Rajoy no pasará a la historia con ningún adjetivo insigne como ‘el sabio’, ‘el locuaz’ o ‘el magnífico’. Ni siquiera lo hará como Mariano ‘el cínico’. Hace falta más inteligencia para aplicar el cinismo o el sarcasmo de forma efectiva. También le queda grande. Un ‘Rajoy el mudo’, o ‘Rajoy el gris’ sería más adecuado a su realidad y su tiempo.
Ayer, durante la sesión de control al Gobierno en el Congreso, el presidente del Gobierno retó a la estadística y, lo que es más grave, faltó a la verdad. Una vez más. Aseguró que el paro ha descendido gracias a la reforma laboral, ‘la infame’: se lo deben haber chivado Fátima Báñez o Cristóbal Montoro, a saber, éste último otro ministro cuyo ministerio está mutando hacia la nada, que eso de que ‘Hacienda somos todos’ estuvo bien como slogan cuando había trabajo e ilusión por construir algo juntos. Ahora ha quedado reducido a un anacronismo más que superar y saltarse a la torera. Hacienda, para muchos, son los demás.
Rajoy no quiere muertos, como tampoco quiere parados. Por eso niega a ambos. Es ‘Rajoy el negativo’. Negarlos es volverles a matar de nuevo, devolverles a la cuneta y echar tierra, recrear la tropelía, abandonarlos al olvido hasta que mueran los más viejos del lugar, de la misma forma que ha olvidado sus promesas electorales, sus mentiras. Nunca existieron. Tampoco existen la sentencia a Fabra, las cuentas en B con que su partido se financia ni la corrupción que conlleva. Como su niña, que cierra los ojos en la noche para que desaparezcan sus monstruos.