El tema de la memoria es uno de los preferidos por el cine, como también lo es el de la redención de la culpa propia o ajena. Ambos están presentes en “La memoria de los muertos” (The Final Cut), película de ciencia ficción realizada por Omar Naim en el 2004 y que resulta tan sugerente como incompleta. En una sociedad del futuro, a algunos -una de cada veinte personas- se les han implantado al nacer un chip Zoë en la memoria, que permite almacenar como recuerdos todo aquello que ven, y en ocasiones -por error del chip- también lo que imaginan o sueñan. El objetivo no es otro que poder hacer, cuando se muere el individuo, una película de su vida que le haga eterno entre sus seres queridos, tarea que es encargada a un montador. Este profesional debe trabajar las imágenes recogidas en el implante, entrevistar a los vivos que conociera… y “devorar los pecados” del cliente, pues se trata de guardar un buen recuerdo del difunto y evitar los episodios más escabrosos.
La historia tiene su punto de originalidad y consigue generar inquietud al constatar que se está manipulando la realidad, que se está faltando al derecho a la intimidad de la persona, que se está minando la libertad para vivir y la paz para morir. Vemos que nadie está a salvo en esta sociedad que se auto-engaña, que hasta el constructor de la memoria tiene su talón de Aquiles y necesita un rememorial que le permita liberarse del peso de la culpa. Ciertamente hay un código moral para esos montadores pero solo se respeta mientras conviene, y también un movimiento social anti-implante con sus manifestaciones de queja y sus sicarios de turno. En realidad, todo está dispuesto para crear la gran mentira y para garantizar un recuerdo placentero, como si de los muertos solo se pudiera hablar bien y de los vivos… En el fondo, está claro que quien paga tiene derecho a escuchar lo que quiere oír, y que al resto poco le importa que se omitan las mezquindades que en toda vida existen.
Por otro lado, causa perplejidad asistir a esas proyecciones privadas como si de un ritual pagano se tratara, con toda la carga sentimental y de falsedad que encierran, con la falta de pudor de quien sabe que todo lo que se proyecta habrá sido filtrado o censurado… Y también produce pena ver cómo el contemplar la vida de los otros no consigue sino vaciar la propia de emociones y alejar al protagonista de la realidad, o da vértigo comprobar hasta dónde puede llegar la tecnología en su proceso de deshumanización. La cinta está realizada con corrección, aunque la idea daba para más y todo se queda en una herida de la infancia que necesita ser curada, en una manipulación del montaje -ahora me refiero al montador del film, no al de los rememoriales- que va y viene en el tiempo, que se introduce en una mente cualquiera y en la del vecino. Hay que agradecerle a Robin Williams su sobriedad interpretativa y que deje de lado el histrionismo, y también al director que imite a su protagonista para dejar fuera de campo alguna de las miserias humanas.
En las imágenes: Fotogramas de “La memoria de los muertos” – © 2004. Lions Gate Entertainment. Todos los derechos reservados.
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Publicado el 24 abril, 2014 | Categoría: Años 2000 / 2005, Ciencia-ficción, Hollywood, Opinión
Etiquetas: La memoria de los muertos, memoria, muerte, Omar Naim, Robin Williams