La mejor manera de usar los últimos cinco minutos del día

Publicado el 12 enero 2011 por Igilval

Una amiga mía es la jefa de un departamento en un negocio de comercio minorista. Ahora corre el riesgo de ser despedida. Lo más llamativo de la situación es que ha obtenido unos resultados impresionantes. Ha hecho por la marca en el último año más que lo que hicieron sus predecesores en los cinco años anteriores.

El problema es que es un horror trabajar con ella. Trabaja más de lo que parece humanamente posible, pero espera exactamente lo mismo de los demás, y normalmente pierde los nervios cuando ve que los otros no se esfuerzan de la misma manera. También es competitiva y territorial. Siempre quiere tener la última palabra en todas las decisiones que le afectan, aunque sea remotamente, aunque se suponga que sean otros los que tienen que tomar la decisión. No es buena escuchando, enseñando a los demás a hacer las cosas, ni ayudando a que la gente se sienta valorada o a crear buen ambiente.

Pero ninguno de estos problemas es lo que le está poniendo en peligro de ser despedida. El problema real para ella es que todavía no se ha dado cuenta de que tiene un problema.

Hace poco, le dieron feedback acerca de su forma de trabajar. El feedback fue horrible, por supuesto. Su respuesta fue sorprendente: “No sabía que la cosa fuera tan mala, pero no me sorprende”. ¿Por qué?, le preguntaron. “Porque es el mismo feedback que recibí en la empresa donde trabajaba antes. Por eso me fui de allí”.

Podríamos reírnos de la ignorancia de mi amiga. De su falta de voluntad para ver sus fracasos y de que ésa es la razón que hace que repita sus errores. Pero sería una risa nerviosa, porque a muchos nos pasan cosas parecidas: no somos conscientes de nuestros errores y debilidades –a mi me ocurre a menudo.

Hoy en día me sigue sorprendiendo cuántas veces tiene que una cosa para que me de cuenta de por qué me está pasando. Creo que todos nos vamos haciendo más inteligentes a medida que vamos cumpliendo años. Pero, a pesar de eso, a menudo caemos en los mismos errores de siempre. Tropezamos dos, tres, cuatro y las veces que se tercie, en la misma piedra. Por otro lado –aunque esto es igual de malo– muchas veces hacemos algo bien pero luego somos incapaces de repetirlo.

Pero hay una razón para todo esto: muy raramente nos tomamos el tiempo para hacer una pausa, respirar y pensar en qué hemos hecho bien y qué no hemos hecho bien. Simplemente hay demasiadas cosas que hacer y no hay tiempo para pararse a pensar. Si una organización pudiera enseñar tan solo una cosa a sus empleados, debería enseñarles a aprender. Eso es lo que tendría más impacto: cómo mirar a los comportamientos que hemos tenido en el pasado, ver qué es lo que funcionó para poder repetirlo y admitir con naturalidad qué es lo que no funcionó, para poder cambiarlo.

Las personas que saben hacer esto aprenden –y mejoran– mucho más que las demás a lo largo de sus vidas. Y las organizaciones que tienen a este tipo de personas son los sitios donde más se puede aprender. Para ello hace falta confianza, estar abierto y quitarse la coraza con la que normalmente salimos a la calle. Pero hay una cosa que no hace falta: tiempo.

Solo lleva unos minutos. Algo así como cinco. Una pequeña pausa al final de cada día para recapitular y ver qué hemos hecho bien y qué no.

Te propongo que hagas algo así:

Cada día, antes de salir de la oficina, dedica un poco de tiempo a pensar cómo ha ido el día. Coge tu agenda y compárala con lo que ha pasado en la realidad: las reuniones a las que has asistido, el trabajo que has hecho, las conversaciones que has tenido, la gente con la que has interactuado, los descansos que te has tomado… todo. Entonces, hazte estas preguntas:

  • ¿Cómo ha ido el día?, ¿Qué éxitos he tenido?, ¿Qué retos siguen ahí?
  • ¿Qué he aprendido hoy?, ¿Acerca de mí?, ¿Acerca de los demás?, ¿Qué pienso hacer (igual o diferente) mañana?
  • ¿Con quién he interactuado?, ¿Hay alguien a quien tenga que contarle algo?, ¿Darle las gracias?, ¿Hacerle una pregunta?

El tercer grupo de preguntas tiene un valor incalculable a la hora de mantener y mejorar las relaciones con los demás. Cuesta muy poco enviar un email (o tres) para dar las gracias, hacer una pregunta, o mantener a alguien informado de un asunto.

Si no nos paramos a pensar en estas cosas, tenderemos a dar por supuestas muchas cosas. A menudo lo hacemos. Pero en este mundo en el que dependemos de los demás para cualquier cosa, es esencial hacer bien las cosas.

Con el tiempo, mi amiga aprendió a apreciar las ventajas que tiene bajar el ritmo un poquito y pararse a ver qué hacen los que están a tu alrededor. Se dio cuenta de que estaba trabajando demasiado duro y demasiado rápido. Ella estaba obteniendo unos resultados de gran calidad, pero la realidad es que estaba luchando contra ella misma, poniendo su puesto de trabajo en riesgo y haciendo las cosas más difíciles para todos el mundo.

Con el paso del tiempo y con una gran disciplina, empezó a cambiar. Poco a poco, la gente empezó a darse cuenta. Supe que las cosas iban bien una vez que le escribí un email pensando que tal vez nunca obtendría una respuesta, pero, para mi sorpresa, ésa misma tarde me llamó. Me agradeció el esfuerzo que había hecho para tratar de contactar con ella.