Por: Carlos B. González PecotcheArtículo publicado en Revista Logosófica en abril de 1941 pág. 21
Se nos dirá: ¿Qué necesidad tengo de conocer mi mente si la puedo emplear lo mismo y hacer cuanto se me antoja? - esto respondemos. Es verdad; pero aquel que al penar sabe por qué leyes piensa, ya tiene sobre el que lo ignora, una ventaja. Además, quien no conozca cómo actúan los pensamientos dentro y fuera de su mente, estará siempre a merced de sus impulsos sin que la razón, utilizando la voluntad, pueda sofrenarlos.
Existen, no obstante, personas que por naturaleza llevan en si el don del dominio personal. Pero éstas también, con frecuencia son sorprendidas en su buena fe por desconocer las maniobras mentales que efectúan quienes persiguen fines mezquinos. Por otra parte, poca es la libertad que goza el que se deja llevar por los pensamientos a las mesas de juego, a los placeres del alcohol, etc. Si la razón es la que debe gobernar en estrecha consulta con la conciencia, vemos que en estos casos tal cosa no acontece.
El conocimiento logosófico permite desalojar de la mente todo pensamiento pernicioso que rebaje la condición del ser humano.
Conocer las combinaciones y movimientos que se promueven dentro de la mente, es experimentar la conciencia del pensamiento elector, es ahuyentar la fatalidad del azar, ya que es éste el que aparece determinando el juego mental y dispone las alternativas por que pasa el individuo que no domina por la inteligencia de sus conocimientos; los factores que intervienen para enaltecer su vida, hacerla fecunda y feliz o rebajaría, arrastrándola por el camino de la desventura y la perdición.
El hombre, por lo general, se cuida de no ingerir alimentos que sabe han de hacerle mal, pero olvida a menudo que debe hacer lo mismo con los pensamientos que por experiencia conoce que son malos.
En resumen ¿quién no prefiere poseer las riquezas del conocimiento a tener que verse expuesto a afrontar las difíciles situaciones en que lo coloca la ignorancia?