Siempre que se habla de series "de calidad", que se hacen listas sobre las mejores, el nombre de Mad Men aparece inevitablemente. Es una serie que recibe tantos elogios como "perezas". ¿Cuántos de vosotros os habéis puesto con ella, pero habéis tenido que desistir por puro aburrimiento? Quina mandra, que diría un catalán. Y lo cierto es que no podemos culpar a nadie. Mad Men es una serie tan extraordinaria como extraordinariamente difícil.
Sería complicado, a la hora de recomendarla, pararnos a concretar de qué va Mad Men. Se podría recurrir, desde luego, a su premisa, y diríamos que Mad Men es una serie sobre los publicistas de Madison Avenue, de corte histórico, en el Nueva York de los años 60'. El propio título es un juego de palabras, que hace referencia a la avenida ("los hombres de Madison") pero también al adjetivo, pues "mad" significa enfadado en inglés americano - y loco en su acepción británica, lo cual sería casi más acertado. Y sí: todo eso está muy bien, pero... ¿de qué va realmente Mad Men?
Una serie en la que cuesta entrar
Vi Mad Men cuando era poco más que un adolescente, y recuerdo que me dejó sensaciones muy confusas. Lo primero que recuerdo es esa contención, esa tristeza, que lo impregnaba todo. Porque todos los personajes están tan deprimidos, tan apagados. Hay una "pausa", una calma, en esa atmósfera cargada y pesada de oficina. Es realmente difícil, como decía, conectar con el mundo de Mad Men; ya no es solo que no nos "entretenga" con la acción y sobresaltos típicos de Hollywood, sino que nos hace sentir un desasogiego, una desesperanza, que son tan realistas que resultan incómodos.
Lo segundo que recuerdo es, con sorpresa, el peso que tenían las mujeres en la historia. No hubiera sido descabellado que la llamasen "Mad Women", porque los personajes de Peggy Olson, Joan Holloway y Betty Draper (con honorable mención a su hija Sally) eran probablemente los más potentes e interesantes de toda la serie. De una forma sutil, comedida -Matthew Weiner, el creador, era un obseso de los detalles-, Mad Men nos hablaba de sus ambiciones, de sus frustraciones, de sus luchas en un mundo que no estaba hecho para ellas.
Pero el tercer aspecto que mejor recuerdo, y con más gusto, de Mad Men, es que era una absoluta locura. Una vez que entrabas en su mundo, si comprabas lo que te vendía (y nunca mejor dicho), te sorprendía encontrarte con una serie que era inestable en su contención, y que en más de una ocasión no podía resistirse a hacerlo estallar todo por los aires. Son memorables las escenas de la loca del cortacésped, cierto suicidio en la oficina, los escopetazos de Betty a las palomas, la patética caída de Peter por las escaleras, y ese merecido "jarronazo" de Joan a su marido. Porque lo más increíble de Mad Men es que, en muchos sentidos, es una comedia hilarante y con muy mala leche.
Es difícil, desde luego, entender Mad Men. Es una crítica voraz a la frialdad del capitalismo, del mundo de los negocios, a ese machismo y racismo rancios que no acaban de irse ni hoy en día. Tendría que revisionar Mad Men para poder comprender todos los matices que me pasaron desapercibidos en su momento. Y, sin embargo, y a pesar de no entenderlo del todo, una vez que "entré" en ese mundillo que nos propone, disfruté muchísimo de esos personajes maravillosamente bien escritos y esos momentos desgarradores que se te clavaban dentro.
Mad Men fue rompedora -con el permiso de Six Feet Under- porque no daba respuestas fáciles ni finales felices. Los personajes no actuaban de la manera "obvia" en que lo habrían hecho en la típica película estadounidense. Eran densos, turbios, difíciles... pero eso los hacía sentirse increíblemente reales y complejos. Con pocos personajes me he implicado tanto como con los de Mad Men. Su dignísima sucesora de la que ya hablé en el blog, Bojack Horseman, toma lo mejor de la serie de Weiner -la oscuridad de sus personajes, ese pesimismo existencial-, pero lo presenta en un formato más "obviamente" cómico, más rápido y ágil, más accesible.
Pero no forcemos las cosas
Creo que merece la pena darle la oportunidad a Mad Men. Es una de las series más especiales y emocionantes que he visto. Pero también es justo decir que no conviene estirar una relación cuando no funciona... y con las series pasa lo mismo. Hace tiempo le cayeron palos a mi compañera Doralais por escribir que Breaking Bad le había parecido un coñazo. Y por mucho que la "élite" de los críticos sienten cátedra sobre qué series son de calitat y cuáles no, lo cierto es que lo hacen con base a criterios totalmente subjetivos. Ya me despaché a gusto contra ellos en este artículo. O sea que nada de mirar por encima del hombro a quien no trague la serie maestra de Weiner: Mad Men te puede parecer un peñazo y no pasa nada. Yo mismo admito que nunca he tragado demasiado ni Breaking Bad ni Twin Peaks, ni conecté con lo que proponían sus creadores.
Las series son en muchos sentidos como los libros: hay una serie para cada uno, pero esa misma serie no funcionará igual de bien para todos. Y, al igual que desaconsejo seguir con la lectura de un libro que cuesta horrores, tampoco recomiendo seguir Mad Men si se es incapaz de disfrutarla. Tiene un aire, una atmósfera, que cautiva o repele. No hay término medio. Pero qué bonito es ese viaje que propone Mad Men una vez que hemos entrado.
Hoy mismo hablaba sobre Into the night: una serie trepidante y adictiva donde todo pasa deprisa y no hay ni un segundo de descanso. Y ese tipo de series son geniales. Entretenidas a rabiar. Mucho más accesibles que una serie de "cocción lenta". Pero qué especial es conectar con una de estas series más densas, más difíciles, más "lentas"; las acabas disfrutando de una manera más profunda, más intensa. Hay escenas de Mad Men que servirían para proyectarse en clases de filosofía. Deja un recuerdo difícil de borrar. Y ojalá en estos tiempos de Netflix, de series rápidas de "usar y tirar", volvamos a tener alguna vez otra serie tan medida, tan profunda, que nos desafíe intelectualmente y nos incomode tanto como Mad Men.
Isidro López (@Drolope)