La mejor recompensa

Por Sandra @sandraferrerv
Batallar con tu hijo cuando empieza a decir la suya no siempre es fácil y se convierte en un constante diálogo negociador al estilo de las grandes cumbres internacionales. Después de todo un día de trabajo dentro y fuera de casa, a menudo es complicado mantener el ritmo de sus discusiones, entre otras cosas porque ellos son pequeñitos pero su altura en inversamente proporcional a la energía y capacidad de aguante que llevan de serie.
Reconozco que hay veces que ante una situación conflictiva recurro a la solución fácil: Si te portas bien de daré un caramelo, o te compraré un regalo. En esos momentos saco a relucir mi yo más materialista fruto de esta sociedad centrada en la fórmula magistral felicidad = cosas materiales.
Es verdad que recurrir a dicha fórmula mágica consigue un objetivo a corto plazo. Un niño con un caramelo, galleta, o chorrada-nueva-comprada-en-cualquier-sitio te deja respirar durante un tiempo. Pero es una solución momentánea.
Los días que tengo más fuerzas y ánimos para negociar con mi hijo me doy cuenta que el proceso es más cansado y agotador, pero produce resultados más satisfactorios y creo que más efectivos a largo plazo. Me explico.
Intento inculcarle a mi hijo que si se porta bien todo va bien: mamá está contenta, él esta contento y las canciones, juegos y risas sustituyen a los llantos y pataletas de distinto calibre. Cuando un día he conseguido que se porte bien le hago esta reflexión al terminar la jornada:
- ¿Hoy has llorado?- No- ¿Hoy mamá estaba contenta?- Sí¿Por qué?- Porque me he portado bien
Con este pequeño diálogo que repetimos cada vez que conseguimos terminar un día en paz y armonía intento enseñarle a mi hijo que la mejor recompensa para él no es un objeto material o algo apetitoso para comer, sino la satisfacción personal de sentirse bien y orgulloso por haber conseguido portarse como debía.
No digo que a veces los regalos como recompensa se tengan que utilizar pero en este mundo en el que tenemos un exceso de cosas materiales es necesario inculcar a nuestros hijos desde bien pequeños otras vías de encontrar la satisfacción personal, no sólo aquello que está fuera de nosotros.
Y aunque pueda parecer demasiado filosófico para un niño de cuatro años, os aseguro que con nuestro pequeño diálogo va comprendiendo el sentido de mis palabras.