Este fin de semana ha sido la verbena de mi pueblo…. una cita obligada desde que tengo uso de razón, pero este año ha sido diferente.
Cuando era jovencita, las fiestas para mi eran noche, chiringuitos, diversión (alcohol, no vamos a negarlo), bailoteo hasta altas horas de la madrugada, o de la mañana, pues muchas veces juntaba la noche y el día.
El primer año de verbena como madre fue breve, pues el peque era aún demasiado pequeño, todo lo que significaba para mi las fiestas desapareció.
El año pasado, aún siendo ya más mayorcito, la visita a la verbena fue breve, un paseo para ver las atracciones y una parada en una terraza a tomar algo, poco más…. Las fiestas seguían sin ser lo que eran.
Este año lo ha cambiado todo, no solo porque él es más mayor, no es solo por eso, mi manera de ver las fiestas ha dado un giro inesperado y me he dado cuenta que así me gusta mucho más.
Por primera vez he acudio al pregón, he ido a las atracciones infantiles por la mañana terminando en las terrazas tomando un aperitivo, he disfrutado de la procesión, del paseo por la feria por la tarde, viendo como mi hijo alucinaba con todo.
Hemos bailado por la noche y disfrutado del ambientazo nocturno, con todos los niños cantando y bailando. Y aprovechando hasta el último día .
Por primera vez en muchos años he vivido la verbena de verdad, la que se vive de día y de noche, en la que se disfruta en familia todos juntos riendo y compartiendo buenos momentos. Da igual la edad, todos hemo disfrutado por igual.
Todo esto de lo debo a él, el que ha conseguido hacerme ver que las fiestas son mucho más que chiringuito y baile hasta el amanecer, el que me ha hecho pasar cuatro días inolvidables y que recordaré toda mi vida, que le recordaré toda su vida… sus primeras fiestas y las mias de verdad como madre.