora su paradero. Entonces Mark decide contratar a un detective cuyas averiguaciones le costarán la vida.
Esta es una película que siempre se está saliendo de cuadro. Una amiga me dijo “¡no nos dijiste que era de terror!”, cuando se las presenté y, de repente, mis amigos se toparon con una criatura sanguinolenta y de tentáculos que comparte un oscuro departamento con la alterada protagonista. El clima enrarecido y enfermizo del “Possesion” llega a un punto en que el intenso resentimiento de la pareja llega a convertirse en un organismo aparte, un tumor autónomo que a pesar de ello no dejará de alimentarse de su huésped. El vínculo entre Anna y su criatura es sexual, por decir lo menos. Anna está poseída por su deseo de ser poseída por la criatura, y este a su vez parece ir creciendo mientras más la coge con sus tentáculos. Al parecer también le interesa la carne en sentido literal, porque Anna asesina al detective cuando este logra ingresar al departamento, haciéndose pasar por un inspector de ventanas, y se encuentra con bestia semejante. Anna guardará después secciones del cadaver en el refrigerador.
Hay una escena particularmente chocante que todos los reseñistas de esta película no se olvidan en remarcar, y este no será la excepción. Algunos presumen que la criatura es parida por Anna en este pasaje lleno de fluidos corporales. Anna está caminando con bolsas de compras por el túnel de un subterráneo, cuando comienza a convulsionar violentamente. No sé como hizo Isabelle Adjani para entrar en tal trance, tal vez ni ella lo sabe y aborreció verse así, pues Zulawski ha dicho, no sé si en serio, que Adjani trató de suicidarse luego de ver “Possesión” pero, al parecer, el premio a Mejor Actriz en el Festival de Cannes la reconcilió con la vida definitivamente. El hecho es que aquí la vemos escupiendo sangre y liberando un fluido espeso y amarillento de sus partes bajas. Se dice que allí nació ese organismo de la naúsea. Otros suponen que se trata de otro aborto espontaneo, producto de la constante fornicación de la mujer con el calamar aquel.
Lo que si está claro es que la herida entre Anna y Mark es tan tangible que no sorprende que se traslade hacia lo físico. En otra escena, Mark le hace reproches a Anna que nerviosamente rebana carne con un cuchillo eléctrico. En un instante la desesperación llega a tal punto que Anna se dirige el cuchillo al cuello hasta hacerse sangrar. Mark ha quedado tan conmovido con el acto que, en un gesto de apego por su mujer, él también se infrige cortes en el brazo. Anna le dice al despedirse: “no duele” y él asiente. El dolor interior ha dejado sin argumentos todo pesar de la epidermis.
Interesante es también el proceso de Mark, su pérdida de poder sobre su esposa. “Possesion”, desde el título, juega con la idea de la “mujer perdida”, poseída a tal punto que ha olvidado su lugar. Entonces Mark pasa de la crisis inicial a refugiarse en una profunda misoginia (“Estoy en contra de las mujeres. Son imprevisibles. Son peligrosas”), y en especial en hallar argumentos para despreciar a Anna: esa mujer promiscua, que se olvida de su hijo, esa inestable, esa loca de mierda que ojalá reviente pronto. Anna por su parte está en su propia travesía, oscura y sin retorno. Ella está gestando aquella criatura que se originó del amor y el odio. El mounstro se desarrollará en una réplica de Mark, maligna e indestructible.
Mark también se ha encontrado una réplica de Anna. La profesora del pequeño Bob es la bondadosa Helen, una mujer casi idéntica a Anna excepto por el color de los ojos y el pelo. Incluso cuando Mark la ve por primera vez cree que se trata de Anna con peluca (como obviamente ocurre, porque también es Adjani). De un momento a otro, Mark se ve asistido por Helen en el cuidado de su hijo, en algún trabajo domestico y en hacerle compañía desnuda al dormir. ¿Es Helen la parte de Anna que Mark añora y no recuperará nunca más? ¿Existió alguna vez esa Anna? Pero Mark todavía la tiene clara cuando cuando su hijo le pregunta si Helen le parecía más guapa que su madre y ambos eligen a Anna.
Las diversas capas de lectura, donde incluso se asoma el sentimiento de la Guerra Fría con el muro de Berlín como una presencia concreta, y esos detalles inexplicables, como aquel hombre de calcetín rosado, podrían animarnos a juzgar “Possesión” como una película de presumido simbolismo. Sea cual fuere nuestro juicio, puedo asegurar que no nos libraremos de sentirnos afectados por su clima de extrañeza, logrado por su tremendo trabajo de fotografía. Es que la cámara de Zulawski parece colocar al espectador en un punto de observación que se asemeja al de un niño, desde donde, especialmente en situaciones como las mostradas, cualquier cosa puede resultar avasallador, perturba y nos hacer tener pesadillas despierto. Por eso quedamos irremediablemente atrapados en la experiencia de presenciarla durante dos horas. A pesar de su confuso pensamiento, es un viaje cinematográfico que nos sobrepasa. Una obra maestra del delirio sostenido.

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