La maternidad según una que no es madre (aún)

Por Lectoraprofeymama

Cuando empecé a pensarme en serio lo de ser madre (siempre he sabido que quería serlo, pero había buenas excusas para postergarlo, al fin y al cabo seguía siendo joven) empecé a informarme y a leer todo lo que caía en mis manos sobre el tema. Yo soy igual para todo: me gusta leer mucho, conocer todas las posibles opciones y decidir cuál es la que a mí me convence más.

Lo único que tenía claro antes de empezar a informarme es que odiaba a muerte el método Estivill, que ya conocía porque una pariente lo aplicó con su hija. A mí un método que supone que el niño pase un mal rato y yo también y que al final no me garantiza conseguir algo antes que otros métodos más afectuosos con el niño… lo siento, pero eso a mí no me lo venden. También me atraían mucho las mochilas (los carritos me dan mucho miedo) y me consideraba pro lactancia materna sin saber mucho del tema.

Lo que no me imaginaba es lo que me esperaba. Resulta que hay todo un universo que suele denominarse «crianza con apego», donde no todo el mundo aplica todo, pero a mí, Mariquita la primera, me parecía todo interesantísimo. Lactancia a demanda hasta que el niño y la madre quieran (la OMS recomienda que la leche materna sea el único alimento hasta los 6 meses y que se complemente con otros alimentos hasta los dos años). Porteo. Colecho. Y luego otras cosas no necesariamente relacionadas con la crianza con apego, pero que también molan un montón: enseñar a los bebés a signar para mejorar sus habilidades comunicativas en la época de balbuceo, el «Baby-led weaning» o los famosos pañales de tela que como idea me encantan, aunque no sé si al final me atreveré a probarlos. Todas son cosas en las que seguiré profundizando y de las que seguro que hablaré largo y tendido, bien para defenderlas o para plantear mis dudas. Pero al mismo tiempo son cosas que me hacen sentir que voy a ser una madre muy «Flower power» y que voy a tener que enfrentarme a muchas críticas en mi entorno.

Hace dos semanas estuvieron unos amigos en casa pasando el fin de semana. Tuvimos tiempo de todo, y como son de los pocos que conocen nuestro proyecto de ser padres, acabaron surgiendo temas relacionados con la maternidad. Yo comenté que mi idea era tener en mi cuarto la cuna de colecho el tiempo que hiciera falta, y mi amiga no tardó en explicar que como no sacase al bebé a los seis meses se iba a «malacostumbrar» y que luego iba a ser incapaz de dormir por sí mismo. Como no me esperaba tan pronto este tipo de debates, me justifiqué explicando que la lactancia es más cómoda si se comparte cama. Ese fue mi error: primero me preguntó con los ojos muy abiertos que cuánto tiempo pensaba yo dar el pecho y luego me recomendó que no me obsesionara con estos temas, que podía pasarme como a ella, que no pudo darle el pecho a su niña y eso le supuso un disgustazo.

Yo no quise proseguir la discusión. En parte pienso que no tiene sentido, ya daré explicaciones cuando me las pidan (doy por hecho que, con mis ideas, me las van a pedir). Pero también admito que me da un apuro tremendo darme cuenta de que, aunque pienso que mi amiga cometió algunos errores que impidieron la lactancia de su hija (he aprendido mucho leyendo a Carlos González), no me siento quién para defender ciertas cosas sin haberlas experimentado en mis carnes.

La cuestión es que después de aquella conversación tengo vértigo. Me he dado cuenta de verdad de la cantidad de críticas que tendré que enfrentar, de que muchas de mis decisiones probablemente no se comprendan… Y no me hace ilusión tener que enfrentarme al mundo para criar a mis hijos como creo que es mejor.